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Elisa al fin había salido de clases e iba caminando rumbo a su casa con Caliel a su lado. Tenía los auriculares puestos mientras hablaba con él, de esa forma la gente que la mirara pensaría que cantaba alguna canción o que hablaba por teléfono con los audífonos manos libres, y no lo que la mayoría de las personas pensaban al verla hablar sola: que estaba loca. No le importaba. Mientras tuviera a su ángel a su lado, le daba igual lo que pensaran los demás. La única opinión que contaba para Elisa era aquella que Caliel tuviera.

—Solo tengo ganas de llegar, comer y dormir —se quejó cuando ya quedaba un trecho corto por recorrer.

Caliel rio con esa ligereza que lo caracterizaba y sacudió la cabeza. Cada vez que venían del colegio ella decía lo mismo, sin embargo llegaba y lo primero que hacía era encender la televisión y poner una película. Entonces, como sus padres no solían encontrarse cuando regresaba, calentaba algo en el microondas y se lo llevaba a la sala de estar, donde lo engullía al tiempo que veía la cinta.

Cuando al fin llegaron y Elisa se dirigió a la televisión, Caliel sonrió para sus adentros. La conocía como a la palma de su mano.

—Espero que no hayan dejado pollo otra vez. Ya estoy harta de comer eso —le dijo—. Siento que me saldrán plumas en cualquier momento. —Entró riendo a la cocina por su ocurrencia y se detuvo en seco al ver a sus padres sentados en la mesa del comedor. Estaban comiendo pollo con arroz.

—Creo que hay pizza del fin de semana en el congelador —dijo su padre conciliador.

Elisa soltó la carcajada al escucharlo y se acercó a besar su mejilla.

—Hola, papi. Hola, má. ¿Qué hacen acá tan temprano? —cuestionó encaminándose al refrigerador. Recordaba haber visto algo de fruta en la mañana antes de partir rumbo al colegio, así que decidió comer un poco de eso.

—Hoy es la fiesta de tu tía Gertrudis. Tu padre y yo quedamos en que le ayudaríamos a ella y a tu tío a preparar todo —dijo su madre.

—Oh, bueno. Que les vaya bien. —Elisa giró con un plato lleno de fruta entre las manos y sonrió.

—Pero si tú también vendrás con nosotros —informó su padre, a lo que Elisa hizo un gesto de horror.

—¿Qué? ¡No! P-pero... ¿no puedo quedarme aquí?

—No —cortó su mamá—. Alístate que nos vamos en una hora.

—¡Pero tengo planes! —exclamó ella pisoteando como una niña pequeña. No podía creer que la quisieran obligar a asistir.

—Por lo mismo te avisamos con tiempo —murmuró su padre acabando lo último de su comida.

Elisa lo miró frunciendo el ceño y sacudió la cabeza.

—No es verdad, no me dijeron nada.

—Sí lo hicieron —refutó Caliel a su lado.

Elisa lo miró mal y lo hizo callar colocando un dedo sobre sus labios.

—Tú calladito, ¿sí?

Sus padres se miraron entre ellos antes de fijar de nuevo la vista en su hija, quien solía hablar con la nada más a menudo de lo que podía considerarse normal.

—Sí lo hicimos —contestó su madre poniéndose de pie—. Y si pudieras evitar hablar sola frente a tus tíos y primos, te estaré muy agradecida.

Fue entonces a colocar su plato y el de su esposo sobre el lavabo y Elisa se mordió el interior de la mejilla. Había olvidado una vez más que ella era la única que podía ver a Caliel.

Sueños de cristal (EN LIBRERÍAS)Where stories live. Discover now