La Carta

8 2 0
                                    


Francia, agosto 1941

Querida Feliciana:

¡Qué bien que he conseguido papel para poder escribirte! He recibido tus cartas de respuesta de los días 6 y 12. También he recibido la foto que te pedí. No creía que pudieras estar más guapa de lo que eras, pero la fotografía dice lo contrario. Tal vez es que llevo mucho tiempo sin verte y por eso pareces aún más atractiva , aunque no estoy muy seguro. Hasta ahora no tenía nada sólido para poder verte, pero que sepas que tu imagen estaba en mi mente siempre. He leído las cartas, y veo que te gustaría saber por dónde ando, dónde he estado últimamente, así que te lo diré.

Ahora mismo estamos en un pueblo en Francia. No me preguntes cómo se llama, ninguno de nosotros se acuerda. La gente aquí es bastante más amistosa y hospitalaria que en algunas partes de Bélgica. Hemos hecho todo un trayecto a pie, desde Polonia hasta aquí.

Claramente hicimos varias paradas, y en Viena pude comprarte unas telas que me recordaron a tus ojos nada más verlas. Son preciosas, al igual que tú. Espero que te sirvan, a mí me ayudaron a recordar tu cálida mirada, cosa que me ha ayudado a mantenerme vivo desde que me llamaron a filas.

Este pueblo es precioso. Llevamos dos días aquí, esta tarde partiremos hacia París. Con suerte, llegaremos antes de que oscurezca del todo. Sólo hemos hecho una travesía de noche, y te aseguro que es horroroso, sobre todo entre los bosques.

Es precioso ver anochecer aquí. El sol dibuja trazas naranjas por todo el cielo, y a veces parece que la ciudad está en llamas, como si fuera una gran hoguera que calienta las noches. Hay algunas casas destrozadas por los bombardeos, y da la sensación de que están hechas de cartón. La luz rojiza del cielo quema sus bordes, chamuscándolos y arrugándolos. La luz naranja se va volviendo rosa, y luego morada hasta que llega a un tono azul marino oscuro. Es precioso ver los cambios de color, le dan vida a este sitio. Como he dicho antes, la gente es muy hospitalaria, pero el pueblo es bastante pobre.

De todos modos, no puedo parar de pensar en ti, mi cielo, y en mi hermano. ¿Sabes algo de él? Desde que le enviaron a Varsovia no he tenido noticias suyas. ¿Y qué tal está tu hermana? ¿Y Antonio? ¿Le han llamado ya a filas o al final se ha apuntado él como voluntario? La última vez que charlé con él no paraba de hablar de que quería alistarse ¿Lo ha conseguido? Si es así, espero que esté bien.

Bueno, y lo más importante, ¿cómo estás tú, cariño? Ahora mismo tengo unas ganas de abrazarte, de cubrir tu cuerpo con mis brazos mientras te apoyas en mi hombro, como sueles hacer, de pasar mis dedos por tu suave cabello, de ver tus ojos en persona, fundirme en tu mirada, que parece que guarda el brillo de las estrellas, que lo protege. Respóndeme a algo, mi amor, ¿cómo se puede ser tan bella? En todos los aspectos, eres hermosa. Y te echo tanto de menos, me haces tanta falta... Quiero que cojas mis manos en las tuyas, que me mires a mis ojos y con mirada firme digas que estás aquí. Que me susurres al oído que todo está bien. Que nada malo te acecha. Quiero que me digas que todo está bien, y si no es así, que me lo hagas saber. Así podré ayudarte, porque sabes que haría cualquier cosa por ti.

En los caminos por lo que he pasado todo está muy frío y sombrío. Los árboles están sin hojas, el viento se las ha llevado. La tierra está seca, el mar nervioso. Los ríos tiemblan, al igual que las montañas. Todo es muy frío y solitario, sólo se oyen los tanques marchar junto al sonido de nuestras desgastadas botas al golpear contra el barro. La muerte impregna el aire con su hedor. Entre todo ese caos, a veces miro al cielo. Y veo el sol asomarse tímidamente entre las nubes. Me recuerda a ti. Saliendo de detrás de un precioso manzano del jardín en días de verano, tímida y con tus mejillas sonrojadas. Cuando tu recuerdo llega a mi corazón, todo se ve más claro. Los árboles parecen más marrones que grises, y pequeñas hojas se dejan divisar entre sus ramas.

Cuando estoy agotado después de un día agotador, miro a las estrellas de la noche. Me sorprendo al ver lo poco que brillan comparadas contigo, con tu pureza, con tu belleza, con tu amor. Aunque hay algunas más brillantes que otras. Quiero extender mi mano, y cogerlas para ti.

Pero entonces veo mis manos manchadas de barro y sangre. Veo que son impuras. A veces creo que no te merezco. No merezco alguien tan maravilloso. Y nunca voy a poder bajar las estrellas, ni el sol. Luego comienza a llover. Las gotas de agua caen, y a veces me parece ver tu mirada en ellas, aunque está triste, tus ojos están húmedos. Y alargo mis dedos intentando secar tus lágrimas. Pero no puedo. El agua limpia mis manos. Es como si la lluvia fuera en verdad tus lágrimas. Hace que mi piel se suavice y parezca pura. Me alegra pero al mismo tiempo me entristece, porque pienso en ti y te imagino sufriendo, derramando lágrimas sobre la mesa del comedor, mientras algunas gotas caen sobre la suave tela de tu vestido.

Mi pecho se oprime cada vez que ese pensamiento cruza mi mente. Te amo, Feliciana.

Pronto te volveré a escribir, si consigo más papel. Hasta entonces.

Atentamente,

Tu Ludwig.


Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jul 25, 2016 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Letters|Hetalia Fanfiction| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora