Amor Temporal

De Reencuentros y Encuentros. Parte I

Ahí estaba yo, en otra fiesta del reencuentro de la promoción 2003. ¿Con qué necesidad a mis ex compañeros se les daba por organizar cada tres o cuatro años una nueva reunión? El propósito carecía de buenas intenciones —al menos por parte de los organizadores—. Era una maquiavélica estrategia de los más exitosos del grupo para evaluar en qué categoría de perdedores estábamos los demás y así medir los riesgos para seguir asegurando su posición de privilegio. ¡Como si necesitara que otros me dijeran en qué puesto del ranking estaba ubicada!

Aunque también podría ser una conspiración por parte de aquellos compañeros que habían decidido seguir el camino de la medicina cosmética y estética, a fin de vender a las plásticas los nuevos y más sofisticados senos falsos o alguna sesión de botox con algún veneno ultra potente y milagroso que aún no circulaba en el mercado.

Había visto antes tales estratagemas y con ejemplos claros, después de que Alexander Wilson, que juraba haberse graduado de cirujano plástico —aunque sospecho que pagó por el título—, le insertara tres pechos a Margaret Johnson, por accidente. Supuestamente la prótesis importada vino con una pequeña tara y el líquido se filtró creando una protuberancia entre aquellos, situación por la cual Margaret se ganó el apodo Magui tres Senos, aunque también ganó un año de descuentos en cirugías plásticas en compensación por los daños y perjuicios ocasionados, en la renombrada clínica del padre de Alex.

Al menos la situación de ese año fue un poco graciosa y desvió las miradas del grupo pernicioso hacia alguien más, pasando mi situación desapercibida. Ese era mi objetivo de todos los años en aquella fiesta: ser invisible ante sus despiadados ojos caníbales.

Pero, ¿por qué asistía si tanto me molestaba?

Es simple. Para empezar, la comida era gratis y bastante buena. Además, la falta de concurrencia solo haría aumentar las falsas especulaciones sobre mi persona. Seguro dirían que soy demasiado borde. Por último, y evocando el auténtico fin de esas reuniones sociales, yo sí deseaba reencontrarme con algunos de mis compañeros con los que había formado un buen vínculo y esa era la oportunidad propicia para verlos, así estuviera expuesta al resto.

Desde lejos, sentí las inquisidoras miradas de mis ex compañeras, las del grupo que, en su tiempo, eran llamadas las populares, aunque para mí siempre fueron las plásticas. Las sentí deslizándose como serpientes por mi cuerpo, envolviéndome lentamente, estrujándome. ¡Sí, así de intensas y poderosas eran sus miradas! Y como aquellas, también destilaban veneno. Venían a mi encuentro.

¡Mierda! ¿Por qué no podía ser la Duff, en este caso? No entendía por qué la protagonista de esa película adolescente (que me contaron, claro) estaba disconforme con su situación. O sea, sí, era catalogada como la amiga  fea del grupo de las atractivas e interesantes, pero nadie se estaba fijando en ella. Pero no, no podía ser Hilary, no podía no llamar la atención; porque modestamente diré que soy la chica que muchos de ellos consideran atractiva y fogosa (supongo que a causa de mi cabello rojo) y que varias de ellas aseguran es frígida, aventuro que por pura envidia.

—¡Adelaida! —dijo Magui tres Senos (ahora solo eran dos y mejorados) mientras yo replicaba que mi nombre es Adele, no Adelaida. ¡Diez años pasaron y todavía no sabe mi nombre la muy...!— Te ves encantadora —arguyó, esbozando una sonrisa igual de falsa que toda ella, mientras me recorría con la mirada sin sutilezas y fruncía una de sus rubias (teñidas) cejas—. ¿Perdiste peso?

Y ahí estaba la mordedura cargada de veneno. ¿Perdiste peso? ¿Eso quería decir que estaba flaca o que antes estaba más gorda? Dicho por la líder del grupo quería decir esto último. Por fortuna, yo estaba preparada para salir bien librada de estas cuestiones. Tenía un repertorio de frases de defensa que venía preparando desde los últimos años.