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Samuel se encuentra ordenando unas cajas de la tienda. Está sonriente, feliz y radiante por todo lo que le ha pasado estos últimos meses. Aún siente que todo es un sueño del cual despertará en cualquier momento. Piensa que Guillermo es tan jodidamente perfecto, que no entiende porque está con alguien como él, un joven de 25 años que trabaja en una sexshop, y la mayoría del tiempo está pensando en sexo.

El castaño recuerda que su madre lo llevó a los 17 al médico para revisar si no tendría alguna enfermedad de ansiedad o perversidad por su excesivo apetito sexual. La pobre señora siempre tenía que aguantar los gemidos de los chicos que su hijo traía a casa durante la noche, y le parecía demasiado extraño que todos los malditos días él tuviera ganas de sexo. Al final, en realidad no tenía nada, simplemente era caliente. Aquello no le sirvió de nada a la madre, así que decidió que en cuanto Samuel cumpliera 18, se mudaría a un departamento solo. Recuerda claramente que le dijo: "Ahora podrás follar con todos los que quieras, y hacer el ruido que desees". Al castaño le pareció excelente, y aprovechó completamente su cama.

Eso hasta que conoció a Guillermo seis años después. Primero le gusto su cuerpo, que digo gustar ¡le fascinó! Soñaba todos los días con poder tocar su piel con sus dedos, agarrar su voluminoso trasero y follarlo contra el colchón hasta dejarlo destrozado. No entendía porque temía tanto acercársele, siendo que él agarraba a los chicos que querían de manera inmediata. Al pasar un año, Samuel cayó totalmente enamorado de ese chico de ojos achinados. Le encantaba su voz grave al darle buen día a los clientes, su paso ligero y relajado, su sonrisa de dientes blancos y definitivamente le encantaban las pequeñas miradas que en ciertos ratos le daba. Seguía deseando su cuerpo, obviamente, e incluso más que antes. Pero ese deseo se mezcló con el cariño, y ahí cayó el castaño.

No puede creer que tras dos años de enamoramiento a distancia, por fin él esté con Guillermo. No logra procesar que ahora puede tocarlo, mimarlo, consentirlo y besarlo cuando quiera, porque ahora le pertenece. Y él le pertenece al pelinegro.

Escucha unos gritos desde el pasillo, y corre rápidamente hacia allí para enterarse de lo que pasaba. Y al llegar a las puertas se encuentra con que, al frente de él, unos delincuentes corren con una pistola y una mochila negra hacia la salida. Sus ojos se mueven en todas direcciones buscando cual fue la tienda afectada, y sus sentidos se alarman al ver que en la joyería de al frente, la gente se está acumulando. Es el local de Guillermo.

Entonces solo puede correr hacia allí desesperado, pasando entre la multitud y tratando de evitar los vidrios que rompieron de las vitrinas donde se supone deberían estar las joyas que, por obviedad, ya no están. Con sus manos temblando de pavor, mira en el suelo, detrás de la caja como su novio está tirado en el suelo sangrando de la cabeza, completamente inconsciente.

—Oh no... —Es lo único que murmura sintiendo sus lágrimas inundar sus ojos cafés.

SinvergüenzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora