XXIII

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Livie miró si teléfono una vez más y colocó los dedos en sus sienes para luego levantarse e irse de la cafetería.

Dylan, su compañero de clase, venía hacia su mesa y sabia que no iba a soportar una pelea más en el día.

Las lágrimas querían salir de sus ojos, sabía que estaba haciendo lo mejor para ambos. Y también estaba haciendo lo peor.

Él había dado su corazón en aquellas palabras que ella había leído en su habitación luego de pensar por horas sobre que hacer con aquel anónimo.

Y descubrir en esos pensamientos que estaba enamorada de él no había sido una novedad.

Pero si había sido un golpe a su mente, porque ya no sabía que hacer con su vida. Con su vida amorosa.

Era una mierda.

Descubrir que estaba enamorada de alguien a quien no conocía el rostro había sido un golpe a su razón, a su conciencia, a toda racionalidad que se había escondido en un closet cuando él le hablaba.

Por eso había sentido que tenía que para con esa locura; Livie no quería involucrarse más de lo que ya estaba. Un paso más y se ahogaba en sentimientos tan profundos que nadie podría salvarla. Ni siquiera su propia razón, porque estaría más hundida que con cualquier otro sentimiento.

La hería de sobremanera tener que terminar algo que ni siquiera empezó. Le dolía tener que perder al único amigo que tenía en toda la secundaria, al único que la comprendía y conocía todo lo que ella callaba.

Livie se levantó de golpe de su silla y comenzó a avanzar hacia la salida de la cafetería, los pasillos estaban vacíos y no le importó.

Más sola de lo que ya estaba no hacia mal.

De repente escuchó que alguien gritó su nombre.

Dylan Ruseff la seguía.

Rodó los ojos. No lo soportaba, no podía soportarlo.

Era alguien totalmente insoportable, era alguien repugnante.

Dylan era alguien que no podías tener como amigo, ni siquiera como compañero.

Era simple. Era alguien que destruía todo lo que tocaba, sus tatuajes en los brazos, hasta sobre sus dedos, ese aura de chico malo que no podía evitar ver. Su forma de no parar de fumar cigarrillos sin importar que, su forma de golpear a cualquiera que se le acercara, su forma de ser era algo completamente repugnante.

Livie sabía que Dylan era una persona arrogante, y comprendía porque lo era.

Era demasiado guapo, su cabello rapado por los costados, dejando su pelo color chocolate cayendo a un lado atandolo en una colita de pelo o un simple moño pequeño, su cuerpo enorme y trabajado y esos ojos grises hacían cualquier mujer caiga a sus pies.

Y Livie sabía que él había sido una de sus fantasías desde los trece años.

Pero eso era pasado y ahora mismo lo detestaba como persona.

Siguió caminando sin mirar atrás y como no escuchó nada más suspiro de alivio.

Llegó a un casillero pero unos brazos lograron darla vuelta y unos labios tomaron los suyos con una pasión que arrebataba el aliento. Su aliento.

Sus ojos se abrieron con sorpresa y se vio acorralada en los casilleros.

Dylan la estaba besando.

Dylan, el chico más repugnante que podía existir en el planeta la estaba besando como si fuera el último día de la vida en la tierra.

Dylan tenía ese tatuaje de rosas en su muñeca.

Dylan era Tivie.

Liv. ¡Deja De Coquetearme!Where stories live. Discover now