Capítulo II

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Enceguecida, tomé el sobre y unas cuantas rosas, arranqué el mandil que cubría la estúpida minifalda del uniforme y corrí hacia el interior de la cafetería, agarré mi bolsa y con el mandil echo bolas en una de mis manos me dirigí hacia el gerente del turno de la noche.

-Vete al carajo y recoge tú la "basura" que está allá afuera.

Le lancé a la cara el pedazo de tela y corrí hacia la calle sin rumbo fijo. No sabía que hacer, nunca me fije qué autobús tomaba él o hacia dónde se dirigía. No sabía absolutamente nada de él. Una opresión en el pecho me dejaba casi sin aliento mientras lloraba copiosamente. Decidí caminar hasta el departamento con la estúpida esperanza de que en cualquier momento saltara detrás de una esquina y me abrazara. Nada de eso sucedió.

De repente me percato de que estoy caminando hacia ninguna parte, no sé qué hacer y lo peor es que creo que no tengo nada por hacer. Acabo de mandar al carajo lo único que me mantenía aquí, el estúpido trabajo que me ataba. No tengo idea de a dónde dirigirme o qué diablos voy a hacer con mi vida. Nuevamente un impulso me pone al borde del abismo.

En la jardinera de un parque que desconozco dónde esté, me siento a llorar escondiendo mi rostro entre mis brazos. Una de las maravillas de esta ciudad es que nadie repara en ti, la gente pasa a tu lado sin importarle un carajo lo que suceda a su alrededor. Creo que estoy cayendo en una profunda depresión y ningún aliciente que la detenga. De pronto una voz me saca de mis pensamientos.

-¡Señorita! ¡Señorita!

Levanto mi rostro empapado en lágrimas y veo que un taxi se ha detenido justo enfrente de mí, el conductor es un hombre mayor y difícilmente puedo identificar sus rasgos, pero sé que me sonríe. Vuelve a gritar con voz en pecho.

-Sonría señorita. Lo que sea que le haya pasado, ya pasará. La vida es bonita, disfrútela.

Arranca el auto sin decir más, los autos detrás de él comenzaban a presionar para que avanzara. Su rostro sonriente se volvió a enfocar en el camino y desapareció igual que como llegó. Es curioso que en una cuidad como ésta, donde aparentemente nadie se fija en su prójimo, haya excepciones como esa. Un hombre totalmente desconocido sale de la nada y te hace reflexionar.

-¿Qué carajos hago aquí sentada llorando por lo que perdí? No he perdido nada.

Tomo las rosas, el sobre y corro por las calles mientras limpio mis ojos con la palma de mis manos. Empapada en sudor logro llegar a la puerta de mi edificio y detengo el paso abruptamente, observo sus ventanas, la calle por la que transité todo este tiempo para finalmente continuar mi carrera desenfrenada. Corro escaleras arriba y entro intempestivamente al departamento, una de mis compañeras se sobresalta al verme llegar. Pregunta cosas a las que no puedo contestar pues ni yo misma lo tengo claro, que por qué he regresado tan temprano, qué me ha pasado y a dónde voy.

La última pregunta le nace porque he tomado del pequeño closet junto a mi sofá, la bolsa con la que llegué a esta ciudad con las pocas pertenencias que tenía. Comienzo a meter lo que le quepa y solamente atino a contestar con toda honestidad.

-No lo sé.

Busco entre el cajón de mi ropa interior la pequeña caja en la que guardo el anillo y los quinientos dólares de la bendita propina. Con una última mirada me despido de mi viejo sofá y sin voltear atrás, salgo del departamento.

El viaje al aeropuerto me sabe a interminable, no pienso gastar demás en tomar un taxi hasta allá, así que he tomado el metro y he hecho todas las conexiones necesarias. No pienso en nada, no quiero hacerlo, solamente siento que el corazón se me saldrá del pecho en cualquier momento. Todo el trayecto no me ha servido para calmar todo lo que siento, por el contrario, mientras más me acerco a mi primer destino, menos éxito tengo en tratar de acompasar mi respiración y ritmo cardiaco. "Es una locura, es una locura" repite mi mente y desconozco su propósito, pues eso nunca me ha persuadido de no seguir un impulso.

Todo es ficción, una reconstrucción, pero aún así duele.Where stories live. Discover now