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Sean

Enfuñados en armas vestíamos trajes negros de combate, recordaba que cuando era niño ansiaba el poder usar uno, ir a la guerra de la luz y matar demonios, pero la lucha había terminado cuando tenía 18 años, en una paz demasiado sospechosa que reino en los tres reinos, el cielo, la tierra y el infierno; hasta la fecha actual.

Por mucho tiempo los humanos, pensaron que la guerra de la luz había sido lo que en la biblia llamaban el apocalipsis, la batalla final entre el bien y el mal, pero se equivocaron. La guerra de la luz había terminado en una tregua, no podía existir el bien sin el mal, o mal sin el bien, el ying y el yang.

A pesar de esto no había dejado mi sueño infantil de unirme a la escolta media, aquellos seres humanos que protegían a cualquier hombre, demonio o ángel. Desde que inicie mi entrenamiento, he sido el mejor en todas mis clases de combate, destacándome en secciones de inteligencia y estrategia, debido a esto rechazaron mi propuesta para la escolta media, en cambio me establecieron en la corte celestial, ningún humano había sido aceptado, y mucho menos solicitado por los mismos ángeles, ellos habían pedido exclusivamente que me pusieran al frente y al mando del escuadrón dorado.

Los tres mundos se fusionaron en uno solo, la tierra media pasó a ser el infierno y el paraíso al mismo tiempo. Los continentes habían desaparecido solo existían segmentos donde demonios, ángeles y humanos habitaban, divididos por zonas para evitar problemas; los ángeles, demonios y humanos que aun vivían, se encontraban reunidos en seis grandes ciudades del mundo, con al menos 2 millones de habitantes en cada una, divididos en 300 secciones o zonas, en las primeras 100 vivían los ángeles, después los humanos y en las siguientes, demonios. En estas porciones de tierras solo se construían edificios, que conforme pasaban los años crecían y crecían, siempre hacia arriba, los barrancos que rodeaban estas islas era lo que impedía que una ciudad creciera más. Estaba prohibido construir a las orillas de las islas, al menos que quisieras caer a miles de metros y encontrarte con lava ardiendo.

La escolta media era la encargada de vigilar las tres secciones, el escuadrón dorado se encargaba de proteger las fronteras, evitar que los humanos o ángeles pusieran su vida en riesgo al construir casas en un mal lugar, evitar que los demonios aventaran personas por los barrancos para saciar su sed de maldad, además de redecir sus ataques y preverlos. El último caso asignado al escuadrón dorado se relacionaba con varias revueltas en las fronteras de la tierra media con él infierno, como jefe debía estar buscando el problema y eliminarlo, pero en vez de eso ahora me encontraba en medio de la noche esperando en una de las calles de la sección 290 de la ciudad.

La luz artificial de las lámparas de la calle daban un aspecto tétrico al lugar, el ambiente se sentía pesado, varios demonios paseaban por la calle mirándonos con odio o sin ningún sentimiento, lo que más me inquietaba es que alguno de ellos decidiera atacar de la nada.

-Tengo mucho frío. Dijo una dulce voz a mi costado.

Miré a Kayla y le sonreí mientras la rodeaba con un brazo y la atraía hacia mí. A pesar de que llevaba un enorme traje de combate anti balas, ácido, y cualquier cosa que la dañara se podían ver sus muy marcadas curvas, me removí incómodo, no era momento para pensar en sexo con mi prometida.

-¿Porque si quiera hacemos esto?

La voz de mi segundo al mando llamo la atención. Era un chico grande con ojos plateados, tez caoba y un cabello tan rubio que se consideraría blanco. Miguel, era un ángel y se veía claramente lo incomodo que se sentía al estar en la zona 200-300 donde los demonios más viles y deformes vivían, normalmente Miguel deambulaba la zona 0-100, donde los ángeles vivían.

-Porque se lo debemos. Contesto Kayla por mí.

Asentí en dirección a Miguel indicándole que esa era la razón.

Un auto negro apareció por la esquina de la calle llamando nuestra atención y la de muchos demonios que corrieron a ocultarse. Cuando el auto se detuvo a unos metros de nosotros y el motor se apagó, salió un hombre alto, su cabello llegaba arriba de los hombros anchos y caía en rizos definidos marcando su cara. Se acercó a nosotros y con un gesto de las manos el traje de gala que traía puesto desapareció en una nube de cenizas, al mismo tiempo apareció un vestuario parecido al nuestro.

El hombre, según a los ojos de Kayla, compartíamos la complexión, altos y musculosos, pero realmente lo dudaba, yo era más grande, él parecía el típico hombre que va al gimnasio por pretensión, y yo debía ejercitarme por mi trabajo. Aunque si hablábamos de belleza él me ganaba, pues se parecía tanto a su padre, el rey del infierno, con los rasgos de un ángel, a diferencia de su cabello negro, ojos violetas y tez morena clara

-Creí que sólo seriamos nosotros. Hablo sin mostrar emoción alguna mirando a Miguel, Kayla y Sergei, otro de mis cadetes.

-Daniel, ella es mi amiga, tengo que ayu... comenzó a decir Kayla, enfrentando al príncipe del infierno, pero este la interrumpió.

-¡¿Tu amiga?!- Pregunto en un grito mostrando sus dientes en punta. -¡tú y él la maratón!.

Kayla soltó un pequeño quejido cuando el príncipe nos señaló con uno de sus dedos puntiagudos. Los ojos de Daniel comenzaron a tornarse rojos, su color de piel tomo un tono verdoso y de su cabeza comenzaron a brotar cuatro cuernos, además que alrededor de él un aura negra comenzó a formarse. Me coloque frente a mí prometida y señale la puerta del edificio de enfrente. No era tan fácil hacer que el príncipe perdiera el control, tenía que hacer que volviera al objetivo.

-Es ahí, el psiquiátrico de la zona 290, debajo, en las alcantarillas está el mercado negro, podemos encontrar información de Des...

-No digas su nombre...

El príncipe gruño por lo bajo y comenzó a caminar, mientras su forma humana regresaba. Mire a Kayla y ella asintió mientras limpiaba discretamente una lágrima de su mejilla. Se soltó de mi agarre y se colocó el casco como todos los demás, le tendí un arma justa para su tamaño, ya que al ser más pequeña no podría cargar una como la que usábamos en mí escuadrón, después de asegurar que estuviéramos listos, seguimos al príncipe.

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