XIII

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Después de que se fue la abuela, me quedé dando vueltas y vueltas en mi cuarto. No


sabía qué hacer, pero sí sabía lo que no quería hacer: pensar.


En mi cabeza se agolpaban Ezequiel y mi padre; puentes y abismos, y a pesar de no


haber sido mencionado en nuestra charla, el SIDA y el ave de rapiña.


En la televisión daban El Mundo de Disney. Nada lograba deprimirme más. Esos


brillos, fuegos artificiales y sonrisas de la presentación me producían dolor de


estomago.


Busqué, entonces, un libro; todos los que me interesaban ya los había leído, algunos


releído. Los que quedaban eran esos libros, típicos regalos de cumpleaños, que el


abuelo de alguien leyó a los ocho años y le gustó, entonces a los ocho años del padre


de ese alguien le regalan también ese mismo libro, y obviamente el pobre alguien a


los ocho recibe también ese mismo libro acompañado de una frase de este estilo:


"Seguramente lo disfrutarás mucho, pequeño alguien, tu abuelo y yo, (o tu padre y yo


depende), lo hemos disfrutado mucho también". A nadie le importa que hayan pasado


al menos 50 años y que no todos los libros resistan el paso del tiempo.


De esa lógica, a regalarlo en el primer cumpleaños, hay un paso muy corto que se da


habitualmente.


Decidí ir a comprarme un libro a la librería del Shopping. No lo sabía en esos años y


no estoy seguro de estar en lo cierto ahora, pero sospecho que uno se hace lector


para completar lo inacabado. Para completarse.


Y así conforme van pasando los años van cambiando los gustos y nos parece mentira


que hayamos disfrutado ciertos textos, que después creemos execrables.


Seguramente no pensaba en esto cuando caminaba por San Isidro para ir a buscar un


libro que me liberase de la angustia.


Sí recuerdo mi desazón cuando llegué a la librería, pregunté por Clara y me


contestaron que tenía franco. Habitualmente las embarazadas nos inspiran dulzura, la


embarazada que me informó que Clara no estaba y agregó con su mejor sonrisa Mac


Donald's: "¿Te ayudo en algo, tesoro?", me inspiró repugnancia. Supongo, a la luz de


los años, que la buena mujer tal vez no era tan desagradable, pero yo a Clara le debía


el haberme hecho lector. Ella siempre me había recomendado buenos libros y sabía


cuáles darme según mi ánimo.


Gracias a ella descubrí autores que mis amigos, aun los más lectores, ni siquiera


rozaron.


Creo que ella fue mi primer amor. Yo suponía que esos libros eran sólo para mí, que


no tendría otros clientes a quienes recomendárselos. Tal vez no fue tan bueno que yo


me hiciera lector a su imagen y semejanza, y que ella me ahorrase los dolores de


cabeza. Nunca lo sentí así. Siempre creí que tenía una especial percepción para saber


lo que yo iba a disfrutar, y estoy seguro de que ella disfrutaba recomendándome.


Ese domingo en que ella no estaba, no encontraba qué leer. Tal vez por mi estado de


ánimo, tal vez por mi dependencia.


Revisaba todos los estantes aún los de los chicos más pequeños. Me entretuve


buscando a Wally, o algo parecido, a pesar de que nunca me gustaron esos libros. Y


de repente me encontré con una pila de María Elena Walsh.

Los abrí, los hojeé. En uno de ellos, no recuerdo en cuál, me encontré leyendo o


cantando o no sé: "Mírenme soy feliz/ entre las hojas que caen/ cuando atraviesa el


jardín/el viento en monopatín". La canción del jardinero. La canción con la que me


acunaba Ezequiel.


Sentía su voz en mi cabeza. "Yo no soy un bailarín/ pero me gusta quedarme/ quieto


en la tierra y sentir/ que mis pies tienen raíz". Ezequiel.


Y otra vez la sombra del ave de rapiña, cada vez más cerca.


Creo que me mareé, o no sé bien que pasó. Lo que recuerdo es la pila de los libros en


el piso. Toda la obra de María Elena Walsh tirada. La cara de espanto de la


embarazada y yo corriendo como alma que lleva el diablo. Supongo que todos


pensaron que me había robado algo.


Sé que no paré de correr hasta el río. Lloraba. No me podía sacar de la cabeza la cara


de la gorda, el ave de rapiña, los libros en el piso.


Y la voz de Ezequiel cantando: "Aprendí que una nuez/ es arrugada y viejita/ pero que


puede ofrecer/ mucha mucha mucha miel".

Los Ojos Del Perro SiberianoWhere stories live. Discover now