Segunda parte

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—Manu, ¿tienes cambio de doscientos euros en billetes pequeños? Nos hemos quedado sin nada.

El castaño dejó escapar una sonrisa desde que vio cómo su compañero de enfrente caminaba apurado hasta él. Había terminado de cobrar a su cliente y toda su atención se centró en el chico nuevo que ya había adquirido bastante experiencia tras dos meses trabajando en los grandes almacenes.

Era la primera vez que acortaba así su nombre. Normalmente no le solía gustar que lo hicieran, pero debía admitir que en su voz gruesa sonaba diferente.

—Claro que sí, y más si es para ti.

Andy soltó una risilla mientras le entregaba el billete. Manuel tecleó el código de su caja registradora y contó el cambio con agilidad. Sabía que Andy observaba atento el movimiento de sus dedos.

—Aquí tienes.

Se los tendió tras enrollarlos en un elástico, dedicándole una traviesa sonrisa mientras de reojo observaba la intención de acercarse de un par de clientes.

—Gracias, guapo. ¡Te cojo también un boli!

Manuel entonces sintió su propio cuello grujir. El movimiento que hizo fue brusco.

Le había dicho guapo.

Lo vio dar una media vuelta elegante para corretear de nuevo a la zapatería. Se mordisqueó el labio sin ser consciente, analizando su cuerpo de arriba abajo. Miró con descaro su trasero, luego el ancho de su espalda...

—¿Joven? —interrumpió sus pensamientos una señora de mediana edad. A su lado había un hombre con semblante aburrido.

Manuel pestañeó y se aclaró la garganta antes de ofrecerles la mejor de sus sonrisas a sus futuros compradores.

Joder.

Aquella no fue la primera vez que Manuel lo había socorrido. Ambos habían cogido bastante confianza -independiente del tonteo-, y Andy no dudaba en acudir a él cuando el cambio del papel de impresión de la caja registradora se le resistía, o cuando tenía problemas con el papeleo de una devolución. Porque era evidente que Manuel siempre estaba dispuesto a cruzar el pasillo cuando el nuevo alzaba una mano para llamar su atención, con su cómica cara de "ayuda por favor".

Y lo bueno de asistirle era que el pelinegro se lo pagaba invitándolo a un dulce o café. Más de una vez Manuel le quiso insinuar cambiar esa improvisada merienda en la cafetería del último piso por una salida más informal. O quizás una cena. Pero por primera vez algo lo frenaba.

Usualmente, los nervios en la boca de su estómago tomaban el control de las situaciones. Manuel sabía que estaba pensando demasiado en todo aquello. Llegaba a su casa pensando ya en el día siguiente, en volver a compartir el café solo que Andy siempre se tomaba en la escapada que se daban a media mañana. Manuel sabía que el chico se estaba colando más de lo que debía en sus pensamientos. Y también sabía que no podía hacer nada para evitarlo.

O que más bien no quería hacer nada para evitarlo.

—¡Manuel! —lo llamó horas más tarde Susana, alargando la "e" de su nombre—. Vamos a ir a tomar algo esta noche. Te vienes, ¿verdad?

La rubia había aparecido eufórica una hora antes de que acabaran la jornada. Manuel la miró cansado. Era viernes, ese día había sido matador...

—Estoy súper cansad-

—Andy también viene —interrumpió de inmediato la otra, haciendo un cómico movimiento de cejas.

En pocas palabras, su compañera había pasado del "no creo que sea gay" a poner en práctica sus dotes de celestina.

Qué me hacesWhere stories live. Discover now