Kapitel siebzehn

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Todo dio un vuelco desde aquella noche. George no dormía más en la habitación, se mudó junto a Greta. No podía dormir en paz sabiendo que un renegado hijo de Adler Kahler exigía mi vida como justicia por el abandono que sufrió. Él era aliado de Greta y su padre, fue él quien les dijo sobre mi verdadera identidad. Aquella vez en el comedor, el capitán nos hizo creer que él lo había descubierto. No fue así, tuvieron la desfachatez de confiarme su amistad para luego apuñalarme por el frente. George; nunca hubiese sospechado de él. Todo tan estúpido. ¿Qué culpa tengo de que Adler engendrara un hijo fuera del matrimonio y no se haga cargo.

Por otro lado, Zarek no despegaba un ojo de mí. Bajando las escaleras, luego de haberme convertido en una asesina, George disparó en mi pantorrilla. Con suerte, Zarek cargaba consigo su equipo médico y pudo extraerme la bala con ayuda de otro colega de la tripulación quien a la vez auxilió a Greta. El dolor era terriblemente paralizador impidiéndome que pudiera levantarme de la cama. Así pasaron dos semanas aproximadamente. No tuve que cruzarme con quienes me querían muerta. Ninguno estaba dispuesto a someterse a duelo, pues Zarek disparó contra George después que me disparara.

Aquel tiempo en cama pude pensar; no es mi actividad predilecta, pero es lo que puedes hacer sin tener que esforzarte mucho. Zarek estuvo siempre al tanto de los cuidados de mi herida. Aquella noche fue una de las más dolorosas de mi vida; a pesar que lograron embriagarme para reemplazar la anestesia, sentí la furia de mil diablos y la sensibilidad de mil ángeles. Él siempre repetía lo mismo: Todo estará bien, confía en ti. Además de ser mi médico de cabecera, se convirtió en el personaje antilógico quien sin querer imponía acertijos sobre que podía estar pasando por su mente.

En algunas noches mientras logré conciliar el sueño y apartar mis recuerdos, mi compañero de habitación me sorprendió como lluvia en verano.

— ¡Mara!— exclamó sobresaltado.

Preferí no despertarlo. Sabía que él dormía. ¿Soñaba conmigo? Sonreí como una adolescente enamorada. Las contracciones en mi vientre se hicieron presentes después de un largo periodo ausente. Me asusté al saber la causa.

Una mañana, desperté con ánimo. Me levanté de la cama cuidadosamente. Aún me dolía el impacto. Pude notar la claridad bañando el espacio, me acerqué para contemplar su rostro iluminado con aires de bonanza. Dormitaba plácidamente sentado en la silla que aún utilizábamos como bloqueo en la puerta.

Tendí una manta entre la litera de arriba y la mía utilizándola de cobertor para cambiarme de ropa. Ya me había acostumbrado a esta técnica de privacidad. Mientras subía el cierre de mi vestido, noté una sombra cubrir la poca claridad a mi alrededor. Volteé bruscamente.

— ¡Auch! Mara, tranquila.— Zarek frotaba su brazo dolorido.

—Lo siento. No es para tanto. Solo chocamos— reí.

—Ahora, por eso vas a tener que ayudarme en la bodega.

—No me molesta.

Después de desayunar chocolate caliente y un trozo de bizcocho, la cocinera llamó a Zarek para informarle su nueva tarea. Él se encargaba de sacar la comida de la bodega, luego llevarla a la cocina para el almuerzo.

Nunca había bajado más allá del comedor. George decía que el barco era como la tierra; cuanto más bajabas, la temperatura subía debido a que nos acercábamos al fogón.

La bodega era un gran espacio lleno de cajas de madera muy grandes donde se almacenaban las provisiones que se necesitaban para el largo viaje. El lugar era fresco, con poca luz así que tuvimos que encender lámparas a kerosene para alumbrar.

—Bien, señorita Neuman, usted hará un informe de los alimentos que sacaremos de aquí

Asentí. Me entregó un cuaderno donde registraba el día y las cantidades que se sacaban. A George le tocaba el turno de los productos de limpieza y así con otros tripulantes.

La tarea de registrar y quedarme esperando a que él regresara de dejar las cajas más pequeñas hasta la cocina, me aburría. Me levanté de mi asiento provisional. Me dispuse a recorrer los angostos pasillos polvorientos entre pilas de cajas. Encontré un par de bicicletas cubiertas, a decir verdad me llamó la atención.

—Cuando desembarcamos, a veces paseamos en estas.— dijo sosteniendo su peso con una mano sobre el asiento de una de las bicicletas.

—Yo tenía una cuando era más niña. Nunca aprendí a manejar— reí al recordar las caídas— Mi pa... el esposo de mi madre, nunca estuvo contento de que no pudiera manejar una simple bicicleta.

—Tal vez cuando arribemos te enseñe a manejar.

— ¿Cuánto tiempo estarán en puerto?

—Dos o tres días.

Significa que lo dejaría de ver. Me acostumbré tanto a verlo y tenerlo cerca que me aterraba el hecho de que se marche sin retorno. Aferrarse al afecto no más allá de un futuro, es de los peores errores. Yo, ya lo había cometido.

Caminó hasta llegar a una gran pila de cajas pequeñas, se subió a un par hasta alcanzar la más alta. La abrió y regresó.

– ¿Una Fanta?

Asentí y acepté la bebida. Recuerdo las cajas de Fanta que llevaba Adler a casa. En el verano, después del almuerzo, mamá y yo nos sentábamos en las sillas del pequeño comedor del jardín con una Fanta en mano y una historia por contar. Mucho tiempo después, es Zarek Friedman quien se sienta a mi lado narrando con fluidez y soltura pasajes de una vida contraria a la mía mientras oíamos la estación musical con los temas sonados de la época.

Anna Luise, Anna Luise 


Hola queridos lectores, espero gusten del capítulo y que hayan conocido algunos datos culturales de la época. Les dejo música que se oía por esos años. Gracias por leer. Ya saben que los votos ayudan a que la novela crezca, por favor denle ✰ se los agradeceré mucho. ¡Que tengan un buen día!

Al otro lado del Atlántico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora