Tu que vives y reinas

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Cassiel desapareció tan repentinamente como había aparecido. Hacía una semana y tres días que se había marchado. Julián se sentía horrible al notar que estaba contando los días y que miraba con frecuencia la ventana que alguna vez Cassiel destrozara, y que él terminara reparando. Esa noche, como muchas otras, se había asegurado de dejar la ventana sin cerrojo antes de acostarse, para que Cassiel no tuviera que romper otra ventana para entrar. En el fondo, solo quería asegurarse de que el ángel no se lastimara al entrar, pero no lo iba a aceptar. Tampoco quería tener que arreglar la bendita ventana una vez más.

Trataba de encontrarle el lado bueno a la ausencia del ángel. Por ejemplo, podía volver a dormir en su cama, retomar sus estudios con mayor intensidad, y disfrutar de la privacidad y el descanso que antes no tenía. Además, había menos desorden y ruido en la casa. La lista de beneficios era interminable, pero Julián no estaba feliz.

Una semana y tres días sin Cassiel en su hogar. Se revolvió en la cama y tomó el reloj... Doce en punto.

Una semana y cuatro días sin Cassiel molestándolo.

Doce días extrañándolo.


Cassiel vagaba por las calles, sin tener un lugar a donde ir. Se había llevado consigo un largo tapado para ocultar las alas en su espalda, aunque trataba de no ir por lugares muy transitados. Aquellas dos semanas no habían sido agradables para él. No necesitaba dormir ni comer, pero le agradaba actuar como humano, y extrañaba el olor de las sábanas de Julián.

Tenía muchas dudas en cuanto a su supuesta caída. Es cierto que había coqueteado con Miguel y medio mundo angelical, pero el Gran Jefe nunca le había regañado por eso antes de encontrar a Julián y comenzar a seguirlo. Se había propuesto ayudar al joven aspirante a padre, no porque apoyara su decisión, sino porque creía que se vería lindo con sotana. El Gran Jefe le había insinuado la posibilidad de salir del Paraíso para estar con el hombre, pero Cassiel sabía que eso sería como caer, y él no quería ir al Infierno. Extrañaba a su hermano, pero nunca se habían llevado bien.

Le dolía que lo hubieran echado, pero no le había importado cuando se encontró con Julián. Pero Julián le había dicho que se fuera al Infierno. Si se lo hubiera dicho con otro rostro, con otros ojos, tal vez Cassiel no se lo hubiera tomado a pecho. Pero el odio en los ojos de Julián había sido tan grande. ¿En verdad lo estaba molestando tanto? ¡Entonces, Cassiel entendió! Todo ese odio no iba dirigido a él. Cassiel simplemente estaba allí para recibirlo. Julián no lo odiaba.

-Tiene que disculparse -sentenció Cassiel-. Volveré ahora mismo.

-¿Volver a dónde, querido hermano? -La voz retumbó en sus oídos, sin que el dueño se hiciera visible-. Al Cielo no te permitiré volver. Vendrás conmigo, a mi acogedor Infierno.

Lucifer se apareció ante él como un hombre de negros cabellos y mirada de un azul muy oscuro. Su caminar cadencioso y elegante semejaba al de un gato. Cuando llegó junto a Cassiel, le sonrió como solo el Portador de Luz podría hacerlo y, de un movimiento, le arrebató la prenda que ocultaba las maravillosas alas. Con un dedo helado, acarició el rostro de su asustado hermano.

-Qué bonitas alas, hermano...

-Luzbel... Yo... Yo no quiero ir contigo -tartamudeó.

-¿Qué deseas? ¿Obtener el perdón acaso? -preguntó su hermano con sorna.

Cassiel se paralizó ante esa pregunta. No, no quería el perdón. Quería que Julián se disculpara y que lo acogiera en su casa. Quería vivir feliz para siempre con él, como había visto en una de esas películas que Julián rentaba a costa de sus superiores. Cassiel quería estar con Julián.

-Tú quieres quedarte -afirmó Lucifer.

Cassiel asintió con timidez, sintiendo que su rostro ardía de la vergüenza. De repente, comprendió lo que el Gran Jefe había visto en la obsesión de Cassiel por Julián. La meta nunca había sido mandarlo al Infierno desde un principio. Lucifer estudió las reacciones de su hermano y apretó los dientes. Su hermano quería quedarse en la Tierra, pero esas alas...

-En verdad, son unas alas preciosas, hermanito. -Sujetó una con cada mano-. ¡Me las quedo! -Tiró de ellas con mucha fuerza, arrancándolas de un solo golpe.

El grito de Cassiel desgarró la quietud de la noche.

-Ahora, no podrás ir ni al Cielo ni al Infierno. Espero que disfrutes tu estadía en la Tierra.

Lucifer se marchó, dejando a su hermano en un mar de lágrimas, dolor y sangre.

Un ángel cayóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora