Capítulo VIII

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Zigzagueé por las mismas calles que antaño había seguido con sigilo para no ser detectado. Me parecía curioso que, estando tan cerca, nunca las hubiera transitado fuera de mis furtivos seguimientos a la chica ciervo, que solo habían ocurrido un par de veces, contando el que hacía en ese momento.

Pensaba que ese día iría más rápido que de costumbre. Creí que, por todo lo que había sucedido, querría llegar a casa cuanto antes y refugiarse en su habitación para no saber nada más de cualquier asunto, pero cuando la alcancé sus pasos eran tan cortos y lentos que casi me arrepiento de inmediato de haber vuelto a intentarlo. A ese paso iba a hacerse más difícil para mí seguirla sin que ella se diera cuenta.

Pero esta vez no me retiré.

Esperé detrás de un árbol a que avanzara un poco más, y me iba escondiendo cada dos por tres porque sentía que me exponía demasiado. Nada había cambiado desde aquella vez que la había seguido. Ponía un pie delante de otro y tenía los brazos extendidos hacia los lados para mantenerse en equilibrio y, cuando no hacía esto, rodeaba algún árbol balanceándose a su alrededor y dando pequeños saltos cuando se le ocurría hacer otra cosa.

Era intrigante mirarla. Ya no me causaba desesperación ver lo que hacía para retrasar su llegada a casa, sino que surgían más preguntas en mi cabeza. «¿Por qué?». Casi quise correr a preguntarle que, si no quería estar en casa ni en la escuela, cuál era entonces su lugar favorito para estar.

No se la veía alterada por el acontecimiento de hacía un rato. Aunque solo miraba su espalda y estaba bastante lejos, había algo en su figura que transmitía tranquilidad y cierto encanto.

Cuando llegamos al punto en el que antes había retrocedido gracias a mi impaciencia, me puse alerta y esperé un poco a que ella se adelantara para poder mantener el ritmo que hasta entonces había llevado. Dobló otra esquina que se abría a un conjunto de casas más pequeñas que las anteriores, y ella suspiró al ver una casita blanca con ventanas de cristal y una puerta de madera con la pintura agrietada. Solo en ese momento la vi reaccionar de una manera muy particular. Después de ponerse en tensión, Eva trató de tranquilizarse, botándolo todo en un doloroso suspiro que incluso yo, que estaba a una distancia considerable, llegué a escuchar.

A partir de ahí no había muchos sitios en los que esconderme. Me quedé agazapado detrás del muro del porche de otra casa y la vi entrar a un paso aún más lento, si cabe, del que había marcado antes.

Como temía que alguien estuviera mirando por la ventana desde adentro, esperé. Lo que podía ver era bastante oscuro. Eva cerró la puerta lentamente y me obligué a poner más atención la próxima vez. No me había fijado si alguien la había recibido, pero el silencio que siguió a continuación me sugirió que probablemente ella había entrado sola y que así estaría un buen rato.

Me acerqué para confirmarlo. Troté hacia la casa mirando a ambos lados de la calle y comprobé que nadie de otra casa me estuviera mirando. Me asomé en la ventana frontal de la casa con el corazón acelerado y con la frente perlada de un sudor nervioso, con muchos pensamientos asaltándome al mismo tiempo. Ahí adentro estaba oscuro. Me estremecí. El escalofrío que me invadió se debía en parte a que lo que hacía estaba mal, era incorrecto. Pero había esperado un poco más de luz, y al toparme con todo algo totalmente opuesto y pensar que alguien invisible para mí podría estar viéndome desde la penumbra, me aparté con rapidez, espantado, y me agaché bajo el alfeizar de la ventana acristalada. A mis pies había colillas de cigarrillos por montones. El césped de ese lado de la casa estaba un poco crecido, pero la huella humana se hacía sentir por medio de desperdicios de comida, latas y empaques de cigarros arrugados. Se veía un poco como una casa abandonada, pero el resto parecía normal dentro de lo que cabía esperar.

La casa de Eva no era muy distinta a las otras de esa calle. No era la única con la pintura desgajada, las ventanas polvorientas o la puerta desteñida. No estaba en peores condiciones, pero tampoco se veía mejor. De hecho, el toque impersonal y el descuido parecían ser unos de los rasgos comunes en esa vecindad, además del ensordecedor silencio y la marcada ausencia humana en las calles con el pavimento hendido y con abundantes baches. En total, conté un par o dos de autos en una calle de aproximadamente veinte casas.

Tal vez hacía todo esto para no volver a mirar adentro. Quería enfocar mi mente en algo más trivial que la soledad tan deprimente en la casa de Eva, y memoricé cada detalle por si acaso quería regresar después, pero algo me hizo regresar a mi objetivo.

Escuché un ruido seco dentro de la casa. Luego, los pasos pesados de alguien que descendía por unas escaleras, y después un montón de palabras ininteligibles que me asustaron por la brusquedad de su tono. Me asomé un tanto tembloroso, y la vocecita de Eva consiguió que me tranquilizara un poco. Respondía a lo que habían dicho anteriormente, y fue como una melodía en contraste con la de su interlocutor.

—Está bien —fue lo que alcancé a oír por parte de Eva. El resto de la conversación se perdió entre gruñidos y un portazo en el piso inferior.

No podía quedarme mucho más. Mamá se preguntaría adónde había ido y yo no tenía intención de contarle nada de esto a ella. Me incorporé y, aún tratando de mantenerme lejos de la ventana, me alejé un poco encorvado, deseando poder arrastrarme como un gusano lejos de ahí. Me sentía terrible por haber hecho lo que había hecho. Sabía que no estaba bien, pero la incertidumbre por lo que Eva vivía en esa casa me carcomía por dentro y sabía que mi consciencia no podría detenerme de regresar ahí la próxima vez.

Al salir del jardín y mirar atrás, por primera vez me preocupé un poco por Eva, y esperé que ella estuviera bien.

¿Pero cómo podría desearlo, si antes había sido parte de las voces que gritaban que nadie la quería?

Alguien había persuadido a todos de que Eva había dicho algo malo sobre todo el curso y ellos, enojados por ello, habían hecho una especie de complot en su contra para hacerle saber que no era bien recibida en ese lugar y que, si se iba, todos estarían mucho mejor.

Incluso habían hecho pancartas, y la situación había durado demasiado hasta que la directora apareció para detener aquel desorden. Recordarlo en el momento en el que me iba me produjo ganas de vomitar. Vituperar a alguien de esa manera resultaba terrible visto desde la distancia, y al ver que la sonrisa de Eva no flaqueaba ni siquiera para con uno de sus atacantes nos hacía quedar a todos los demás como la peor basura.

La peor basura.

¿Qué era eso para ella? ¿Quién?

EvaWhere stories live. Discover now