Inevitable

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Hay algunas cosas que, inevitablemente, Hermione NO soporta. Una de ellas es la gente que destroza el silencio en la biblioteca (especialmente si solo lo hace "por amor al arte"). Otra es que le lleven la contraria cuando SABE que lleva razón.

Y sin lugar a dudas, si algo saca de sus casillas a Hermione son las tonterías. O lo que ella considera tonterías. Y eso incluye muchas de las cosas sobre a las que Luna le gusta hablar. O lo que es todavía peor: sobre las que se cree una experta. Y teniendo en cuenta que su padre posee y dirige la más absurda de las publicaciones para magos sobre temas estrambóticos y altamente improbables, definitivamente Luna la saca de quicio.

Pero es que por encima de todo eso, hay algo que Hermione es incapaz de aceptar: NO ENTENDER algo. Así que a nadie debería extrañar, si es que alguien llegara a saberlo, que la muchacha esté que trina desde hace dos semanas. Y es que la joven bruja revelación de la promoción es incapaz de explicarse porqué la persona con más papeletas en todo Hogwarts para ganarse un vale vitalicio para ser ignorada por ella no sale de su cabeza. Da igual cuanto lo intente: las magimáticas calculan su nombre, las transformaciones siempre acaban teniendo algo que ver con ella, y hasta la clase de herbología tiene más plantas influenciadas por su astro de las que Hermione es capaz de aceptar.

Y para colmo de males, Luna está en Ravenclaw, casa a la que, más de una vez se lo ha planteado seriamente, el Sombrero Seleccionador debía haberla enviado. Y eso la desquicia.

-¿Qué le pasa a Hermione? – Pregunta Ron una noche, a media voz, sentado en uno de los sofás de la sala común de Griffindor junto a Harry. Este se encoge de hombros, sin desviar la mirada de sus deberes, evitando hablar: sabe demasiado bien que si la muchacha que se pasea como un león enjaulado por la Sala Común llegara a desenvainar su varita, ambos tendrían un problema muy gordo.

Pero Hermione no les oye, ni esa ni muchas otras noches, ya que en su mente (acostumbrada a lidiar con mil tareas a la vez) se ha quedado bloqueada, incapaz de pasar página, incapaz de decidir que hacer, sin entender siquiera el porqué está así.

Más tarde, en otra noche más tranquila (sin saber muy bien si a su pesar o no), reflexionaría que todo lo que había ocurrido se había debido únicamente a ese bloqueo, que había impedido que ella se comportara como normalmente lo hubiera hecho. Y es que ese razonamiento era mucho más fácil de aceptar que la otra alternativa: mientras no ocurriera lo que ocurrió, ese bloqueo seguiría ahí.

Fuera como fuese, el caso fue que aquella tarde, apenas terminadas sus clases, se encontró de frente con Luna, por casualidad, o eso quería creer, en la más remota y vacía de las salas de estudio del Castillo. No esperaba encontrarla, estaba demasiado ensimismada con sus pensamientos como para pensar que diablos estaba pasando, y cuando Luna, tras saludarla, empezó a hablar de uno de sus monstruitos de fantasía, Hermione no respondió de sus actos: soltó los libros que tenía entre manos, se abalanzó sobre ella y sencillamente la besó, con una desesperación inaudita, con una pasión desconocida, con una urgencia insana.

Y su mente acabó de desconectar cuando Luna le rodeó la cintura y le correspondió el beso, como si fuera lo más natural del mundo, como si siempre lo hubieran hecho.

En Hogwarts, lo más parecido a un ordenador muggle era, posiblemente, el cerebro de Hermione. Aproximadamente tardó el mismo tiempo en reiniciarse, tiempo durante el cual ninguna de las dos se apresuró en darse cuenta de lo que estaba pasando. Y cuando por fin Hermione volvió a ser ella misma (no la de hacía unos minutos, sino la que se había empezado a perder semanas atrás), no supo que decir. Se quedó mirando a Luna, estupefacta, plenamente consciente de lo que acababa de hacer e intuyendo el porqué, pero insólitamente incapaz de expresarlo. Inconfesablemente cómoda entre sus brazos.

Luna, como no, sonreía, y ante el silencio de Hermione (y sin soltar su cintura) salió a su rescate.

-No te preocupes... -Susurró, con aquel tono tan suyo, despreocupado y sincero, mientras colocaba un mechón rebelde del pelo del Hermione en su sitio en lo que bien podía haber sido una caricia. – Eres muy guapa, y ellos lo saben.
-¿Ellos? – Balbuceó Hermione, levantando una ceja.
-Claro: los duendes. Son ellos los que te han hecho besarme, por que eres muy guapa.

Silencio. Ambas muchachas se observaron durante un minuto eternamente largo, durante el cual Hermione trató en vano de sobreponerse.
Finalmente, con toda la delicadeza de la que fue capaz, desasió las manos de Luna de su cintura, pero no las soltó.
-No me crees. – Se quejó Luna, casi por costumbre. Hermione lo meditó medio minuto más, antes de acercarse nuevamente a Luna, besándola brevemente en la mejilla. Más lejos de los labios de lo que Luna deseaba. Más cerca de la comisura de lo que Hermione se sentía capaz de aceptar en aquel momento. Finalmente se separó y recogió los libros que había dejado caer.

-Por una vez, y sin que sirva de precedente, te creeré. – Declaró. Y la sonrisa que iluminó su rostro dejaba muy a las claras que era cuanto estaba dispuesta a aceptar en aquel momento.

Hay muchas cosas que Hermione no puede evitar. Una de ellas es llevar sus deberes al día. Otra, ayudar a sus amigos siempre que puede (y convenientemente a regañadientes). La más inevitable, posiblemente, fuera ser convenientemente lógica.
A fin de cuentas, lógica y fantasía nunca estaban demasiado lejanas... ni demasiado reñidas.

-FIN-

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