Capítulo 4

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DOBLAMOS las espaldas sobre los remos. Ya estaba acostumbrándome a remar y prefería hacerlo solo, pero sabía que evitaba que Ealhstan se mareara, por eso le dejaba que se sentara a mi lado contra la traca superior, moviendo los brazos con el
remo, aunque ejercía poca presión. Aquella mañana no había más que un susurro de brisa, lo cual significaba que se necesitaban todos los pares de brazos para deslizar al Serpent por el mar calmado. No obstante, la duela lisa que me había ampollado las
manos, el ritmo de las paladas y el hecho de zambullir las palas en el mar grisáceo me reconfortaban en cierto modo. Anteriormente me había sentido como un prisionero, pero ahora comprendía la belleza del Serpent, veía la magia que transmitía en la forma en que surcaba las olas y nos alejaba del peligro.

—No entiendo, Ealhstan —reconocí, respirando con dificultad— por qué hablo su idioma. —Clavó la vista en lo que tenía por delante como si no me hubiera oído—. El cuchillo que llevaba encima cuando me encontrasteis, ¿cómo lo conseguí?

Meneó el pelo blanco y lacio y jadeó, pero sabía que no hacía más que fingir que estaba agotado. Así pues me guardé las preguntas. Mi mente intentaba adentrarse en la oscuridad, en busca de una respuesta, pero no encontraba nada. Mi primer recuerdo
era el de despertarme en casa de Ealhstan. Recordaba haberme sentido hueco. Vacío. El ángel oscuro de Satanás. Así es como me había llamado el padre Wulfweard. Al fin y
al cabo, todo el mundo me evitaba igual que evita las boñigas de vaca en el campo.
Todos excepto Ealhstan. Y aunque al comienzo no hablaba su idioma, iba a buscarle leña y a pescarle peces y trabajé duro para que no me tomara por un inútil y un vago, que es como Griffin llamaba a los otros chicos del pueblo. Pero ahora Abbotsend ya no
existía y tal vez mi respuesta también hubiera desaparecido.
El remo se movía hacia atrás una y otra vez. Había veintiséis palas, todas ellas de distintas longitudes dependiendo de la curva del barco, y hendían el agua al unísono.
Ahora Ealhstan gruñía a cada palada. Le dije que descansara pero no quería.

—Deja de ladrar, inglés —berreó el Negro Floki desde el costado del timonel. De pelo oscuro, ojos negros y con un aspecto mezquino, resultaba fácil saber de dónde había sacado el nombre—. ¡Puto mudo! ¡Suenas como una vieja a la que le ha pasado un
caballo por encima!
—Ah, deja al viejo tranquilo, Floki —dijo Oleg, que estaba sentado detrás de él—. ¡Estás más amargado que una vieja solterona! —Oleg era un nórdico bajito y deaspecto duro a quien raras veces había oído hablar—. Oye, Osric, las chicas del pueblo dicen entre susurros que Floki nació de una vieja loba rencorosa la noche más
espantosa del año
—Y que esa noche tenía una espina enorme clavada en el culo que hizo que tuviera peor humor que normalmente —añadió un guerrero llamado Eyjolf. Los demás se
echaron a reír—. Lo que pasa es que Floki está celoso porque nadie le habla. ¿Verdad que sí, Floki?
El Negro Floki frunció el ceño, lo cual le otorgó un aspecto incluso más malvado.
—Tengo que compartir un barco con ingleses y os preguntáis por qué estoy amargado —espetó—. Y tengo hambre —masculló. Los nórdicos podrían comer carne sin parar. La ansían constantemente y consideran que una de las misiones de su jarl es
proporcionársela. Pero ya hacía tiempo que nos habíamos comido las piezas frescas cogidas en Abbotsend, y Sigurd tenía reservado el cerdo y el cordero curados. Porque, tal como había descubierto, podían transcurrir muchos días hasta que fuera seguro
avistar tierra. Teníamos reservas abundantes de queso, y los nórdicos nunca se esforzaban por pescar, pero eso era lo que había, queso y pescado todos los días.
Incluso Ealhstan se estaba cansando de la caballa, y yo creí que ese día nunca llegaría. Griffin no se lo habría creído si hubiera seguido con vida.
Bjarni movió rápidamente el pulgar hacia Ealhstan.

—Volvería nadando a su pocilga incendiada por una pata de cordero —dijo, cerrando los ojos como si la estuviera degustando—. O una ijada de buey. No, jabalí, eso es lo que más anhelo. —Estiró una pierna y le dio una patada en el trasero a su hermano, que estaba sentado en el banco de delante. Bjorn soltó un juramento—. Y morsa —añadió Bjarni—, tal como la cocina nuestra madre, con pimienta, cebollino y ajo.
Ahora que lo pienso, hasta un caballo viejo quedaría bien. —Kalf cogió una concha de mejillón vacía de la cubierta y se la lanzó a Bjarni. Le rebotó en la cabeza pero no pareció percatarse—. El caballo queda bien siempre y cuando no se cueza demasiado.
—No estás colaborando, Bjarni, ¡cabeza de chorlito! —exclamó Kalf—. Todos tenemos hambre. Dale un respiro a tu lengua, hombre.
—En mi pueblo los esclavos comen más carne que nosotros —se quejó Bjarni. Cogió una piedra de afilar y la pasó por el cuchillo largo.
—Osric, ésta es tu tierra. ¿Dónde podemos conseguir un cerdo bien cebado y unos cuantos pollos? —preguntó Olaf. Estaba comprobando el calafateo del Serpent, asegurándose de que la flexión del barco no empujaba la cuerda breada fuera de las tracas.
El día había amanecido esplendoroso pero ahora el cielo se había ensombrecido y amenazaba lluvia, y yo observé a Olaf, con la esperanza de que no se desatara otra tormenta.
Me encogí de hombros.

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