2. Un reto

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La primera vez que leí la carta, pensé que podría ser alguna especie de broma o una tomadura de pelo. Las probabilidades eran muy altas. Pero, ¿y si no? 

Era surrealista.

La Élite se consideraba como la fraternidad más poderosa de la universidad. Por lo que había escuchado, existía hacía unos pocos años. Nadie sabía exactamente quién la fundó, ni cómo se fundó ni cuando. Apareció de la nada.

Tampoco se sabía cómo ni porqué, pero desde entonces, la fraternidad lo controlaba todo. Y lo peor era saber que lo controlaban todo sin que tú supieses quienes eran, cuantos eran, ni lo que eran capaces de hacer. Bueno, sí. Todos sabían lo que eran capaces de hacer. Porque se hacían notar sin siquiera estar presente. Y eso de alguna manera, estremecía las otras fraternidades y a la gran mayoría de los estudiantes de la universidad. 

Y me estremecía a mí pensar que ellos hubiesen puesto el ojo en mí.

La Élite, era la única fraternidad que no tenía por nombre letras griegas como es usual en las fraternidades universitarias. Son la Élite y punto.

Era la única que no utilizaba contraseñas, ni se distinguía por algún símbolo, ni una flor ni nada. Las otras fraternidades tenían sus propios símbolos o contraseñas, para reconocerse entre ellos en las fiestas de fraternidades y las reuniones. Pero ellos no. Porque, como ya he dicho antes, nadie sabía nada de dicha fraternidad. Solo de su existencia.

Y por último, era la única que no utilizaba métodos tradicionales para "reclutar nuevos miembros". Mientras las otras fraternidades "reclutaban" a gente nueva con sus tradicionales novatadas y retos, la Élite no hacía nada de eso. Así que tampoco se sabía cómo reclutaban a nuevos miembros, si es que lo hacían. No se sabía cómo se podía entrar en su "codiciada" fraternidad. Aunque, con aquella carta en la mano, no sé si debería cambiar el "no se sabe" por " yo sí lo sé".

Por lo tanto, la única cosa que tenía la Élite en común con las otras fraternidades era el hecho de tener su propia residencia.

Y las preguntas del millón son: ¿Cómo demonios mantenían su identidad tan en secreto? ¿Y cómo diablos podían tenerlo todo bajo su control sin siquiera dar algún indicio de que nos observaban? 

Nadie tenía las respuestas a esas preguntas.

Pero la gran pregunta era: ¿qué debía hacer?

¿Ir a la residencia de la Élite o llamar a mi madre y decirle que me han echado de la residencia? 

Llamadlo curiosidad, desesperación o falta de tornillo, pero después de pasar casi toda la noche dándole vueltas al asunto decidí que la mejor opción que tenía era ir directamente a su residencia para aclarar mis dudas.

Así que, nada más dar las nueve de la mañana me duché, me vestí, cogí las llaves de mi coche y me tiré una hora dando vueltas con el coche por todo el territorio de la universidad -teniendo en cuenta lo grande que es- en busca de la residencia de la Élite porque ni siquiera tuvieron la decencia de indicarme dónde se hallaba su fraternidad.

Una hora y media y tres mil vueltas más tarde -quizás exagere un poco-, divisé un edificio a unos diez kilómetros de distancia del campus universitario que resultaba ser el edificio que llevaba casi toda la mañana buscando. Al menos suponía que era el edificio que yo buscaba.

Una cosa tenía clara, los miembros o los fundadores de esta fraternidad estaban demasiado empeñados en mantenerse alejado del centro universitario.

El edificio era enorme, pero más que una típica residencia parecía una mansión. Nada más verlo desde fuera, ya me estaba dando la sensación de que aquella casa o residencia estaba hecha para gente con dinero. Y no me refiero precisamente solo a la clase alta. Me refiero a gente con millones y millones de dólares metidos en el fondo bancario.

La ÉliteWhere stories live. Discover now