Capítulo 3 | Cigarrillo

16 0 0
                                    

22 de abril del 2016

El sudor caminaba por mi cuerpo, sintiendo como las glándulas sudorípicas querian eliminar el calor, mientras que yo lo obligaba a seguir el camino que deseaba. Mis piernas comenzaban a debilitarse, dudando de la posibilidad de seguir moviéndose unos minutos más. Mis pensamientos se nublaron por el dolor de mi cuerpo frágil, y logrando olvidar a Cristal más tiempo del que pensé podría. Nuevamente siento agua recorrer mi cuerpo, pero esta vez fría. La lluvia estaba comenzando a nacer de las tinieblas, continuamente me detengo. Estaba lloviendo de la nada, hace menos de una hora había un radiante sol. Alrededor las personas corrían espantandose de la lluvia, como si fuera algo extraño, carente de nuestra conciencia.

- Al parecer nadie mira el pronóstico del tiempo. - dijo una chica que caminaba en mi dirección. - Dudo seriamente que tu también lo hayas visto. 

Una mujer, con un abrigo negro y cabello corto oscuro, me sorprendió haciéndome notar que no estaba solo. Se veía seria, una leve arruga se notaba entre ceja y ceja, al parecer una persona que le gustaba fruncir mucho el ceño. Sus zapatos levemente gastados en la punta y orillas. La ausencia de jeans, suplantados por un pantalón de tela. Sus puños doblados, dejando ver una blusa blanca también arremangada, la cual tenía leves manchas. Su dedo medio poseía un corte profundo. Sólo mirándola deducí que estudiaba o trabajaba en algo relacionado con la gastronomía.

- Por casualidad, ¿Tienes fuego? - me preguntó luego de no haberle comentado su criterio. De su bolsillo izquierdo saco una cajetilla de cigarrillos, y sus finos dedos retiraron uno de su interior. Me ofreció. Negué con la cabeza.

- Lo estoy dejando.

- Chico sano.

Volvió sus cigarrillos a sus respectivos bolsillos. Parecía un leve furiosa, pero no lo suficiente para que sus labios se fruncieran, ni para que sus cejas se juntarán,  si no para que levantara un pie y luego lo dejara caer levemente, casi como un tic.

Espere que su cuerpo se alejara, pues su presencia me estaba comenzando a incomodar. Pero seguía ahí, mirando a la gente correr del agua, mientras ella mantenía firme su paraguas en mano. Segundos después dobló su vista y logró coincidir con mis ojos, me sorprendió lo profundo de sus mirada color café oscuro casi negro, como dos cuencas sin vida. Me miró de arriba hacia abajo, vio toda mi ropa empapada y el no intentó de protegerme, creí que podía ver todo lo que yo sentía en ese momento, me sentí vulnerable frente a ella.

Levantó la mirada, arrogante y altanera, luego decidió emprender su camino. Caminó recto y seguro, como si todos sus pasos fueran ya premeditados además de listos para atacar. Quede mirándola varios segundos mientras avanzaba hasta que decidí - más por mi salud, aunque también para que Javier no se enojara - dirigirme hacia mi departamento.

Cuando entré al departamento me encontré con la casa completamente a oscuras, las cortinas cerradas, todas las puertas juntas y las luces ausentes de resplandor. Estaba ordenado, probablemente Javier la ordenó antes de salir, puesto que cuando yo me dispuse a trotar el aún no se levantaba. Y de nuevo yo, un maldito flojo, no ayude en nada.

Prendí la calefacción, abrí las cortinas y mire unos cuantos segundos la ciudad que se cernía frente a mi. El piso diez del departamento se encontraba al lado de la universidad. Vivir en el barrio universitario era menos agradable de lo que creíamos al principio, alumnos marchando y fiestas todos los días. Javier siempre ha sido el responsable, así que el mantenía todo a raya en nuestro hogar.

Nuestro apartamento poseía una entrada principal pequeña que se abría directamente con la sala de estar y de fondo se podía admirar la gran ventana que daba hacia el exterior. La cocina se encontraba al lado derecho de la sala de estar, con una encimera de isla que utilizábamos de comedor. Al lado izquierdo estaban las tres puertas donde nuestras habitaciones y el baño formaban parte. Era una lugar pequeño pero suficiente para dos estudiantes.

No era un gran cocinero, y tampoco lo era Javier, por lo que nuestra cocina carecía de algunos alimentos fundamentales que en otros hogares si habían. Abrí el refrigerador con la leve esperanza de encontrar algo para poder saciar mi hambre, encontrando huevos, cervezas, medio queso, una zanahoria, una cebolla y dos tomates. Dude antes de sacar todos los ingredientes y dejarlos en la encimera. Abrí la cerveza y bebí un trago largo. Probablemente le debía una cena como correspondía a Javier por ayudarme tanto en estos últimos días. Entonces, como mis conocimientos en cocina sólo rodeaban los tallarines, me dispuse a preparar lo único que podría quedarme sabroso. El sonido de las ollas y ingredientes comenzaron a sonar, el cuchillo cortando zanahoria, la llama de la estufa prendida a fuego medio y el infaltable sonido del golpe de la cerveza en la encimera.

Cuando tenía los platos puestos en la mesa y los servicios a su lado di por terminado mi trabajo. A los pocos minutos sentí la puerta abrirse dejando ver a un Javier con una cara cansada y con una mochila del doble de su peso. Cuando se dio cuenta de el olor, de la mesa puesta y de mi con un delantal, soltó una risotada que provocó también mi risa, puesto que en verdad me veía un poco ridículo, además, estoy seguro que me parecía a mi madre.

- Así que, cocinaste. - dijo cuando recobró la compostura.

- Pasta a la Bruno. - reí.

- Peculiar.

Reímos unos segundos más de la situación, fue agradable. La risa me encantaba y hace un tiempo se habia vuelto ausente, desde que Cristal había terminado conmigo. La combinación de risas con Javier había sido nada más que formidable, por lo que luego nos preparamos para comer.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Jul 14, 2017 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

No quiero olvidarWhere stories live. Discover now