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Va lento y acompasado, como un par de plumas volando a merced de lo que dicte el viento.

Se pierde y se reencuentra. Baja y sube otra vez.

El aire se vuelve pesado. Ya no respira.

El negro se apodera de todo una segunda, una décima, una centésima vez antes de que el blanco brote como un botón de rosa a mitad de la nada y se quede ciego una vez más; en esta ocasión por la luz.

Los cables van hallando su camino y sus sentidos de nuevo se ponen en marcha. Lento, lento, y luego con más velocidad. Se va abriendo paso la función; el mundo entero entra en reversa y de repente ya no hay más piezas rotas.

La incertidumbre del dónde y el por qué desaparece y él deja de estar a mitad de una nada gris e insípida. Los colores se abren paso. Pinceladas irregulares llenan el vacío de a poco, parsimoniosamente; se forman figuras irregulares e imágenes difusas y entonces, en un segundo, hay una escena. Una calle. Una calle de un lugar que conoce.
Lo sabe, ha estado ahí antes; pese a que los nombres y números no encuentren un orden concreto para formar una dirección o algún pequeño indicio, tiene la conciencia de que ese lugar lo ha visto más de una vez en el pasado, de que ha entrado, como mínimo, una vez a todos los edificios y pequeños comercios de la zona y de que el olor a tránsito y humanidad no le es completamente ajeno.
No le llegan los sonidos, como si estuviera en una clase de película muda.
Pero la película sigue y las imágenes se mueven. La cinta corre.

Siente como el mar de personas chocan con él al intentar pasarlo de largo con rapidez; todos están huyendo del agua que sueltan las nubes negras en el cielo, todos quieren escapar de ese frío que te cala hasta los huesos y el aire helado que te hace doler la garganta. Él no.
MinSeok, a diferencia del resto, está buscando a algo..., a alguien. Y tiene miedo de no encontrarlo.

Pasan apenas un par de segundos cuando siente que por fin puede moverse y lo primero que atina a hacer es correr. El cuerpo le pesa más a medida que la ropa se le empapa, pero en realidad no le importa, simplemente continúa; los músculos ya le arden cuando da vuelta en la doceava calle a la derecha.
Los sonidos regresan para cuando sus ojos se acostumbran a la cortina de agua que le baña el rostro; empieza como un murmullo, pero luego llegan con un tono seco y agudo, como cuando algo te aturde y te deja completamente desorientado por segundos que se miran eternos.

Enfoca la vista: el puente Banpo.

Desde donde está se ve intimidante e imponente, estando por arriba de las aguas desmesuradamente agitadas del río Han. El sonido de las corrientes golpeando y desgarrándose entre sí le perfora el pecho, llenándolo de una ansiedad que está seguro no haber experimentado nunca antes en su vida.
Y el tiempo se ralentiza.
Hay sombras y algo parecido a una bruma desagradable que se empeña en querer quemarle los pulmones. Todo adquiere una velocidad inimaginable y así como lo hace, se detiene. El miedo se vuelve terror.
Sus ojos se están moviendo erráticos de un extrema otro del puente. Van y regresan, se centran en un punto por momentos y luego continúan su camino. Buscando, desesperado. La silueta de los autos cruzando se torna borrosa a medida que éstos aceleran queriendo alejarse de la tormenta que arrecia a cada minuto que pasa y a MinSeok el corazón le aporrea con fuerza el pecho, como queriendo salir y advertirles a todos esas personas que están en peligro; que deben frenar, bajar la velocidad, detenerse. Pero nadie lo escucha ni a él ni sus súplicas mudas.

Lo que sigue es inevitable.

Pasa lo que tiene que pasar.

MinSeok no cae en cuenta de en qué momento ha cruzado la calle en dirección al puente, pero ahora es capaz de verlo todo.

drown me slow; xiuchenWhere stories live. Discover now