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Al fin he cumplido los 18. Me he ido de casa. Soy totalmente libre.
Había estado ahorrando para cuando me marchase de casa.
Si mis padres hubiesen sabido que iba a marcharme de casa, habrían hecho todo lo posible por detenerme. Nunca he soportado que quieran controlar mi vida como si fuese suya. Los quiero, pero nunca me han entendido ni me entenderán.
¿Cómo iban a entenderme?
Mi madre, Juliet Harrison, una prestigiosa abogada, y mi padre, Patrick Harrison, un ejecutivo apodado "el tiburón" llevaban una vida basada en el dinero.
"En esta vida vales lo que tienes" solía decirme mi padre.
Yo no pensaba como ellos. A mí nunca me había interesado el dinero ni la fama. Yo amo el arte. Lo amo por lo que es, no por lo que vale.
En el instituto había estudiado historia del arte y me proponía hacer Bellas Artes pero, como era de esperar, mis padres se opusieron rotundamente.
Ellos querían que yo me convirtiese en una prestigiosa abogada, como mi madre.
Solían decir que esas ideas "hippies" sobre estudiar arte las había sacado de mi mejor amiga Jade, porque sus padres eran ambos profesores de arte moderno en una universidad.
Pero mi pasión por el arte venía de mucho antes. Desde que era pequeña. No, desde que nací. Había nacido con ello.
Desde que tengo conciencia me ha encantado contemplar todo lo que me rodea y capturarlo en mi mente, para después intentar plasmarlo en un papel o en un lienzo.
Mis padres jamás lo entendieron. Creían que eran cosas de niños y que se me pasaría. Pero no se me pasó.
Y por eso estoy aquí ahora, en San Francisco, tratando de cumplir mis sueños.
El desplazamiento desde Nueva York hasta California me ha costado bastante, pero ha merecido la pena.
Debido a los costes del viaje, he tenido que alquilar un pequeño apartamento en la calle Montgomery, el barrio bohemio de San Francisco.
No es gran cosa. El apartamento no es demasiado grande, pero para mí sola está bien. Además, está en el mejor lugar de todos. A los barrios bohemios vienen a vivir todos los artistas incomprendidos que quieren hacer de su vida un arte. Y yo soy una de ellos.
Ésta será mi primera noche en California y la casa está hecha un desastre. He intentado desempaquetar todas las cajas con mis cosas e ir guardando la ropa en el armario. Aun así, todo sigue patas arriba.
Mientras sigo ordenando el armario, alguien me llama al móvil.
Tengo que buscarlo entre la ropa que está sobre la cama y en medio de las cajas hasta que logro encontrarlo.
-Hola, Jade.
-______, ¿qué tal la mudanza? -dice, en tono burlón.
-Que te den -soplo y sonrío. Nunca pensé que independizarse fuese tan complicado.
-Los verdaderos artistas tienen que sufrir para ser considerados artistas.
-Tienes razón, pero no creo que Van Gogh tuviese el mismo problema de mudanza que yo. No encuentro ni la mitad de las cosas.
-Bueno, seguro que él no encontraba su oreja.
Río y me siento sobre la cama.
-Lo que más echo de menos de Nueva York es tu sentido del humor.
-Vale, no empecemos a ponernos sentimentales porque me subo al primer avión a California y voy a abrazarte.
Me quedo en silencio por unos segundos. Jade es una de las personas más fuertes que conozco, pero en estos casos se pone muy sentimental. Temo que se eche a llorar, porque sé que si lo hace voy a acompañarla.
-Sabes que puedes venir a visitarme cuando quieras. Mi casa es tu casa.
-Te echo de menos, _____.
Inspiro profundamente.
-Yo también, Jade. Pero, eh, cuando sea una artista famosa te iré a buscar y nos iremos tú y yo juntas por el mundo.
-¿Y qué pasa con Michael?
Michael es el novio de Jade. Llevan juntos 2 años y hacen la pareja más bonita que he visto nunca.
-¡A Michael que le den! Nos vamos tú y yo. -bromeo. La verdad es que adoro a Michael.
-Eh, lo he oído -suena la voz del novio de mi mejor amiga al otro lado del teléfono.
Los tres reímos y, por un momento, me olvido del caos que hay en el piso.
-Sabes que es una broma, Michael.
Bueno chicos, os tengo que dejar. Tengo que seguir ordenando mi nueva casa e ir a comprar la cena. Mañana hablamos, Jade. Te quiero.
-Yo también te quiero, _____. Te llamo mañana. Adiós.
Cuelgo el teléfono y lo tiro sobre la cama.
Me deprime ver mi apartamento en este estado. Me encantaría tener a alguien que me ayudase.
Miro el reloj. Las 21:00. Debería ir a por la cena antes de que oscurezca. No me gusta ir sola por la calle de noche, y menos en un lugar que no conozco.
Me apresuro, agarro mi teléfono móvil, la chaqueta y las llaves antes de salir por la puerta.
-¿A dónde puedo ir a comprar la cena? -digo en voz alta, sin darme cuenta. Estoy tan acostumbrada a ir a todos lados con Jade que al no tenerla a mi lado me siento desorientada.
Bajo las escaleras de dos en dos y, de milagro, consigo salir de los apartamentos sin caerme.
Camino por la calle y busco algún supermercado donde poder comprar.
Casi al final de la calle Montgomery encuentro un pequeño comercio. Parece que es mi día de suerte.
Después de comprar todo lo que necesito por ahora, salgo de la tienda y me dirijo al apartamento.
