VIII. Furia

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Y todo lo que fue y lo que era el ladrón desapareció durante unos segundos. Su habilidad para pensar rápido y con la mente fría había quedado hecha pedazos. Y toda la fuerza de sus sentidos se apagó en el momento en el que el mundo entero dejó de existir. Solo el joven que tenía delante y a pocos centímetros de distancia era lo único que podía ver. Se sentía desprotegido. Era como si todo a su alrededor se hubiera esfumado, como si todo el carácter que había creado de él mismo se desvaneciera, como si todos los muros que había levantado en torno a sí se derrumbaran. Como si estuviera mostrando su verdadera esencia, quién era en realidad. Y se asustó. Detuvo su avance hacia la boca de Dimitri. Ambos con los labios entreabiertos y los ojos entrecerrados, completamente absorbidos por la situación. Le ardía el pecho y en ocasiones sentía como que se ahogaba y le costaba tragar saliva. ¿Qué hacía? ¿Qué estaba haciendo? Podía ver el rostro sonrojado de Dimitri. Como para no verlo a la distancia a la que estaba de él. ¿Y si al menor le incomodaba la situación? Pero si fuese así se habría apartado, ¿no? Se sentía como si su cuerpo entero se hubiera petrificado y no le dejase moverse. Pero quería besarle. Llevaba demasiado tiempo ignorando sus propios sentimientos y ya empezaba a sentir que en cualquier momento le harían un agujero en el pecho.

Se inclinó un poco más y, cuando iba a rozar los labios del menor, ambos escucharon un ruido. Intentó contenerse, pero no pudo y se echó a reír mientras se tumbaba sobre las mantas de nuevo. De verdad que el estómago de Dimitri podía llegar a ser realmente inoportuno.

-          Eres idiota – comentó el menor, sonrojado – M-Me voy a desayunar.

Sergey lo vio levantarse inseguro, como si estuviera mareado, caminar despacio hacia la puerta y salir de la habitación. Aunque se le había pasado el ataque de risa, permaneció recostado sobre las mantas para que su cuerpo se tranquilizase. Sabía de sobra lo que podía haber pasado si el estómago de Dimitri no hubiera interrumpido el momento. Se pasó la mano por el pelo y se incorporó. No tenía sentido seguir dándole vueltas al asunto. El problema que tenía ahora entre manos era que no se sentía con fuerzas para mirarle a la cara, y menos a los ojos. El ya había tenido muchas experiencias de ese tipo. ¿Por qué de repente se comportaba como un adolescente avergonzado? Sacudió la cabeza. Ya pensaría qué hacer cuando estuviera delante de él.

Había estado tan absorbido por los pensamientos en torno a Dimitri que no se había dado cuenta quién era la persona que servía los desayunos hasta que llegó a la taberna y la encontró hablando con el pelirrojo, el cual estaba sentado en la barra y con la cabeza agachada. Se acercó a ellos mientras notaba como se ponía nervioso y respiró hondo.

-          Buenos días, Sergey – saludó la rubia. Dimitri se atragantó con el desayuno.

-          Buenos días.

Su plan era pensar qué hacer en cuanto se encontrara delante de él, pero ahora que estaba ahí, su mente parecía haberse quedado en blanco, excepto por el detalle de que no paraba de venirle a la cabeza imágenes acerca de la situación en la que habían estado ambos hacía algunos minutos, seguidos de la frase “No le mires”. Tampoco le iba a mirar; no podía.

-          Os encuentro muy callados – siempre tenía que meter las narices.

-          No empieces con los chismes y tráeme el desayuno, anda.

-          Bueno, vale. – dijo con una sonrisa.

Natasha se dirigió hacia la cocina a por el pedido del ladrón. Y se quedaron solos. Vale, no había pensado en eso. Ahora no sabía si era más incómodo tener a la rubia cotilla con ellos o quedarse completamente solos. La tensión comenzaba a acumularse en el ambiente y Sergey estaba seguro de que la habría cortado con tan solo moverse. Absorto en sus pensamientos, no se dio cuenta de lo que sucedía a su alrededor hasta que le sorprendió una pelirroja al dejar el desayuno delante de sus narices.

El Zar ©Where stories live. Discover now