El hijo de Fausto

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Epílogo

Fausto bajó de la camioneta y entró en la casa. Parecía ser que Alba había subido a su cuarto, así que él se dirigió a su despacho.

Sus ropas estaban completamente limpias, porque con tanta práctica ya sabía cómo manejar la sangre para que no lo manchase. No sentía remordimiento alguno por lo que había hecho, además hasta lo consideraba justo. Hacía tiempo que no realizaba algo semejante, y ahora se sentía verdaderamente satisfecho.

Al llegar a su despacho se acercó a la biblioteca y tomó un álbum familiar que estaba escondido en la punta de una de las estanterías más altas. Tomó asiento en el sofá victoriano y directamente abrió en una de las primeras hojas. Una fotografía bastante vieja mostraba a un pequeño bebé que no parecía tener más de cinco meses, el cual estaba durmiendo en un pequeño catre rústico.

Sacó la fotografía de la bolsita de papel que lo protegía y la colocó a su costado. Dio vuelta la página e hizo lo mismo con todas las imágenes de aquél bebé tan pequeño.

Por primera vez desde hacía mucho derramó una lágrima. Extrañaba mucho a su pequeño hijo.

Fue un viernes a la noche cuando el bebé nació. Estaba en perfectas condiciones, algo que les sorprendió mucho a los médicos ya que la madre del niño se había enfermado durante un largo período del embarazo. Fausto, quien había estado tan preocupado como nunca, le suplicaba a Dios que todo saliera bien y que nada les sucediera a aquellas dos personas que tanto amaba, pero éste dios del que todos creían le falló.

Por la mañana, cuestión de unas nueve horas después de que el bebé naciera, su esposa falleció por causa de una infección repentina, dejándolo solo en el mundo con aquél niño del cuál no sabía cómo encargarse. Él siempre tenía largas jornadas de trabajo, algunas veces ni siquiera regresaba a la casa y por esa razón tuvo que contratar a una niñera que se encargara del pobre niño.

Los meses fueron pasando y el trabajo lo consumía más y más, esta vez haciendo que por semanas no fuera a la casa. Por esa razón, también se enteró tarde que su hijo había fallecido.

Al parecer y tal como le contó la vieja mujer que cuidaba al bebé, éste había querido bajar al suelo (ya que se encontraba en la edad de querer gatear) y, torpemente, estrelló su cabeza con el suelo tan fuerte que la sangre manchó la mayor parte de la alfombra. Como ella había dejado al niño allí durmiendo, decidió que podía ser el momento de tomar una siesta. Luego se despertó para ver cómo se encontraba el bebé, pero en vez de eso descubrió la desastrosa escena.

Los lamentos de la niñera no le bastaron al furioso hombre, quien solamente pudo ahogar sus penas en el alcohol, que hizo que cometiera cosas horribles: tales como asesinatos.

La primera víctima no fue ni más ni menos que la señora esa que "cuidaba" a su hijo. La sorprendió una noche cuando la mujer bebía un trago en un bar cercano a su casa. Justo en ese momento se le cruzó la idea de que tal vez la mujer estaba borracha en el momento de dejar al bebé solo en la cuna.

Esperó a que saliera del bar y la siguió hasta que llegó a un lugar perfecto donde no circulaba ni una sola alma y había escasa luz. Juró que nunca olvidaría el rostro asustado de la mujer, y como luego se manchaba con su sangre y se colgaba las tripas alrededor del cuello. Eso hizo que se sintiera como un verdadero rey y que podía controlar a cualquier individuo que se le cruzara por enfrente.

Esa vez derramó mucha sangre, a pesar de tener conocimientos sobre el tema, pues estaba especializado en la carrera de cirujano.

No se molestó en esconder rastros de su crimen, ya que él también estaba un poco pasado de alcohol esa noche. Luego de cometer aquella atrocidad, volvió a su casa tambaleándose de un lado a otro.

Abuelo, cuéntame historias de asesinatosOnde as histórias ganham vida. Descobre agora