Capítulo 5 (FINAL)

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  Durante la cuarta semana en Venecia, Aschenbach hizo algunas observaciones desagradables relacionadas con el mundo exterior. Primeramente le pareció notar que, a medida que avanzaba la estación, la concurrencia parecía más bien disminuir que aumentar en el hotel. Advirtió especialmente que el alemán iba escaseando, hasta el punto de que llegó un momento en que en la mesa y en la playa su oído percibía sólo sonidos extraños. Un día, en la peluquería adonde iba a menudo, atrapó una frase que le dejó preocupado. El peluquero habló de una familia alemana que se había ido, tras corta permanencia, y añadió, en tono ligero e insinuante: «Usted se quedará, caballero; usted no tiene miedo al mal.» Aschenbach le miró replicando: «¿Qué quiere usted decir con eso?»El hablador enmudeció fingiendo distracción y pasó por alto la pregunta.Luego, cuando Aschenbach insistió más decididamente, declaró que no sabía nada, y, evidentemente desconcertado, procuró desviar la conversación.

 Eso sucedía hacia el mediodía. Después, de comer, Aschenbach se fue por mar a Venecia, a pesar de la calma y del calor, acosado por la manía de perseguir a los hermanos polacos, a quienes había visto tomar el camino del embarcadero con su institutriz. No encontró a su ídolo en San Marcos. Pero, estando sentado a una de las. mesitas instaladas en la parte sombreada de la playa, ante su taza de té, advirtió de pronto en el aire un aroma peculiar. Le pareció que aquel aroma venía envolviéndolo todos los días, sin él haberse dado cuenta; un olor dulzón, oficial, que hacía pensar en plagas y pestes y en una sospechosa limpieza. Lo examinó y reconoció poniéndose pensativo; y, terminando su colación, abandonó la plaza por el lado frontal del templo. Al penetrar en las calles estrechas,el olor se hizo aún más agudo. En las esquinas se veían pegados bandos de alarma, en los cuales se advertía a la población que debía privarse de ostras y mariscos, así como del agua de canales, a consecuencia de ciertos desarreglos gástricos que el calor hacía muy frecuentes.El carácter de tales admoniciones era patente. En los puentes y plazas había silenciosos grupos de gente del pueblo mientras el forastero separaba junto a ellos inquisitivo y caviloso.

 Al pasar junto a una tienda donde se vendían collares de coral y alhajas de amatistas falsas, Aschenbach pidió explicaciones al dueño,que se encontraba de pie en la puerta, acerca del fatal olor. El hombre le miró seriamente y adoptó inmediatamente un tono de forzada alegría. «¡Es simplemente una medida de previsión! », respondió accionando con viveza. «Una disposición de la Policía, que debemos aplaudir. El calor aprieta; el siroco no es bueno para la salud. En una palabra, ya comprende usted..., una medida acaso exagerada.» Aschenbach dio las gracias y siguió. También en el vapor que le llevó a Lido la última vez percibió el olor del desinfectante.

 -Ya de regreso en el hotel, se dirigió en seguida a la mesita de los periódicos, que había en el vestíbulo, y les pasó revista. En los extranjeros no encontró nada. Los diarios, locales contenían rumores, aducían cifras poco claras, reproducían negativas oficiales y dudaban de su exactitud. Así se explicaba, pues, la desaparición del elemento alemán y austríaco. Los súbditos de las demás naciones no sabían nada, sin duda; no sospechaban nada; aún no habían podido intranquilizarse. «¡Hay que callar!»,pensó Aschenbach, excitado, volviendo a dejar los periódicos sobre la mesa. « ¡Hay que guardar silencio! » Y al mismo tiempo, su corazón se sintió satisfecho de la posible aventura en que el mundo exterior iba a entrar. Pero la pasión, como el delito, no se encuentra a sus anchas en medio del orden y el bienestar cotidiano; todo aflojamiento de los resortes de la disciplina, toda confusión y trastorno le son propicios, porque le dan la esperanza de obtener ventajas de ellos. Así, Aschenbach sentía una satisfacción oscura ante los fingimientos de las autoridades de Venecia, ante el secreto inconfesable de la ciudad, que se fundía con el suyo propio y que tanto le importaba no se divulgase. Y eso, porque lo único que le preocupaba era que Tadrio pudiera marcharse. No sin espanto había comprendido ya que no sabría cómo vivir si tal hecho aconteciera.

Muerte en VeneciaWhere stories live. Discover now