Rosas Para Ti • vegetta

1.5 [END]

Querida chica de las rosas...

...de haber sabido esto, jamás me hubiese separado de ti.

"¿Qué piensas al verme?" — Preguntaste en un tono divertido, pero para mí fue algo más serio qué divertido.

Tomé tus manos, fijé mi vista hacia tus ojos para que en realidad creas lo que estoy a punto de decir:

"¿Que qué pienso al verte?" — Hice una ligera pausa y miro tus manos; son un poco rasposas pero eso se debe al tiempo en que cuidaba sus rosas, o eso comentó un sábado por la noche. — "Sydney..." — Ella miraba a otro sitio; al pronunciar su nombre giró rápidamente su rostro para mirarme con atención. —"...cariño, cada vez que te tengo a mi lado me haces expresar mi lado cariñoso, amable..."

"Pero tú ya eres así" — Me interrumpiste, cosa por la cual me hizo sonreír.

"Te equivocas". — Solté sus manos, Sydney frunció el ceño, confundida. — "Yo no era amable con todos, ni mucho menos cariñoso". — Suspiro. — "Antes de que viera esa rosa en el suelo, mi actitud era de la peor..." — Bajé la mirada. — "...trataba pésimo a mis amigos, siempre me desquitaba con ellos desde que mi ex me engañó, fue un terrible error que cometí". — Pasé una mano sobre la otra, tragué saliva. — "Llegué a un cierto grado de lastimar a Willy..."

— ¡¿Qué?! ¡¿Por qué?! — Dijiste alarmada, te miré y tus ojos expresaban temor, quizás hacia mí.

— Lo hice porque no me dejabas tus rosas... — Interrumpes diciendo:

— ¡Eso no es siquiera una excusa...! — Ahora soy yo quién te interrumpe:

— Aunque no lo creas, para mí sí lo es. — Murmuré con cierto nerviosismo en los labios.

— Pero... ¡¿por qué...?!

— ¡Me obsesioné!, ¡¿vale?! — No creía que te alzaría la voz, pero lo hice; ahora estoy más callado que un niño al haber roto el jarrón favorito de su mamá.

De repente sentí tus brazos rodear mi estómago, bajé el rostro; avergonzado y temeroso.

— Samuel... — Pronunciaste con cierta inquietud. Luego diste un largo suspiro. —...está bien, te creo.

— ¿En serio? — Giro para mirarte. Asentiste.

— Pero te hice una advertencia, de no prestarme atención...

— Lamento decírtelo, pero, fue muy tarde — Sonreímos. —, tus rosas me hechizaron, sí, fue algo mágico. — Toqué tu nariz y después la besé. — Odio admitir que sacas mi lado débil.

— Te vuelvo a advertir que...— Jalas mis hombros haciéndome bajar a tu altura. Susurras cerca de mi oreja. —...terminarás odiándome.

Y la verdad es que sí, terminé odiándote.

Aquella noche, al despedirnos no quisiste que te dejara en casa, fue la primera y última vez que te rehusaste ir conmigo. Lamentablemente, te asaltaron, fue un idiota que necesitaba dinero para drogarse, intentaste calmarlo o darle una breve explicación del porqué, las drogas son malas. Fue lindo de tu parte, pero no fue lo suficiente como para detenerlo y no te apuñalase.

"Sydney, hay personas malas, siempre habrá personas malas". — Reíste a lo cual yo fruncí el ceño.

"No Samuel, sólo son malas por el simple hecho de creer hacer el bien". — Seguía confuso.

Ahora lo entiendo, pero: ¡¿por qué habría necesidad de apuñalarte?! ¡¡Es que no lo comprendo!! Ahora no dejo de llorar por verte en la camilla, con los ojos cerrados y sin señal de que estés escuchándome.

Limpio mis lágrimas con mi mano izquierda y con la derecha acaricio tu mejilla. — No permitiré que te vayas, aún no. — Quito algunos mocos con el papel y sonrío débil. — Sydney, te quiero, no permitas que nada nos separe, ni mucho menos la muerte, por favor. — Me levanto y beso tu frente.

Después de unos segundos mi corazón se partió, el monitor cardíaco dio a entender que ya no estabas conmigo.

Grité.

Lloré.

Armé un escándalo cuando quisieron sacarme del cuarto en donde estabas.

— ¡No, por favor, Sydney!, ¡mi vida, aguanta!, ¡te necesito a mi lado! — Fue inútil y egoísta de mi parte pedir que te quedaras en vez de dejarte ir.

Entonces fue ahí en donde tú pregunta resuena en mi cabeza: ¿qué piensas al verme?, pienso muchos momentos contigo, llorando, sufriendo, aunque la mayoría serían felices pero no, el destino lo quiso así.

Fuiste la primera y última chica que me dio rosas.

...

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