Epílogo

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Elisa

El dolor me desgarra por dentro y por fuera, aunque mi aspecto es lo que menos que importa en este momento. Todas las personas que alguna vez han sido importantes para mí han tratado de animarme pero no han logrado absolutamente nada. Todo está perdido. Cuando el equipo de rescate sacó a Fer del río, su estado era crítico. Aunque no llegó a ahogarse, la fuerza de la lluvia complicó su respiración y arrastró varios objetos hacia él que le dañaron de gravedad. Ahora mismo, Fer lleva cinco horas en quirófano y los pronósticos son nefastos. Me lo advirtió el cirujano antes de adentrarse en aquella operación de gran complejidad y sin apenas posibilidades de éxito para intentar salvarle, pero yo sólo quería mantener mi esperanza en que su vida resistiese.

Ahora todo es distinto. Tanto mis padres como los suyos se han quedado conmigo en la sala de espera de los quirófanos pero el resto de amigos y familiares van y vienen, sin querer estar presentes cuando nos comuniquen lo inevitable. Rubén se ha quedado a mi lado todo el tiempo pero tras haber pasado la noche anterior en vela en compañía de Fer más no dormir hoy, le ha pasado factura hace un par de horas. Bea también ha intentado aguantar lo máximo posible. Tras curarle su pequeña brecha, los médicos han dicho que estaba perfecta y no se ha separado de mí desde entonces. Incluso mientras atendían a Carlos con su dislocación en el hombro se ha mantenido conmigo. No obstante, a su tercera cabezada la he mandado al apartamento a descansar con la promesa de llamarla en cuanto tuviese novedades. No quería, por supuesto, su intención era estar a mi lado sin despegarse por si la necesitaba y sin más remedio he tenido que rogarle que se marchase. A regañadientes me ha hecho caso, no sin antes darme un fuerte abrazo susurrando que al mínimo toque de teléfono estaría aquí conmigo. Carlos, de igual manera, me ha asegurado que al primer aviso ambos estarían allí. En mi caso, no me permito dormir. Mi cerebro sólo piensa en que dormir supone dejar de estar luchando a su lado y eso no puedo permitirlo. En mis piernas descansa la bolsa blanca con su ropa y los efectos personales que llevaba consigo en el momento del accidente. No me he atrevido a abrirla porque, a pesar de que el accidente acabó en el río, puedo ver a través de la bolsa las manchas de su sangre por todo el esmoquin. Ese esmoquin azul marino a juego con mi vestido de gala para la graduación que escogimos juntos... Un sollozo se escapa de mis labios e inmediatamente tapo mi boca con la mano para no despertar a mi madre y a Belén, que descansan a pocos asientos de mí. Mi padre y Antonio están dando paseos por el ala de urgencias del hospital con la intención de despejar su mente de la sala donde el hijo de uno de ellos está al borde de la muerte.

Mi cuerpo no lo soporta más y huyo al servicio más cercano donde me encierro y comienzo a llorar. No quiero perderle, no soportaría vivir en un mundo donde él no estuviese conmigo. Agarro mi muñeca con fuerza hasta que los dijes de la pulsera que me regaló tres años atrás se clavan en ella. Si se va, ¿podré conseguir la valentía necesaria para continuar llevándola puesta? Otro sollozo aflora en mi garganta y esta vez me permito derramar todas las lágrimas que puedo pero no por mucho tiempo. Mi estómago se revuelve y sin evitarlo devuelvo en el inodoro la poca comida que he ingerido durante el día.

―Ahora no es el momento de pedir atención, ¿entiendes? Estate quieto.

Cuando ya no le queda nada que expulsar a mi cuerpo, me tranquilizo y observo la bolsa de ropa de Fer. No me acordaba, la llevaba conmigo. En un acto de fortaleza, la abro y saco el traje. Su camisa blanca ahora presenta un leve color rosado por la sangre diluida de la que se ha impregnado. Además, por toda ella hay manchas más oscuras en los puntos donde también está desgarrada. Paso mis dedos por los rotos donde algún objeto que flotaba en el río impactó contra él y casi puedo sentir en los mismos lugares de mi cuerpo una punzada de dolor. Vuelvo a guardar la camisa y cojo la chaqueta. En la tela oscura la sangre no se aprecia con la misma claridad pero los rotos está ahí. Misteriosamente, su broche de la corchea que le regaló su abuela sigue en la solapa, brillando tras sobrevivir al tormentoso accidente. Si me pongo a pensar que tal vez pueda volver a ver a su abuela, mi corazón se encoge de dolor. Termino guardando de nuevo la prenda para evitar observar más el broche, quedándome con sus pantalones sobre mis piernas. Es la prenda que más ha sufrido. Los bajos están desgarrados y hay un gran corte en la pierna izquierda donde, al caer el coche estando él sin sujeción alguna e inconsciente, se enganchó con el cristal de una de las ventanillas y le perforó la pierna. Es una de las principales heridas por las que Fer ha perdido tanta sangre, puesto que fue la primera y la más profunda. Y aun así, no es la peor.

Una sonata para tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora