Prefacio

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Shinichi llamó a la puerta de la casa de Ran.

Tras esperar un rato no obtuvo respuesta. Le resultó extraño. 

¿Qué día era? Jueves. Claro, los jueves Kogoro iba a jugar al mahjong.

Lo cual significaba que Ran estaba sola. La casa no era pequeña pero tampoco tan grande como para no oír la puerta desde cualquier estancia. 

A lo mejor estaba en su cuarto escuchando canciones tristes y no lo había oído. A lo mejor le daba miedo abrir la puerta sin su padre presente, aunque sabía defenderse –Shinichi sonrió–. 

O a lo mejor sabía que era él y no quería abrirle. 

Seguramente era eso.

Llamó nuevamente, esta vez más fuerte. 

Nada. 

Se atrevió a hablar:

—¿Ran? Ran, por favor, si estás ahí, abre la puerta.

Se dispuso a llamar de nuevo tras esperar dos minutos cuando la puerta se abrió de una vez por todas, sólo un poco, lo suficiente para ver entre la oscuridad del piso los ojos cristalizados de la chica. 

Shinichi sintió como si su corazón se encogiera, pero no lo mostró en su rostro.

«Nunca olvides tu cara de póker. Sí, me lo decía mi padre todo el tiempo»

Maldición.

Cerró los ojos y suspiró, reuniendo el poco valor que quedaba en él. 

"No pienses en él. No pienses."

—¿Qué quieres? —preguntó su amiga, en el tono más seco posible, haciéndole dar un respingo en su sitio.

El detective bajó la vista, buscando con la mirada las manos de Ran, pero estaba demasiado oscuro. Pensó que si daba un paso adelante ella retrocedería y la luz de la pequeña lámpara de la entrada bañaría por completo su cuerpo. Lo único que pasó fue que ella sólo apartó la mirada de él, frunció el ceño y se sonrojó. 

A Shinichi le dieron ganas de reír, brincar, cantar. Seguía queriéndolo. 

Esa era una noticia tan buena y a la vez tan mala a la vez.

—¿Puedo pasar? —preguntó, apoyando la rodilla en la puerta, que empezó a empujar lentamente en su favor.

Automáticamente Ran cerró la puerta en todas sus narices. 

Estuvo a punto de perder la esperanza cuando de nuevo la puerta se abrió. Ahora la chica estaba totalmente iluminada. Su pelo liso y castaño aún no había crecido desde que se lo cortó. Tenía marcas de lágrimas en las mejillas. Iba vestida con un jersey blanco cuyas mangas le quedaban muy largas –"Mierda, mierda, mierda, mierda". Shinichi estuvo a punto de tirarse de los pelos– y unos vaqueros ajustados. 

Ella era delgada ya de por sí, pero estaba... Esquelética. Se le notaba en el rostro. Y en la cintura.

Shinichi quiso salir de ahí corriendo. Apenas podía seguir respirando con normalidad delante de ella sabiendo la razón por la que estaba así.

Esperó a oír su voz de nuevo, para lo que estuvo que esperar lo que a él le pareció una eternidad.

—Adelante —respondió finalmente. Shinichi asintió con la cabeza. Una pequeña sonrisa se atrevió a posarse en sus labios.

Cerró la puerta detrás de él y se quedó un rato más mirando a su amiga. 

Todo era tan irreal. Ella, él mismo, el otro él...

i. diez mil por qués, kaishin。Donde viven las historias. Descúbrelo ahora