Capítulo 31 Dejando el bosque

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Ruu entró con parsimonia a la choza de Breda y la inspeccionó con una rápida ojeada. Era pequeña y estaba toda cubierta por musgo, hojas y flores silvestres. Los muebles, si podían llamarse de ese modo, eran parte del árbol donde la casa se había construido, y el suelo era una alfombra acolchada de musgo y hierba esponjosa.

 Los muebles, si podían llamarse de ese modo, eran parte del árbol donde la casa se había construido, y el suelo era una alfombra acolchada de musgo y hierba esponjosa

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Breda lo esperaba sentada sobre una cama de hojas. Tenía las cejas enarcadas y reprimía algún que otro bufido.

-Siento mucho haber desbaratado la tradición.-mintió el ratón.

Notó cómo la duende apretaba sus manos rugosas y él rió para sus adentros.

-Breda está impresionada.-admitió ella.-La última vez que un extraño intentó cruzar la pasarela, jamás salió del estanque.

Ruu perforó los ojos en forma de nuez de Breda intentando averiguar si esa era solo una mentira más de los duendes o una terrible verdad.

-Yo lo he cruzado, así que me darás la brújula, ¿verdad?

-Claro, claro. Breda te la regala si quieres. Los duendes de Risus no la necesitamos para movernos por él.

La mujer empezó a rebuscar entre las capas de musgo de la casa mientras Ruu la observaba. ¿Que los duende no se perdían dentro del bosque?

-Broog es un duende y tampoco sabía si el norte realmente lo era.-terció.

Breda dejó de buscar y se quedó quieta, de espaldas como estaba.

-Los duendes que viven en el bosque adquieren una capacidad innata para desplazarse. Pero si lo abandonas, esa habilidad desaparece con el tiempo, se atrofia.-Breda se dio la vuelta y señaló al ratón furiosa.-¡ESO ES, SE ATROFIA! ¡COMO ESE VIEJO TRUHÁN!

En aquel momento, Ruu no supo dónde esconderse. Parecía que la esposa de Broog estaba pagando con él que el duende se marchase hace veinte años. Pero Breda volvió a sus labores en busca de la brújula.

-Ese vejestorio... marcharse así cuando el bosque estaba rodeado de demonios...-mascullaba.

El mestizo palideció al oír eso.

-¿Demonios?-inquirió.

-¡Oh, sí! Esas criaturas no se atrevieron a entrar al bosque, ¡pero Broog decidió salir del bosque a pesar del peligro! 

Para Ruu, aquella información era valiosa. Desconocía por completo la razón de que el duende estuviese encarcelado en La Montaña Prohibida, y ahora, gracias al chismorreo de su esposa, lo sabría. Aunque a decir verdad, solo le interesaba saber la causa de por qué él había tenido que soportarlo durante doce años.

-¿Por qué se marchó?-preguntó el roedor.

-¡Eso es lo peor de todo!-vociferó la anciana indignada.-¡Escribió una nota diciendo que quería ver mundo, que quería un cambio de aires y que no lo esperásemos!

El Cazador de demonios (libro II) HecatombeWhere stories live. Discover now