PARTE 1

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Al abrir mis ojos, una brisa me envolvió muy suavemente. Sentía el olor del mar, de la arena y un ligero aroma a velas perfumadas. Volví a cerrar los ojos y el olor se intensificó. Alcé la vista y despejé mis dudas; me encontraba en una casa desconocida, agarrada a unas sábanas blancas que olían a nuevas. 

Mis manos estaban tensas y mi pelo, lleno de nudos y un poco mojado. El viento iba secando poco a poco los últimos mechones rebeldes. Desde bien pequeña he tenido el pelo bastante corto y nunca han sido un problema los nudos, pero mi pelo estaba encrespado y alborotado y desconocía la causa.

Me levanté con el corazón en un puño, intentando recordar. ¿Sufría de amnesia, quizá? Mis ojos observaban desde objetos grandes, hasta el ínfimo detalle de los mismos.

En frente de la cama, había unos ventanales enormes con vistas al azul mar, aunque dejaban ver un poco la arena que rodeaba la casa. Una vez de pie, observé que prácticamente toda la habitación era de madera y con detalles innegables que hacían que pudiera afirmar que era una casa de vacaciones: la poca ropa del armario abierto, las estatuas diminutas de recuerdos de viajes, unos pocos pintalabios color fresa en la mesita...

Antes de salir del dormitorio, quería asegurarme de ir vestida, por si había alguien más en aquel lugar. Al bajar la vista descubrí que tan sólo vestía un biquini dorado. La tela era rasposa, tenía pegada purpurina dorada. Era de mi estilo, pero estaba segura de que no era mío. Al examinar el armario, encontré prendas escotadas y demasiado playeras para mi gusto. Me decidí por un vestido blanco y me maquillé un poco por si parecía muy niña con éste. Me fui descalza porque los zapatos no eran de mi número.

Al salir, vi un amplio pasillo lleno de puertas. No las conté pero habría unas 23. Mi instinto me dijo ''corre'' , pero mi parte racional me dijo ''quizá esto no sea tan malo''. El suelo era parqué y las paredes de un azul muy claro, como parecido al turquesa. Las puertas blancas y todas iguales. Había dos abiertas. Al final del pasillo, a mi derecha, había una especie de terraza enorme y a mi izquierda, una especie de salón.

Decidí ir por la derecha, por si quería salir corriendo. Mi corazón me advertía de mi miedo a ello y latía, cada vez, con más intensidad. Mis pasos no eran precisamente firmes, pero me reconfortaba el agradable olor de aquella casa.

Al llegar a la terraza vi a un hombre y a una mujer. Estaban sentadxs, parecían estar hablando sobre algo importante, así que antes de irrumpir decidí escuchar un poco:

-Supongo que no les parecerá tan mala idea después de todo-dijo el hombre con media sonrisa.

-No debería. Su diferencia de edad tampoco es tan grande y si lo miras bien, igual les hacemos un favor-contestó la mujer.

-Pero me da la sensación de no estar haciendo lo correcto, -soltó la taza en la mesa- quizá les obligamos a hacer algo en contra de sus principios.

-Les elegimos precisamente por sus principios-le interrumpió ella.

-Pero todxs ellxs tienen ideas diferentes y no podemos esperar que las expresen porque sí ante un grupo tan numeroso de gente. Aunque depende de cómo se mire... No, no es tan numeroso. A ver, Marta piensa, ¿en cuántas fiestas has estado?

-Yo...-quiso empezar la mujer.

-Muchas, -interrumpió él- muchas más de las que recuerdes en estos momentos. Pero claro, Marta, si piensas la gente que normalmente hay en una fiesta... ¿Con dos personas ya puede ser una fiesta?

-Eh...-quiso volver a empezar.

-Pues no, Marta. Con dos personas eso se denomina cita. Pero por ejemplo, tú y yo no estamos ni en una fiesta ni en una cita, ¿me equivoco Marta?

SIN SENTIDOWhere stories live. Discover now