Capítulo Dos, la formula perfecta

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Creía haber llegado a casa. Azotó la puerta con fuerza. ¿Qué importaba? No había nadie. Como siempre.

Se resguardo en su habitación con un vaso con agua, le dolía la cabeza fuertemente, había tomado hasta perder la conciencia: quería perderlo todo, absolutamente todo. Cada recuerdo de ella, de su familia, de sus momentos con ella.

Le dolía la cabeza.

Esperaba pacientemente a que el alcohol y el humo absorbente de la hierva borraran los brillantes momentos con ella. Pero no avanzaba. Malditamente se quedaba estancado siempre en el mismo lugar.

Comenzó a llorar de nuevo. Como cada noche, cada día, cada momento.

Imágenes de ella gritando, de ella llorando, de sus sangre, de la culpa que lo inundaba todo, del dolor que sentía extinguir la luz dentro de él y le sofocaba pero no le mataba.

Le dolía la cabeza.

El pecho.

Las manos.

El estúpido cabello que ella solía maldecir.

Los ojos le dolían por no poder verla, y temía que eventualmente olvidaría su sonrisa.

Le dolía la cabeza.


Gema bajó corriendo las escaleras del metro, largas como las noches en vela. Se le volvía a hacer tarde. Joana le mataría. Esperaba poder librar el golpe.

En ese momento Joana iba subiendo las escaleras del edificio de la jefa. Aun con un pequeño atisbo de sueño el la punta de sus pestañas. Todo valía la pena si al final del verano tenía dinero suficiente para poder ir a un concierto de SS301.

El chico de la última vez la esperaba pegado en la puerta, con los brazos cruzados y sonrisa en los labios.

—Monir. —Suspiró Joana.

Al final de la noche, el chico se le había apetecido un poco difícil de describir. No era solo guapo, sino que tenía encanto al mirarla con aquellos ojos café y sonrisa calentada en un horno. Sentía que se podría acostumbrar al olor del alcohol en su aliento. Esa misma mañana había decidido no regresar con Terry, acabar con lo que alguna vez tuvieron y comenzar con Monir, esperaba poder conocerlo mejor.

—Ven, quiero mostrarte algo —dijo el chico de los ojos café. — Creo que te va a gustar.

Él extendió su mano para que Joana la agarrara, ella accedió con una pequeña sonrisa. ¿Qué era aquello que le iba a gustar?

Monir la dejó penetrar el departamento de su abuela, para la persona que trabajaba Joana, él le indicó que guardara el mayor silencio. Caminaron sobre piso lustrado hasta llegar a una habitación en donde, supuso Joana, dormía Monir, él cerró la puerta detrás de sí y la guió hasta la ventana.

A ella le comenzaron a temblar las manos más de lo usual. ¿Qué iba a suceder allí?

Él tomó suavemente su otra mano, dirigiéndola al cristal de la ventana. Ella no comprendió lo que significaba al principio.

—Mira lo que hay en el cristal —susurró Monir muy cerca de ella.

Joana miró fijamente el cristal. Se había formado una forma de hielo en ella, un perfecto copo de hielo, circular y bello.

—Vaya —exclamó Joana. — Nunca había visto algo parecido.

—Yo tampoco.

Joana ya escuchaba su voz pegada a su oreja, su aliento chocando con su mejilla.

SENTIMENTALWhere stories live. Discover now