Capítulo I: El irreverente He Tian

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En un salón lleno de rostros cansados; en un pasillo con desconocidos deambulando; en una vida solitaria y monótona, ¿qué entretiene a He Tian en los días de su juventud?

El caos.

[...]

—¡Ustedes dos! — señaló el profesor de matemáticas a Jian Yi y Zhan Zheng Xi — si tienen tiempo para estar bromeando en clase, de seguro no tendrán problema en hacer la limpieza del patio. Le viene bien ahora que el suelo está repleto de hojas de los árboles. 

Zhan Zheng Xi lo miraba indignado. Otro castigo después de clases por culpa de las inconsecuentes acciones de Jian Yi. Este tonto despreocupado descansaba el brazo en el hombro derecho de Zhan Zheng Xi, conteniendo las carcajadas con una sonrisilla burlona.

—Todo lo que puedan necesitar está en la bodega detrás del gimnasio. ¡Ahora váyanse!

Era una tarde bochornosa que arrancaba cualquier ánimo de moverse. Excepto para los miembros del equipo de baloncesto que entrenaban en la cancha al aire libre, justo al lado del patio.

En una especie de cabaña de madera en la parte trasera del gimnasio, se encontraban algunos utensilios de jardinería y limpieza, especialmente aquellos que se utilizan para la época de verano. Ambos tomaron un par de rastrillos de metal, una pala y tres bolsas para reemplazar las de los botes de basura distribuidos en el exterior.

Ya en el patio, las copas de los árboles rebosaban de enormes hojas que se extendían por cada una de sus ramas. En el suelo, yacían aquellas otras que terminaron cayendo con el tiempo, acompañadas de los pequeños frutos devorados por los insectos.

—¡Debería dejarte limpiar todo tú solo! En primer lugar, fuiste tú quien nos metió en esto. Yo ni siquiera estaba participando de tus tontas bromas. Lo último que querría es estar castigado después de clase con el calor infernal que está haciendo— se quejaba Zheng Xi mientras barría de un lado hacía el otro. —¿Y qué diablos estabas pensando cuando arrojaste bolas de papel mojadas al pizarrón? — continuaba la larga lista de reclamos.

—Te das cuenta de que eran tan pequeñas que cabían en una pajilla, ¿verdad?

—¡Eso no importa, Jian Yi!

El entrenamiento del equipo de baloncesto había terminado. Los jugadores se dirigían a las duchas y los vestidores dentro del gimnasio. Todos salieron por la puerta principal, excepto uno. Este se acercaba al patio caminando lentamente después de haberse saltado la valla que lo separaba de la cancha. Unas cuantas gotas de sudor se resbalaban por los mechones de su cabellera negra que caían a un lado de su frente. Era un chico de unos 184 centímetros de altura y ojos color gris que complementaban su mirada penetrante y traviesa.

En dirección contraria a él, otro personaje aparecía en la escena. Muy cerca de Jian Yi y Zheng Xi, un chico pelirrojo pasaba rápidamente con una caja de jugo de arándano en una mano y en la otra, una bolsa de galletas a medio comer, cuya envoltura dejó caer al suelo.

—¡Oye! Estamos limpiando aquí por si no te has dado cuenta— gritó molesto Jian Yi.

El pelirrojo no detuvo su paso, pero volteo un poco su cuerpo hacía un lado para poder divisar quien le hablaba. Seguidamente, tomó de nuevo sus audífonos y los colocó en sus oídos, ignorando por completo la llamada.

Jian Yi arrojó al suelo la pala que sostenía en sus manos y se dirigió hacia él a gran velocidad. Una vez que lo alcanzó, lo tomó del hombro volteándolo frente a sí mismo. 

—¿Cuál es tu problema? ¿Acaso no escuchaste lo que te dije?

Antes de agregar algo más, Jian Yi fue sorprendido con un fuerte puñetazo en la cara, muy cerca de su ojo derecho.

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