Nada volverá a ser igual

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Capítulo 1- Arde la hierba

Comenzó con el olor a humo. No tardó en llegar el asfixiante calor, y pronto se podía ver el fuego, en fuertes retazos de brillantes colores que lamían los campos y destruían todo lo que en ellos crecía. La chica solo tuvo tiempo de coger un pequeño brazalete de su cabaña aledaña a los cultivos antes de salir corriendo a ayudar a los niños. Ni siquiera fue capaz de llorar aquel día, únicamente pudo arrastrar a los pequeños que alcanzó a vislumbrar hasta un rudimentario campamento a orillas del río, lejos del peligro de las llamas. Les entregó los suministros que pudo encontrar, y se cubrió con una fina manta de remiendos para pasar la noche sobre un saco de arpillera, lleno de ácaros, cenizas y suciedad. La primera luz del nuevo amanecer fue lo que finalmente liberó sus lágrimas.

Era la segunda vez en aquella semana en la que los elfos habían tratado de dañar a su gente. La segunda vez en no más de siete días en la que Elvaiahs inocentes habían muerto o perdido parte de sus vidas a manos de esos malnacidos. La primera vez, hace tres días, cinco habían entrado en el pueblo, en las cabañas de los ancianos. Los gritos de terror habían llenado la oscura noche, pero nadie se había atrevido a salir de la seguridad de su propia choza. El alba había llegado cargado de sangre y dolor, y se habían contado más de cincuenta víctimas. Ahora, los blancos eran los niños, habían quemado primero esa zona del poblado. Mientras pensaba en por qué seguían aguantando todo aquello, su mente comenzó a vislumbrar una escena de hacía ya muchos años.

La mano de su madre guiaba la suya por el cielo.
-¿Cómo se llama?
-Shemayah. El sol del Sur.
Aún recordaba su sonrisa de satisfacción con aquella respuesta.
-Y, ¿para qué sirve?
-Los elfos obtienen su poder, hace crecer los cultivos y nos impide morir de frío -había repetido las palabras hace tiempo aprendidas.
-¿Algo más, cariño?
- Es la fuente del calor y la vida de este mundo, lo que hizo surgir los dragones que un día poblaban la tierra, y también lo que los redujo a un recuerdo. Lo que permitió que los elfos se alzaran del ardiente fuego de esas bestias con el poder para reinar, y lo que dio luz a nuestra raza, nos hizo ser como somos... diferentes. Elvaiah.
- ¿Qué significa eso?
Había tragado saliva, dispuesta como siempre estaba a contestar lo que su madre quería oír.
- "Que su vida nos mantiene, que somos siervos por siempre, que la libertad es un pecado y por ella no abogamos, que somos seres inferiores, que padecemos dolores, que sufrimos y lloramos como los norteños humanos."
Todavía recordaba la manera en la que había agarrado su mano con aún más fuerza, mientras repetía entre lágrimas:
-Muy bien, cariño. Muy bien.

No había tardado demasiado tiempo en comprender el porqué de tanta letanía sobre la inferioridad de su raza. Poco a poco, su vida le había ido enseñando que sus cuernos creaban un abismo entre ella y aquellos que no los tenían, que las habilidades que los elfos tenían eran muy superiores a aquella pequeña habilidad de la que disponían los de su raza, que sus ojos nunca serían azules como el cielo ni marrones como la leña, sino que siempre mantendrían ese color miel que hacía a la gente apartar la mirada. Lenta pero inexorablemente, el tiempo había sido testigo de la muerte de su madre, asesinada por su amo, testigo de aquellas noches oscuras en las que lloraba rezando a dioses desconocidos porque el alcalde redujera el número de latigazos, testigo de las marcas grabadas a fuego en su piel al cumplir la mayoría de edad, como si de ganado se tratara.

Todo era culpa de los elfos, aunque había alguien que había contribuido a todo aquello. Su propio padre, que de pequeña le contaba historias de libertad y rebelión, de venganza y de sublevación, de una chispa en los corazones de los Elvaiah, había terminado por alertar a las autoridades con sus escapadas nocturnas. Si solo lo hubieran encarcelado a él, sin tocar a su familia... Pero su madre y ella habían pagado por todos los supuestos crímenes de un viejo loco que no sabía de lo que hablaba. Siempre tenían los peores trabajos forzados, la menor ración de comida o la flagelación más larga.

El Eterno Atardecer (la historia de los Elvaiah 02)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora