Capítulo 10

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Turbada por la conversación, Alejandra durmió muy mal. Además, los ruidos de la selva no la ayudaban a tranquilizarse. En un momento de la noche, se levantó de la cama y se dirigió al amplio ventanal. Al mirar hacia el lugar de la casa en el que estaba el despacho de Medina, descubrió que él seguía allí, trabajando.

¿Por qué no podía dormir él? ¿Cuál era la causa de su tristeza que Alejandra había notado en sus ojos?

Tras observarlo durante un rato, decidió retirarse, dado que le parecía que se estaba entrometiendo en una parte intima de la vida de él.

Volvió a meterse en la cama y, por fin, se quedó dormida.

Cuando se despertó vio que estaba lloviendo, pero que, a pesar de todo, el bochorno y el opresivo calor resultaban insoportables. Mientras se vestía con sus pantalones de camuflaje y la sencilla camisa blanca, se preguntó si se acostumbraría alguna vez a aquel opresivo calor. Tras colocarse las botas, se recogió el cabello.

¿Qué diría Rafael Medina si supiera que se sentía mucho más cómoda si, con aquella ropa, que con zapatos de tacón y trajes de marca? Seguramente no la creería. Evidentemente, tenía unos fuertes prejuicios sobre las mujeres. ¿Dónde tendrían su origen? ¿Tendría dichos prejuicios consecuencias negativas para ella?

Decidida a pensar en positivo, se miró al espejo y decidió que era un nuevo día. En lo único en lo que debía pensar era en que Rafael Medina le extendiera su préstamo. Nada más.

Cuando Azucena la acompaño a su despacho, lo encontró de nuevo hablando por teléfono. El tono de su voz era duro, fuerte, lo que provoco que Alejandra sintiera pena por la persona que estaba al otro lado de la línea telefónica. ¿Les gustaría a sus empleados trabajar para él? Cuando ella tenía reuniones con su equipo, todos se quitaban los zapatos y se sentaban en un sofá con tazas de té. Todo mundo daba su opinión y la defendía.

Sonrió con tristeza. Sin embargo, su negocio no era muy boyante. Tal vez debería tratar de desarrollar un estilo más autocrático.

Cuando termino la conversación Rafael Medina la miro.

-¿Cómo? ¿No hay traje? ¿Ni zapatos de tacón?

-Usted me dijo que me vistiera para la selva. ¿Cuándo va a llegar el Helicóptero?

-No vamos a utilizar helicóptero, Alejandra. Vamos a ir andando. Espero que esas botas sean de fiar, porque estamos a punto de ponerlas a prueba.

¿Acaso quería asustarla? Alejandra estuvo a punto de echarse a reír. Lo que él no sabía es que ella había estado a prueba toda su vida.

-Muy bien. Si está esperando que yo me desmorone va a tener que esperar mucho tiempo.

-Estupendo, porque no tengo deseo alguno de levantarla del suelo o rescatarla de los anillos de una anaconda.

-¿Qué es esto? Quiere que fracase, ¿verdad? Quiere que haga el ridículo. ¿Por qué? ¿Por qué mi empresa no le ha reportado suficiente dinero? ¿Tan importante es eso para usted?

Rafael la estudio durante un instante y entonces se inclinó para recoger un par de mochilas que había en el suelo.

-Es una caminata de dos horas, siempre que la lluvia no inunde el sendero. Vamos -dijo, entregándole una de las mochilas-. Desayunaremos por el camino.

Rafael no había respondido a la pregunta de Alejandra, pero ella tenía la terrible sensación de que iba a descubrir la respuesta muy pronto.

La lluvia caía sin parar. Rafael avanzaba con dificultad por el sendero, mirando de vez en cuando por encima del hombro para asegurarse de que Alejandra seguía tras él. Sus labios esbozaron una gran sonrisa al verla caminando con gran esfuerzo, con el cabello rubio completamente empapado y pegado a la cabeza. La ropa mojada también se le pegaba al cuerpo, dejando al descubierto unas perfectas y deliciosas curvas. Decidió que debería haberla hecho caminar delante de el para, al menos, poder admirar la vista. En vez de eso, era ella la que podía mirarlo a él. Noto que lo miraba con curiosidad, como si no pudiera comprender lo que tenía preparado para ella.

Por su parte, Rafael también estaba experimentando algo diferente, mil veces más poderoso que la curiosidad o la irritación: una química potente y eléctrica, que cargaba el aire y hacia que el cuerpo le palpitara con una respuesta que era completamente sexual.

Con una cínica sonrisa en los labios, se dio la vuelta y siguió andando. Tuvo que admitir que Alejandra no se quejaba. Por el momento, no había realizado comentario alguno sobre ampollas o uñas rotas, peinado arruinado o picaduras de insectos. Había esperado que aquellas alturas ya hubiera demostrado señales de nerviosismo o de agotamiento, pero seguía caminando con firmeza. Además, se negaba aceptar la ayuda de Rafael. Incluso cuando cruzaron un río y se resbalo, cayendo a las aguas, había ignorado la mano que él le extendía. El no entendía lo que Alejandra estaba tratando de demostrar.

Rafael ya sabía todo lo que necesitaba saber sobre ella. Todas las cifras señalaban el hecho de que era una mentirosa. Entonces, ¿Por qué no hacía más que volver la cabeza para comprobar cómo estaba? ¿Por qué no podía dejar de pensar en ella?

Por su parte, Alejandra se sentía sucia, incomoda y agotada, pero seguía caminando. De vez en cuando levantaba los ojos hacia los árboles, pero no por miedo, sino por interés.

-¿Qué es eso?

Rafael se detuvo y miro hacia las ramas de los árboles, tratando de ver lo que ella señalaba.

-¿El qué?

-Allí arriba. Ese pájaro rojo. Es precioso.

Rafael la observo atentamente, preguntándose si estaría fingiendo tanto interés.

-No lo sabes, ¿verdad? -dijo ella-. Se podría decir que esto es como el jardín de tu casa y no lo sabes.

Jungla De PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora