Egoísta. Hipócrita. Humana.

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–¿Quién eres?

Y agradecí que el temblor que se había apoderado de todo mi cuerpo no llegara a mi voz. Eso ya hubiera sido demasiado patético. Se notaba que ese hijo de puta se lo estaba pasando de guinda viéndonos muertas de miedo. A los demonios les encanta sembrar sufrimiento en los vírgenes campos que pueblan la mente de los humanos. Ver como sus presas se retuercen de dolor entre sus garras antes de consumirlas por completo.

Mi pregunta suavizó su expresión de repente, como si lanzando el cuchillo a ciegas hubiera dado justo en el centro de la diana, accionando el botón que lo cambiaba de humor.

La niebla oscura que engullía cada rayo de luz a nuestro alrededor empezó a girar en torno a sus piernas. Un segundo después, había ascendido hasta cubrirlo por completo.

Sus zapatos negros relucían, impecables, reflejando su propia luz, bajo unos pantalones perfectamente planchados. Las sombras hacían ondear la cola de su frac de una forma exageradamente antinatural y sublime, al mismo ritmo que los suaves mechones de su pelo azabache acariciaban su pálido rostro. Se llevó la mano derecha enguantada de blanco al pecho mientras las comisuras de sus labios se levantaban en un movimiento ensayado y repetido hasta la saciedad, dibujando aquella sonrisa tan única y llena de amarga y falsa dulzura que me quitaba el aliento.

Me miró con esos ojos inconfundibles, tan rojos como la sangre que me ardía en los ojos y hacía que se me cayeran las lágrimas, y me contestó, dejándome oír exactamente la misma voz que me había dado y quitado la vida incontables veces durante las últimas semanas.

–Sebastian Michaelis.

No era él. Estaba mintiendo. Lo sabía. Estaba completamente segura.

Pero, ¿por qué? ¿Por qué estaba tan convencida? Era exactamente igual a él. Misma sonrisa encantadora, misma voz hipnotizante, mismos ojos atrapantes, misma presencia imponente. No había ninguna diferencia entre esa cosa que nos había capturado y el demonio que me había estado engañando durante todo un mes fingiendo que me quería.

Y si me había podido mentir en eso, ¿por qué no iba a ocultarme que él era el acosador de Yana?

Todo era muy obvio. Y aún así...

–¿Quién eres?– volví a preguntar, entre dientes. Porque si no mantenía mi cara en tensión me echaría a llorar de verdad.

–Sebastian Michaelis– volvió a contestar, sin cambiar un pelo en su postura ni en su tono de voz. Como un robot. Un autómata.

La rabia y la indignación se abrían paso entre el pánico a medida que cerraba los puños con fuerza. Quería gritarle que nadie se creía eso, que dejara de mentir y diera la cara con su verdadera identidad si tan valiente y poderoso era. Pero cuando alguien tiró de mi camisa para llamarme la atención, recordé que había algo mucho más importante que mi orgullo escondido detrás de mí y que por ella no debía perder la calma. O, al menos, no aparentarlo.

–Déjalo– me dijo Yana–. Dice la verdad.

–¿Qué dices?– lo primero que pensé fue que el miedo se había apoderado de ella y sus sensores para detectar impostores, que tanto le habían funcionado con la historia del Earl Grey, se habían cortocircuitado– ¿Cómo va a decir la verdad? Tú misma has descubierto que es un farsan...

–Dice la verdad– me interrumpió. O había perdido la sensibilidad en todo mi cuerpo o juraría que su mano, agarrada mi brazo, ya no temblaba–. Él es Sebastian.

La sonrisa de Sebastian se ensanchó, pero ni mucho menos era felicidad. Era pura satisfacción de ver como sus planes se cumplían a la perfección. Me dieron ganas de escupirle.

Kuroshitsuji (Sebastian x lectora): Crazy in loveWhere stories live. Discover now