Dianne.

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  Escucho el tono de mi celular bajo mi cabecera que indica que debo levantarme y empezar el día. Levanto mi cabecera y apago esa alarma que tanto se empeña en interrumpir mi descanso. Me vuelvo a tirar en la cama, rendida por el sueño que tengo. Quizá el sueño ideal de esta universitaria responsable pueda esperar cinco minutos más mientras duermo.


  —Dianne, debes levantarte, eres la única que falta para que desayunemos -escuché la voz de Amy, también empeñada en interrumpir mi descanso.


  —Ya voy, mamá.

  Escuché su risa y luego el sonido de la puerta cerrándose. Sabía que no tenía más que hacer que levantarme, ya que seguramente fue a buscar un vaso de agua para que termine por salir forzádamente de la cama.

  Solté un suspiro y me destapé de la sábana, frazadas y cobertores y me levanté de mi acogedora cama. La ordené y me dirigí a mi clóset.

  Me vestí con una gabardina marrón claro delgada y unas panties del color de mi piel junto a unos botines de tacón alto del color de mi abrigo.

  Me situé frente al espejo y vi unas terribles ojeras adornando mi cara. No tuve de otra que maquillarme, pero lo justo y necesario, sin llegar a exagerar. Peiné un poco mi ondulado pelo castaño y alisé mi flequillo.

  Salí de mi habitación y me encontré con las caras impacientes de mis compañeras en la mesa, esperando por mí para por fin tomar desayuno.

  Atravesé el comedor con mis tacones resonando con el piso hasta llegar a la mesa donde todas se encontraban y las saludé una a una con un beso en la mejilla. Tras rodear la mesa con los saludos, llegué a mi puesto de hoy y me senté.


  —¿Por qué será que te cuesta tanto levantarte, Dianne? ¡Siempre acabas siendo la última! -se queló Lindsey, mi dulce amiga pelirroja de ojos color miel verdoso, mientras se levantaba y buscaba el hervidor de agua.


  —Quizá porque me gusta aprovechar mis horas de descanso -Lindsey me sirvió agua-. Gracias.


  —¿Tus horas de descanso? -saltó al tema Barbie, la irónicamente modelo de pasarela rubia con ojos azules, pero a pesar de ello es distinta a la muñeca, psicológicamente-. Duermes lo mismo que un bebé.


  —¿Qué tienen contra mi tiempo de descanso? -pregunté, haciéndome la ofendida.


  —Nada, sólo queremos desayunar sin apuros -me contestó Lindsey.

  Al parecer, hoy había sido mi turno de ser regañada y recibir las quejas de mis compañeras. Se había vuelto algo casi rutinario que nos divirtiéramos cada mañana tras "atacar" a alguna de nosotras con algún tema, es parte de nuestra amistad.


  —Tendrás que empezar a levantarte más temprano, Dianne -comentó Amy, que se había mantenido serena y callada. Creí que me había librado de ella-. Este fin de semana tendrás que acompañarme a casa de mis padres.



  —¿Y a qué se debe el honor? -Pregunté con sarcasmo. Mañana sería el cumpleaños de ella, así que iría a casa de sus padres para que celebren juntos. Cada año iba sola, así que me extrañó que me hubiese invitado.

Sweet Promises.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora