Canto XXI

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  Fijos de nuevo mis ojos en el rostro
de mi dama estaban, y el ánimo con ellos,
y abandonado había todo intento otro.

Y ella no reía, mas: Si yo riera,
comenzó, tu te harías cual
fue Semele en cenizas hecha;

porque mi belleza, que por la escala
del eterno palacio más se enciende,
como has visto, cuanto más asciende,

si no se templara , tanto esplende,
que tu mortal poder sería, a su fulgor,
fronda que desbarata el trueno.

Hemos subido al séptimo esplendor
que bajo el pecho del León ardiente
radia ahora mezclado a su valor,

Detrás de tus ojos fija la mente,
y hazlos espejos de la figura
que habrá de verse en tal espejo.

Quien supiera cuál era la pastura
de mi mirada en el beato aspecto
cuando me trasmudé a nueva cura,

conocería cuán me era grato
obedecer a mi celeste escolta,
contrapesando con el uno el otro lado.

Dentro del cristal cuyo nombre porta,
rondando el mundo, de su caro guía
bajo el cual muerta yace toda malicia,

del color del oro donde luce el rayo
vi yo una escala erecta arriba
tanto, que mi luz no la seguía.

Por las gradas descender vi
esplendores tantos, que todo foco pensé
que hay en el cielo, difuso aquí sería.

Y como, por natural costumbre,
juntas las cornejas, al comenzar el día,
por entibiarse agitan las plumas frías;

y luego se van unas sin retorno,
y otras regresan a donde salieron,
y otras revoloteando quedan;

tal me pareció que aquí ocurría
con aquel chispear que descendiendo iba
hasta detenerse en una grada cierta.

Y aquel que cerca de nosotros se detuvo,
tan brillante se puso, que pensando me decía:
Bien veo el amor que emblemas.

Pero aquella de la que espero el cómo y el cuándo
de hablar y de callar, se queda; por lo que yo
contra el deseo, hago bien si no demando.

Mas ella, que mi silencio veía
en la mirada de aquel que todo ve,
me dijo: Suelta tu deseo ardiente.

Y yo comencé: Mis méritos
de tu respuesta no me hacen digno;
mas, por aquella que pedir me concede,

beata vida que te guardas escondida
dentro de tu alegría, déjame saber
la razón de que tan cerca has venido;

y dime porqué se calla en esta rueda
la dulce sinfonía del paraíso,
que abajo en otras tan devota suena.

Tú tienes el oído tan mortal como la vista,
respondió, por eso aquí no se canta
por lo mismo que Beatriz no ha reído.

Abajo, por los grados de la escala santa,
descendí tanto, sólo por brindarte fiesta,
con el decir y la luz que me amanta:

ni mayor amor me movió a ser más presta,
que más y tanto amor aquí arriba hierve,
como el mismo llamear te manifiesta.

Sino la alta caridad, que nos hace siervas
prontas al consejo que el mundo gobierna,
distribuye aquí como tú observas.

Bien veo, dije yo, sacra lucerna,
como libre amor en esta corte
basta para seguir la providencia eterna;

mas lo que a discernir difícil me parece
porqué tú predestinada fuiste sola
a este oficio entre tus compañeras.

No llegué antes a la última palabra
que en ella misma hizo la luz centro,
girando sobre sí como veloz muela;

luego respondió el amor que había adentro:
Divina luz sobre mi se apunta,
penetrando en la que me encuentro,

cuya virtud, con mi visión conjunta,
me eleva sobre mí tanto, que veo
la suma esencia de la cual emana.

De allí viene la alegría con la que flameo;
porque a mi visión, cuanto es clara,
la claridad de la llama emparejo.

Mas aquel alma que en el cielo más se aclara,
aquel serafín que en Dios más tiene el ojo fijo,
no daría satisfacción a tu demanda;

porque se adentra tanto en el abismo
del eterno estatuto lo que inquieres,
que de toda creada vista queda escindido.

Y al mundo mortal, cuando vuelvas,
esto reporta, que no presuma
de acercarse más a tanta enseña.

La mente, que aquí luce, en tierra humea;
por donde considera como podría allá abajo
lo que no puede aunque la asuma el cielo.

Tal me prescribieron sus palabras,
que yo dejé las preguntas, y me reduje
a demandarle humildemente quien era.

Entre dos riberas de Italia se alzan peñascos,
y no muy distantes de tu patria,
tanto que los truenos suenan más abajo,

y forman una giba que llaman Catria,
a cuyos pies hay consagrada una eremita,
que suele dedicarse sólo a latría.

Así recomenzó por vez tercera;
y luego, continuando, dijo: Allí
al servicio de Dios me hice tan firme,

que sólo con viandas de licor de olivo
levemente pasaba calor y hielo,
contento del pensar contemplativo.

Rendir solía aquel claustro a estos cielos
fértilmente; y ahora lo han hecho tan vano
que urge que al mundo se revele.

En aquel lugar estuve yo, Pedro Damián,
y Pedro Pecador fui en la casa
de Nuestra Señora, en la orillas adrianas.

Poca vida mortal me había quedado,
cuando fui llamado y arrastrado al capelo,
que sólo de mal en peor se pasa.

Vino Cefas y vino el gran vaso
del Espíritu Santo, magros y descalzos,
tomando el pan de cualquier albergue.

Ahora aquí y allá quieren quien los calce
los modernos pastores y quien los lleve,
¡tan importantes! y quien de atrás los ensalce.

Cubren con mantos sus palafrenes,
de modo que dos bestias van bajo una piel:
¡Oh paciencia que sostienes tanto!

A esta voz vi más llamitas
de grada en grada bajar girando,
y a cada giro más bellas eran.

En torno a esta vinieron y quedaron,
y echaron un grito de son tan alto,
que no podría aquí abajo nada asemejarse:

ni lo entendí yo; me venció el tono tanto.  

La Divina Comedia - Paraíso (Completa)Where stories live. Discover now