Estaba congelada. Me ardía todo el cuerpo del frío que tenía, así que decidí abrir los ojos con sigilo.
Al abrirlos sólo pude ver la luz de la Luna y algunas estrellas titilando, sin contar toda la nieve que había encima mía y por el suelo.
Oí ambiente urbano cerca, así que intenté levantarme, pero no pude.
—¡Aaaaaah! —grité.
Miré hacia abajo y parte de la nieve que había en mi pierna izquierda era roja.
Quité con cuidado la nieve de ahí, dolía muchísimo y eso me hacía soltar otros pequeños gritos más.
Ya la quité, la raja era muy profunda: desde la rodilla hasta la mitad del muslo, sin embargo la pierna estaba totalmente cubierta de sangre.
—¿Qué me ha pasado? —susurré.
Observé detrás mía y había un coche gris sin matrícula con todos los cristales rotos y la puerta del conductor abierta.
Era imposible que yo fuera la que lo condujera, yo no recordaba nada de eso. Además aún soy menor de edad, nunca he conducido un coche y este mismo no lo había visto nunca.
Lo último que recordaba es que era de noche y yo estaba en mi habitación viendo algunos vídeos graciosos de YouTube, y cuando llamaron a la puerta... Ahí mi mente se puso en blanco.
Ahora sí, me levanté de verdad y fui cojeando hasta el coche, pero en él no se veía ninguna pista.
Me metí dentro y puse la calefacción mientras me miraba en el espejo: pequeñas rajas y moretones en la cara y el labio roto.
Quería llorar, pero contuve las lágrimas y le di un puñetazo al espejo de la puerta del conductor. Lo hice añicos.
Luego me puse a buscar como una loca cualquier objeto importante, pero había poca cosa: algunos pañuelitos, una cartera vacía, un mechero, dos agendas sin apuntes... y una pistola semiautomática de calibre grueso...
Por su puesto que la pistola sí era gran cosa y me impresionó muchísimo encontrarla debajo del asiento. Me gustan las armas y sé que esta no es común aquí en España, así que no sé cómo habrá llegado aquí (espero seguir en España... Dios mío). Estaba cargada. La cogí y me bajé del coche. Empecé a caminar lentamente hacia el ruido y las luces, pero me costaba mucho; estaba lejos y yo coja.
Un rato después llegué. Era una ciudad grande: había muchos coches y personas por la calle. No era la mía; no estábamos en Sevilla.
Me metí en un pequeño callejón por el que había pocas personas que me estaban mirando mal... Iba a empezar a correr pero algo, o alguien me detuvo.
—Eh, ¿qué te pasa? —dijo un chico que había detrás mía—. Tu pierna... Está sangrando mucho.
Me giré y vi a un chaval algo mayor y más alto que yo. Tenía el pelo rubio teñido, barba, ojos marrones, un piercing en la nariz y dilataciones en ambas orejas: sin duda era el YouTuber Wild Hater.
—¿Wild... Wild Hater? ¿Eres tú?—susurré mientras sollozaba un poco.
—Sí... —se acercó aún más a mí—. ¿Eres una suscriptora?
—Sí... Te quiero mucho —estallé en lágrimas y lo abracé.
Pablo (su verdadero nombre) es uno de mis YouTubers favoritos desde hace bastantes meses. Cuando lo descubrí aún no tenía ni 20.000 suscriptores y ahora tiene más de 100.000. Se ha convertido en una persona muy importante para mí en este tiempo y uno de mis sueños era conocerlo, y aquí está hablándome, delante de mí.