9. Los árboles negros

34 4 0
                                    

Bennu

El cielo poseía un color verdoso casi cubierto de turbulentas nubes carmesí, yaciendo sobre una antigua ciudad en ruinas cuyos escombros levitaban cercanos a sus estructuras de origen, y en cuyas calles agrietadas crecía una maleza negra que se movía a consciencia como intentando arrancarse de raíz. De sol no había rastro, menos de luna, haciendo imposible saber en que momento del día se estaba, las sombras tampoco ayudaban, pues se proyectaban de una manera antinatural, escapando de una fuente luminosa inexistente.

Una vez más el fénix caminaba memorizando cada rincón de ese espacio desconocido para todos menos para él. Ubicado en aquel lugar del mundo inaccesible y que la humanidad olvidó hace siglos gracias a una energía de comprensión imposible, la cual durante un tiempo pasado se dedicó a moldear un espacio a su modo y a jugar con la vida que antes allí habitaba, haciéndola suya, mutándola y creando todo tipo de criaturas desfiguradas que deambulaban sin un propósito definido. El fénix las miraba con compasión al saber que un alma se encontraba atrapada en esos cuerpos mutantes que no podían controlar a voluntad y que ya hace mucho habían perdido todo rastro de raciocinio y sentimiento.

Un lugar espantoso, tan peligroso como ningún otro, donde todo era posible y con la que ninguna pesadilla se comparaba. El fénix deambulaba por una calle y veía como lo que suponía era una antigua tienda de abarrotes explotaba sólo para volver a rearmarse y explotar otra vez, en otro lado, un edificio se encontraba ladeado en un ángulo imposible sin que nada lo sostuviese y con sus cimientos expuestos, parecía como si sus vidrios rotos cayeran tan lento que no tocarían el suelo hasta varios siglos más. Esta y mil cosas inexplicables veía el fénix, carretas que recorrían su camino solas por unos metros hasta desaparecer y reaparecer donde empezaron, objetos que flotaban, se incendiaban, congelaban o salían disparados como proyectiles, zonas que deformaban el aspecto de las cosas, otras donde la gravedad perdía o aumentaba su efecto, o donde el aire se comportaba como si fuera un medio líquido e inclusive sólido.

La física no tenía sentido alguno y solo los seres que en ese espacio habitaban estaban adaptados a él, algunas anidaban en lugares cerrados y otras eran tan grandes como un edificio. El fénix en muchas ocasiones debía batirse en batalla contra ellos y muchas de las comunes no le generaban problemas, pero cuando iban hacia él en un número que lo sobrepasara no le quedaba otra opción que retirarse, algo que en esa visita no estaba dispuesto a tolerar, pues su misión auto impuesta debía ser cumplida cuanto antes.

Tenía nombre para cada una de las criaturas que residían allí, contando un total de cincuenta y tres especies diferentes con rango de peligrosidad variable. En ese momento cruzaba una calle en las que dos ciempiés lo detectaron y se colocaron frente a él, ambos con una longitud de dos metros, cubiertos de una coraza negra con púas, patas puntiagudas que dejaban marcas a su paso, doble par de antenas y una zona terminal que parecían tres colas terminadas en aguijones. Al posicionarse frente al fénix, abrieron bajo sus antenas un ojo compuesto color rojo y se precipitaron contra él con el fin de devorarlo.

Con rapidez el fénix les lanzó un rayo desde su palma derecha a cada uno dándoles con precisión directo a sus ojos, lo cual los reventó y los hizo chorrear una sustancia amarillenta y viscosa desde las cuencas. Desorientados, se retorcieron y movieron de manera errática, intentando encontrar a al que hace unos segundos era su presa y que esquivaba sus ataques a ciegas sin mayor esfuerzo. Cuando los tuvo a sus espaldas, sin voltearse chasqueó sus dedos y de forma instantánea los insectos gigantes se cubrieron de fuego provocando que soltaran chillidos que en otra época le fueron insoportables de escuchar, pero a los que ahora ya estaba acostumbrado a que retumbaran en su cabeza. Los ciempiés, como todos los otros seres eran en otra época humanos corrientes, y el fénix lo sabía gracias a las letras que poseían grabadas en su vientre, letras que rezaban sus nombres o apodos antiguos.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Nov 03, 2016 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

Past & Future: Los tres pilaresWhere stories live. Discover now