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A partir de entonces y por tres noches a la semana esa escena se repitió con pequeñas variaciones.

Durante el primer mes el encargado continuó molestándome con sus insinuaciones que rebotaban como si de una pared se tratara. Ni mis miradas que podían perforar concreto o el rechazo directo pudieron hacerlo cambiar de opinión, fue sólo su interés en otra muchacha lo que me salvó de esa tortura. Quise advertirle pero ella simplemente no le dio importancia.

Cada cual con lo suyo supongo.

Simón me aclaró después que aquella no era la primera mujer que llegaba para el puesto y pasaba por el mismo tratamiento. Al parecer eran muchas las fanáticas de toda esa onda oscura que anhelaban un supuesto trabajo emocionante en el cementerio y aceptaban sin saber que sólo ordenarían papeles y cobrarían la mensualidad de los familiares que esperaban pasillos limpios y mini jardines libres de maleza.

Me enteré de esos detalles casi sacándole las palabras a la fuerza, podíamos pasar horas codo a codo sin pronunciar ni una sílaba hasta que mi paciencia se acababa y buscaba alguna distracción para evitar dormirme sobre mi trabajo. No había mucho de qué hablar con Simón de todos modos. Él no era una persona muy conversadora y finalmente desistí de ser quien monopolizara toda la charla; si bien escuchar mi voz constantemente llegó a cansarme, más que nada fue su falta de interés en hacer las noches llevaderas lo que me desanimó.

A pesar de eso yo sabía que él estaba atento. Después de pasado un tiempo pude descubrir variaciones en su rostro mientras yo relataba alguna historia. Y fue así como supe que simplemente era un rasgo de su personalidad ser callado, no el intento de ser distante o maleducado.

—¿Por qué le gusta venir aquí a estas horas? —me preguntó un día sin mirarme a los ojos. El rastro de curiosidad en su voz sonaba legítimo y casi impresionado, nunca pensé que esa sería la primera pregunta de esa noche, sobre todo considerando que no me había preguntado algo personal antes.

Pensé en contarle toda mi historia, desde cómo había nacido siendo una hija no deseada hasta la cadena de eventos y un profesor desagradable que me había llevado a donde estaba en ese momento, pero ni él ni yo esperábamos una respuesta como esa.

—Me gusta la soledad... y me gusta cómo se ven las cosas durante la noche. —dije evitando mirarlo tal como él lo hacía, no quería que Simón leyera que además uno de los motivos por los cuales había alargado el tiempo de trabajo era él.

No me gusta Simón. Me intriga. Me intriga como lo hacen las películas de suspenso o esos videos sobre trucos de ilusionismo que sé no son ciertos pero de todos modos llaman mi atención. De pequeña solía resolver misterios inventados por mí en el patio de mi casa y ahora era él uno más de la colección que luego terminaría en mi libreta detectivesca.

Mi experiencia a su lado tenía tantas aristas a medias que incluso llegué a simular haberme equivocado en parte de los datos sólo para tener que volver la noche siguiente. Ninguno de los dos creyó la excusa pero secretamente le agradecí por no haber dicho algo al respecto.

Temía que mi interés se malinterpretara y él decidiera repentinamente que esa noche no quería ayudarme más. El corazón se me aceleró y me arrepentí de mis palabras. ¿Qué pasaba si tomaba literal mi gusto por la soledad? Simplemente podría alejarse sin siquiera necesitar una excusa y yo tendría que aceptarlo como si no me importara.

—Pero no es sólo eso... —agregué dejando el lápiz y las notas a un lado, —también me concentro mejor, siempre he sido de esas personas que trabajan mejor de noche, un ave nocturna le llaman algunos. Ya ve que mucha gente disfruta levantándose temprano, saliendo a trotar o haciendo ejercicio apenas amanece, pues en mi caso es lo contrario... este horario me acomoda, me gusta.

La Primera PiedraWhere stories live. Discover now