La calle en la que vivo está llena de bohemios que se ganan la vida pintando a los transeúntes para conseguir algunos dólares con los que poder malvivir.
Es muy triste que personas con tanto talento tengan que malgastarlo de esta forma. Esos mismos cuadros que malvenden por unos pocos dólares podrían valer millones.
Es cierto que no pienso en el dinero, sino en mi arte, pero me aterra la idea de que acabe en la calle o, peor aún, tenga que volver a casa con mis padres para que ellos enderecen mi vida.
Sin darme cuenta, me he alejado de todos los viandantes y voy caminando por la calle yo sola. Mi apartamento está cerca, pero el silencio que inunda el ambiente es aterrador. Esta zona, la zona en la que vivo, se ve aterradora de noche.
Me recorre un escalofrío por la espalda. Siento como si alguien me estuviese siguiendo, pero no me atrevo a comprobarlo.
Apresuro el paso y rezo porque solo sean imaginaciones mías. Pero no lo son.
Oigo unos pasos que van a destiempo de los míos. Quiero correr, pero el terror hace que me pesen las piernas. Siento ganas de llorar.
Puede que mis padres tuviesen razón. Tal vez solo soy una cría idiota que no tiene idea de la vida. Desearía estar con ellos ahora mismo.
Cuando ya diviso el portal de los apartamentos, una mano me agarra del brazo con fuerza. Del susto, suelto las bolsas e intento librarme del agarre, pero me es imposible.
-Pequeña, ¿tus padres no te han enseñado que las niñas no deben ir solas por la calle de noche?
Me atrevo a alzar la vista para ver al individuo que me está hablando, y me encuentro la repulsiva imagen de un hombre que rondará los 47, con barba de varios días y un horrible hedor a alcohol.
Siento náuseas. Quiero volver a casa y encerrarme en mi habitación.
-Te he hecho una pregunta, pequeña -dice el hombre con peste a alcohol, apretándome más fuerte el brazo y provocando que me caigan unas lágrimas.
-S-suélteme, por favor. Puede llevarse las bolsas y le daré dinero pero, por favor, no me haga daño.
Él ríe y clava sus ojos en mí.
-No quiero tu puto dinero. Lo que quiero es hacerte daño -responde y suelta una carcajada.
Intento gritar, pero me tapa la boca con su mano y, en un intento desesperado por salvar mi vida, le doy un codazo en el estómago y corro hacia el portal de los apartamentos.
Estoy dentro, pero cuando voy a cerrar la puerta, el hombre la empuja, haciéndome caer al suelo.
-Maldita zorra, vas a pagar por lo que has hecho.
Va a matarme. Estoy segura de que va a hacerlo. Cuando está a punto de ponerme la mano encima, se detiene. Se ha quedado paralizado, como si alguien hubiese detenido el tiempo.
Su imagen es terrorífica, pero es él el que parece aterrado. No me está mirando a mí, sino a algo que hay detrás de mí.
Ahora siento más miedo y casi se me para el corazón cuando noto una mano en mi hombro.
Giro la cabeza con lentitud, hasta encontrarme con unos ojos color caramelo.
-Largo -amenaza el hombre que está detrás de mí, y el vagabundo obedece al instante. Escapa del portal como alma que lleva el diablo.
Permanezco incólume. No sé cómo reaccionar. ¿Estoy a salvo?
El hombre que está detrás de mí, poco más mayor que yo, me tiende su mano para ayudar a levantarme.  Temblando como un flan, poso mi mano sobre la suya, y él la cierra cubriendo la mía y tirando por mí hacia arriba, con tanta fuerza que me choco con su pecho.
-L-lo siento -digo, rompiendo el silencio. Sueno terriblemente asustada.
Él no dice nada. Tan solo se dedica a inspeccionarme con la mirada.
Después de estar mirándome por algo más de un minuto, estira su brazo hasta mi mejilla y, acariciándola, aparta un mechón de pelo que tenía delante de la cara y lo posa detrás de mi oreja.
Me sonrojo y él sonríe. Tiene una sonrisa preciosa. Bueno, es un hombre muy guapo en general, y también me he fijado que tiene un brazo completamente tatuado. Siempre he creído que los tatuajes son una manifestación especial del arte , porque no se plasman en un lienzo o en un papel, sino sobre la piel.
Es maravilloso llevar escrita la historia de toda una vida en la piel.
-¿Estás bien? -pregunta.
Su pregunta hace que deje de mirar su brazo para mirarlo a los ojos. Su voz llega hasta mí como una preciosa melodía y me hace sentir bien. Me hace sentir que el incidente de hace tan solo unos minutos no ha sido más que una pesadilla.
-S-sí. Gracias por ayudarme.
Él vuelve a sonreír y yo le sonrío de vuelta.
Entonces me doy cuenta de que me he dejado las bolsas en la calle y corro a buscarlas. Por suerte y alegría para mí, siguen ahí. Nadie se las ha llevado.
Cuando vuelvo a entrar, el chico que me ha salvado hace un rato se porta como un caballero y me ayuda con las bolsas hasta llegar a mi piso.
-Muchas gracias otra vez. Por todo -le agradezco y le sonrío, mientras él me pasa las bolsas y abro la puerta del apartamento.
El chico misterioso niega con la cabeza y hace un gesto con su mano para hacerme entender que no tiene importancia. Sin decir una palabra, se da la vuelta y sigue su camino por las escaleras.
-Soy Justin -dice la voz proveniente de las escaleras poco antes de que cierra la puerta.
-________ -respondo, para al instante cerrar la puerta.

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⏰ Última actualización: Mar 24, 2016 ⏰

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