Ruiseñor

1K 124 9
                                    

El teléfono, junto a mi oreja, quedó en repentino silencio. Lo separé de mi cara, comprobando si había un error con la cobertura, pero, decepcionado, descubrí que no. Suspiré profundamente, apesadumbrado. Una vez más, mi padre había colgado el teléfono sin despedirse, solo dando órdenes a diestro y siniestro.

Me obligué a respirar hondo, hasta el punto en que mis pulmones parecieron dar todo de su capacidad. Estuve así varios minutos, aunque parecía que no está haciendo ningún efecto. Cuando la frustración llegaba a ese punto, normalmente me liberaba de la tensión transformándome en Chat Noir. Sin embargo, allí, en el jardín trasero del instituto, rodeado por todos mis compañeros... Ese deseo era un absoluto imposible. Esa realidad se acrecentó cuando vi, por el rabillo del ojo, como la profesora se acercaba a mi zona para comprobar que tan avanzada llevábamos la tarea de arte. Miré el cuaderno vacío sobre mis piernas, resistiendo las ganas de emborronarlo con furia. Solo me quedaba aguardar hasta tener un momento de soledad.

Me forcé a tomar el lápiz con suavidad y a trazar lentamente sobre el papel. Controlé todos mis movimientos al milímetro. Sabía que si dejaba que mis barreras temblaran lo más mínimo, el frenesí de Chat Noir saldría a la luz.

Un repentino movimiento llamó mi atención. Un pequeño ruiseñor se posó sobre mi zapatilla, sin intimidarse ante mi tamaño. Quizás habría movido mi pie, instándolo a emprender el vuelo otra vez, si no me hubiera dado cuenta de lo que estaba pasando de fondo.

Marinette estaba a pocos pasos de mí, medio acuclillada, avanzando torpemente mientras dibujaba. Tenía los ojos fijos en el ave sobre mi pie. Tenía las mejillas arreboladas y la respiración agitada. Mi intuición de gato me dijo que ella había estado persiguiendo al pájaro, haciéndolo su objetivo en el proyecto de arte.

Por empatía, dejé mi pierna inmóvil. Por eso y porque había descubierto que el cabello brillante de Marinette me tranquilizaba. Era como ver una noche clara, sin luna, plagada de estrellas. Era un cielo azul profundo, brillante.

Marinette, maravillada por la quietud del ruiseñor, siguió acercándose hasta quedar a menos de un metro de mí. Cuando terminó su dibujo, sonrió de oreja a oreja, contemplando su obra. En ese momento, dejando que mis sentidos gatunos se liberaran un poco, estiré el brazo hasta mi zapatilla, logrando que el ave se colocara sobre mi dedo índice.

—Este pequeñín ha resultado ser un buen modelo, ¿verdad?

Marinette clavó sus enormes ojos azules en mí. Me miró atónita durante un segundo, como si se sorprendiera de verme ahí. Entonces, sumida en la vergüenza de haber estado tan absorta en su propio mundo, enrojeció.

—L-lo siento —tartamudeó, irguiéndose—. No pensé... No me di... No me percaté... —comenzó a desvariar, empezando a decir cosas sin concluir ninguna de ellas—. Disculpa.

Y con esas palabras, se marchó al trote por donde había venido. Hasta su andar era nervioso. No pude evitar soltar una risita, aunque luché para que no se me escapara una risotada. Por el sonido, el ruiseñor alzó el vuelo.

Marinette era muy tierna y divertida cuando se ponía nerviosa, pero algún día tendría que vencer su timidez. Quizás necesitara ayuda, pero estaba seguro de que una chica tan buena como ella no tendría grandes dificultades en superarlo. Incluso yo podría ayudarla.

Me sorprendí ante mi reflexión. Más aún cuando me percaté de la tonta sonrisa que tenía en mis labios. El malestar provocado por mi padre se había marchado con facilidad. Miré con curiosidad el camino por el que se había marchado la muchacha con el cabello estrellado, enviándole un agradecimiento mudo, antes de ponerme, por fin, manos a la obra.

Noir, Bleu, CheveuxWhere stories live. Discover now