Un ángel cayó del Cielo...

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Julián estudiaba con ahínco sus materias. En su habitación, había libros sacros apilados aquí y allá, junto con cruces y cuadros de santos colgados en las paredes. Nadie en su familia aceptaba su decisión, y el mayor apoyo que había conseguido, había sido comentarios de incredibilidad y unos pocos de admiración. Nadie le había dicho que había elegido bien, pero él sentía en el alma que aquel era su camino, que había nacido para ser padre. No era fácil, estaba solo y había mucho por hacer y mucho por sacrificar. Sin embargo, no se veía haciendo otra cosa. Entregarse para salvar las almas de los demás... sonaba tan poético y heroico. ¡Lo haría y nada lo detendría! Ya había hecho votos de castidad y de humildad. Sería puro hasta el final de sus días y ayudaría a tantos como pudiera, sin importar quiénes fueran, de dónde vinieran o a dónde fueran.

Estaba terminando de estudiar uno de los sermones del Nuevo Testamentos, uno que hacía mucho énfasis en el perdón y la redención, sentado frente a su austero escritorio en su igual de austera habitación, cuando sucedió. Hubo un súbito crepitar de vidrios rompiéndose, un golpe seco contra la pared y luego sobre su cama. Algo había roto la ventana, se había estrellado con fuerza contra la pared opuesta y había caído sobre su cama. Algo que parecía un adorable chico de cabellos blancos y ojos grises con alas en la espalda.

No, no parecía un adorable chico de cabellos blancos y ojos grises con alas en la espalda. ERA un adorable chico de cabellos blancos y ojos grises con ALAS en la espalda.

«Así que la castidad puede volverte loco».

Después de sobreponerse a la impresión causada por las bellas alas blancas que se desprendían de la espalda del chico, lo siguiente que notó Julián no fueron los bellos y perfectos rasgos de su rostro o los delicados brazos con las gráciles manos que arrancaban los pedazos de vidrios desperdigados por su cuerpo. No, Julián era un alma servil que se dedicaría a ayudar al prójimo, sin importar que este fuera hombre o mujer, creyente o ateo, inocente o culpable... Con alas o sin ellas. Lo siguiente que notó fueron las heridas. De inmediato, se levantó y fue a buscar su equipo de primeros auxilios.

Aquella noche aprendió a curar a un adorable chico de cabellos blancos y ojos grises con alas en la espalda que había caído del Cielo directamente sobre su cama. Y también aprendió que la castidad era un sacrificio demasiado grande.

«Está como para chuparse los dedos... Y yo a un paso de obtener la sotana».


Un ángel cayóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora