9. Un abrazo que se odiaba.

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IX

Un abrazo que se odiaba

Punto de vista: Clara.


El sol ya había desaparecido totalmente del cielo cuando Levi regresó a su despacho. Se había ausentado un par de horas atrás dejándome allí sola para acudir a una reunión extraordinaria convocada por el comandante. El motivo de la misma era reservado para los altos mandos del Cuerpo, por lo que solo podía imaginar y suponer. Sin embargo, un mal presentimiento me decía que, de seguro, no serían buenas noticias.

Levi irrumpió de golpe en la habitación, y cerró tras su espalda con una fuerza que hizo retumbar las paredes. Mi cuerpo se sacudió involuntariamente por el estruendo inesperado, lo que hizo que unas gotas de tinta acabasen salpicadas por todo el informe que aún estaba redactando y una evidente mueca de fastidio se abrió paso por mi rostro.

—Me has asustado. —Le hice saber. —Y me acabas de fastidiar media hora de trabajo.

—¿Huh? ¿Sigues aquí? —Levi se extrañó al verme aún sentada tras su escritorio, dónde había estado rellenando papeles y redactando los informes de los que él debía haberse encargado. Observé como su expresión se suavizaba ligeramente, y luego, se encogió de hombros e ignoró mis quejas.

—Ya te dije que esperaría. —Le respondí, dejando cuidadosamente la pluma sobre el escritorio y tomé el documento manchado, procurando que la tinta no corriera ni goteara sobre la mesa o el suelo. —Tendré que rehacer este de nuevo. —Suspiré, resignada. Me puse en pie para dejar su cómodo sillón libre para él. —Pero casi he terminado con todo el trabajo de hoy. —Añadí, hinchiéndome de orgullo. Me gustaba sentirme útil.

Levi se deslizó junto a mí para llegar hasta el único armario que había en la habitación y sacó de un cajón otra montaña de papeles muy similar en tamaño a la que yo acababa de terminar. La dejó caer sobre el escritorio con un golpe sordo. —Bien, entonces podemos continuar con el de mañana.

Bajé los hombros, desilusionada. Había imaginado que pasaríamos el resto de la noche charlando con una taza de té calentando nuestras manos, o jugando a algún juego de cartas. Sin apuestas, claro. Apreté los labios en una fina línea y me recordé a mí misma cual era el propósito de todas aquellas noches en vela.

Tras volver de nuestra incursión en solitario en la muralla María, otro muro casi tan alto de papeleo se había acumulado en la vieja y astillada madera del despacho de Levi, tan imponente como los que rodeaban nuestras ciudades. La prisa por saldar parte de la deuda vitalicia que había adquirido con el Capitán me llevó a ofrecer mi ayuda con toda la burocracia que se había acumulado, sin saber en ese momento que yo misma estaba pateando el cubo que impedía que mi cuerpo colgara de una soga.

Cada tarde, dedicaba una cantidad insana de horas a leer documentos jurídicos, informes para el gobierno central, para Erwin, para la Guarnición, rellenar partidas de fallecimiento y redactar cartas de condolencias. Trabajábamos hasta bien entrada la noche, con un mínimo descanso para cenar. No es que me quejara, lo hacía encantada pues me horrorizaba saber que, de no estar allí, él debía hacerlo todo solo. Era un proceso tedioso, y Levi era un supervisor muy inflexible, pero con el paso de las semanas, se volvió un poco más indulgente conmigo, e incluso encontrábamos alguna manera de dejar toda aquella pesadilla de papel para pasar el tiempo conversando sobre temas sin trascendencia.

Mi expresión defraudada no le pasó inadvertida, y, sin embargo, la ignoró de nuevo, sentándose al frente de la enorme pila de folios sin hacer ni un ruido al acercar la silla. Con una mirada apática, cogió el primero de ellos y la pluma que yo había estado usando hasta hacía unos minutos, y el rasgar de esta contra la superficie blanca del documento llenó la habitación.

Reluctant Heroes |Levi Ackerman|Where stories live. Discover now