Capítulo 4: Deja que el fuego derrita al hielo

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Ya tengo un bolso y varias cajas en lo de Fernando. Mis hermanos aprovecharon el sábado y el domingo para traerme mis cosas. Todavía es muy pronto para vivir con Fer, pero me va a bancar un tiempo hasta que consiga algo. Menos mal que hoy es feriado, y que pedí no trabajarlo en el negocio. Necesito relajarme un poco y pensar. Afuera está nublado y cada vez hace más frío. Aunque hay calefacción en el departamento, me la paso tomando mate para mantener la temperatura. El viento aúlla a lo lejos. Cuando pienso en mi viejo y quiero llorar, comienza a llover. ¿Cómo hubiera sido mi vida si mi vieja no se hubiera muerto? ¿Me hubiera entendido? Quizás era igual que Papá. Nunca lo voy a saber. Suspiro. Fernando está en el sillón viendo la tele y voy a sentarme con él.

-Escuchame, Fer -lo tomo de las manos-. ¿Te acordás tu sueño de los unicornios? Bueno, yo también vi esa misma escena, pero desde el otro lado. -Suspiro. Fernando abre los ojos, sorprendido-. Tengo que mostrarte algo. ¿Podés guardar un secreto?

-Sí, confiá en mí. -Me besa.

Asiento y sonrío, nervioso. Lo suelto, y froto mis manos. Luego, pongo mi mano derecha sobre la izquierda, como formando una vasija. Cierro los ojos, y me concentro. El frío empieza a salir y gira entre mis manos, creando algo. Cuando los abro, sostengo un unicornio de hielo. Se lo entrego a Fer, que lo mira con la boca abierta. Luego de un rato, lo apoya en la mesa y camina hacia un mueble. Saca una carpeta de un cajón y me la da.

-No sé si alguna vez te lo dije, pero además de trabajar en el diario estoy haciendo una investigación.

En la carpeta hay unos documentos: son fichas con nombres y habilidades de distintas personas. Telequinesis, generación y control del fuego, emisión de rayos láser, materialización de armas. Hay unas fotos borrosas, con fecha del 2003. Hay un chico pelirrojo de traje gris, con alas de piel blanca, luchando contra un monstruo azul. También veo a otro que parece estar volando sin alas, viste un traje de colores rojo y naranja, y lleva una capa blanca. "PARADERO: DESCONOCIDO", dice una leyenda en cada ficha.

-Son documentos secretos, me los pasó una periodista de la costa. Nadie sabe que los tengo. Escuchame, Juli: no es casual que nos hayamos encontrado.

Dejo la carpeta a un lado, me levanto y voy hacia la puerta.

-¡Juli! ¿Qué te pasa?

-Quiero salir un rato -explico, mientras me abrigo.

-No te asustes, Juli.

-Abrime, Fer, necesito aire.

-¡Está lloviendo!

-¡No me importa!

-Está bien -suspira y abre la puerta-. Pero hagas lo que hagas, no le cuentes a nadie lo que te mostré. Es muy peligroso.

***

Camino por las calles de Belgrano, a paso rápido. Por suerte, dejó de llover. Todo esto es una locura. No necesito algo así en mi vida, ahora tengo que salir adelante. Voy a irme de lo de Fernando y a olvidarme de todo... ¡Ey!... ¡EY! ¡El piso se aleja de mis pies a toda velocidad! Escucho un aleteo, siento ese aroma familiar. Veo la calle desde arriba y algunos edificios, mientras lucho contra lo que me está arrastrando. ¡Empiezo a caer! Grito, antes de golpear contra el suelo.

¡Estoy bien! ¡No me hice pedazos! ¿Qué es este lugar? Parece la terraza de un edificio. Frente a mí hay un ser de alas negras, oculto bajo un manto oscuro. Cierro mis puños. Grito, antes de dispararle unas estacas de hielo, que esquiva. Le disparo un rayo congelante y también lo evade. El frío y el viento comienzan a rodearme, creando un escudo protector. El enemigo abre sus manos, de las que sale un torbellino de fuego. Empieza a despedir ese aroma dulce que sentía en la casa de mi viejo. Hace tiempo que me estás observando, pienso clavando la mirada en las sombras que están debajo de la capucha.

Las llamas crecen, empiezan a derretir el hielo que me rodea. Un horror me invade cuando termino de comprender que esto es real y que estoy enfrentándome a alguna criatura desconocida, quizás sea un demonio. ¡El fuego avanza aún más! Enseguida, llevo la mano a mi bolsillo, donde está la billetera con la foto de mi vieja. El viento empieza a arrastrar la nieve que sale de mis manos, y el paisaje que nos rodea desaparece. Escucho los gruñidos. Aparecen los zorros blancos, pero ahora me defienden. Se lanzan contra el ángel oscuro, que los hace estallar en luz al cortarlos con su espada. El frío aumenta cada vez más, pero ya no me molesta. Siento que es parte de mi sangre; recorre mi cuerpo con cada latido, dándome fuerzas. La tormenta blanca se despeja a nuestro alrededor y ya no estamos en una terraza. Estamos en el bosque helado. A lo lejos, veo una montaña y un castillo, que reconozco al instante. Sé que es mío.

De pronto, la escarcha que sale de mis manos me cubre por completo. Mi piel se vuelve blanca como el mármol, mi ropa cambia: ahora llevo un traje celeste pegado al cuerpo. Algo surge en mi mano derecha, como un cristal que crece. ¡Es una espada! La tomo segundos antes de que el ángel oscuro se arroje contra mí. Choca su espada negra con la mía, y le respondo los ataques como si siempre hubiera sabido pelear. El ángel me golpea a gran velocidad, el viento lleva su capucha hacia atrás y puedo ver su piel blanca, sus ojos anaranjados y su cabello azulado. ¡Siento unas puntadas en la espalda! El dolor es muy intenso y me mareo, no puedo recuperar el equilibrio. Todo empieza a oscurecerse.

El enemigo aprovecha y viene hacia mí, pero hago un último esfuerzo. Embisto con mi espada y logro hacerle un corte profundo en su mano, que deja caer el filo apagado. La herida de su mano se cura enseguida. Aunque ya no tengo energía, me esfuerzo por seguir luchando. El ángel solo me esquiva. Cuando las fuerzas me abandonan, él viene hacia mí. Quiero resistirme, pero termino en sus brazos. Cierro los ojos. Lo último que siento es a mis pies despegarse del suelo, y el aleteo de las alas negras.

Somos Arcanos: La nevada de JulioWhere stories live. Discover now