4 El Continente Perdido

13.6K 47 0
                                    

Tal y como había imaginado, la Mansión de las Sombras fue todo un éxito, y no había nadie en todo el instituto que no conociera el lugar y hubiera estado, o quisiera ir a él. Pasé todo el fin de semana tratando de olvidar la voz, las imágenes, a Hugo y la última mirada de Alejandro, pero todo ese esfuerzo cayó en picado nada más llegar al instituto, ya que lo primero que oí fue: “¡Lo que te perdiste!” “¿Cómo pudiste irte?” “¡Es lo mejor que ha llegado nunca a Cartagena!”.

Sólo había una persona que no hablaba de eso y que parecía tan molesta con tanta buena publicidad sobre la Mansión como yo: Yamilé.

-        Parecen borregos -comenzó a decirme nada más sentarnos en Historia-, a muchos seguro que ni les pareció tan alucinante, pero como todo el mundo habla maravillas del lugar, ¡pues a repetir como loros las mismas alabanzas!

-        Seguramente -apoyé-, porque lo que no entiendo es que digan que la visita guiada fue increíble; ¿qué puede tener de increíble una tienda?

Pero por lo visto éramos las únicas que pensábamos así, también era cierto que fuimos las únicas que nos fuimos pronto; sin embargo, tanta euforia me pareció exagerada. Aunque a mí lo que realmente me preocupaba en ese momento era mi salud mental, estaba más que claro que a nadie le ocurrió nada malo en la Mansión, más bien al contrario, y sin embargo, todo me había parecido muy real. Mordí el tapón del bolígrafo por los nervios de la incertidumbre, por no saber si estaba al borde de la  locura o si bien era capaz de escuchar los pensamientos de uno de los socios de la Mansión. Pero, ¿por qué sólo los de él?

El recreo llegó de improviso, mis preguntas sin respuesta me devoraban, y las clases volaban sin que apenas notara el paso del tiempo. Me sentía como si anduviera en medio de dos mundos: el de fuera, que era absolutamente normal, y mi mundo interior, en el cual todo era confuso y un halo de peligro circulaba a mi alrededor.

Como tanto Yamilé como yo estábamos hartas de oír hablar sobre la Mansión, dejamos nuestras cosas en el banco donde estaban todos sentados y fuimos solas a la cantina. Me pedí mi pizza de atún para no variar, pero Yamilé se dejó la cartera en el banco. Como yo no llevaba dinero para prestarle, se fue a por él mientras yo cogía una mesa alejada del resto. No le había dado ni tres bocados a la pizza cuando Alejandro se sentó al lado mío.

-        Qué aproveche -fue su saludo-. ¿Te molesta que me siente a tu lado?

Me quedé momentáneamente en blanco. El chico me miraba de nuevo con amabilidad, sus ojos eran suaves y tan hermosos como la primera vez que lo vi, tenía el cabello un tanto desordenado, seguramente por la moto, y vestía con unos vaqueros negros, botas del mismo color y jersey fino blanco.

-        Sí, o sea no, no me importa –farfullé, aunque realmente no importaba lo que le dijera, puesto que ya se había sentado-. ¿Qué haces tú aquí?

-        Recordar mis años de instituto –alcé las cejas incrédula y él sonrió-. En realidad quería saber qué tal estabas, te fuiste con mucha prisa de la Mansión.

Vaya, esto sí que no me lo esperaba -pensé sorprendida-, y menos después de la perturbadora mirada que me echó.

-        Oh, pues estoy bien, me mareé y ya no tenía ganas de estar allí. Eso fue todo -mentí mirando la pizza, la mirada de él era demasiado penetrante como para aguantarla, y menos mientras mentía.

-        ¿Eso fue todo?-preguntó achicando los ojos con sospecha-. Me pareció que estabas demasiado alterada para un simple mareo, ¿seguro que no ocurrió nada?

-        No, ¿qué otra cosa podría ocurrir?-estaba segura que dijera lo que dijera en respuesta no se acercaría a la verdad.

-        Eso es justo lo que pretendía saber.

El Principio del Fin (libro 0 de la saga La Orden del Sol)Where stories live. Discover now