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El destino de Cythar Crowell

Artel miró sorprendido a las dos personas que interrumpieron su lectura. Lo más sorprendente fue ver al comandante Javiera junto a una asustada y preciosa joven con el desconcierto y el miedo en su mirada.

Su curiosidad se despertó.

-Comandante, que sorpresa verle aquí -dijo dejando el libro y levantándose de la mesa- ¿No debería de estar presente en la realización de La Prueba?

-¿Dónde está el sabio Perkx? -dijo abruptamente el comandante. Había tanta agresividad en su voz que Cythar se sobresaltó y la curiosidad de Artel fue aumentando. No era tan fácil sacarle de las casillas al comandante de jinetes.

-Tan aburrido como siempre... -respondió el príncipe con sarcasmo. Se giró y gritó- ¡¡¡Maestro, venga aquí!!!

Pasaron segundos hasta que, tras una estantería, un anciano con un pequeño dragón hada revoloteando a su lado aparecieron frente a ellos. Iba vestido con una túnica y con el emblema de un frondoso árbol en un medallón que sostenía su solapa. Su largo cabello blanquecino iba recogido en una trenza como su barba.

-¿Qué escándalo es éste? -preguntó forzando su vista almendrada al comandante- Comandante Javiera, ¿qué le trae aquí?

-Un asunto muy importante -dijo caminando hacia él. Cythar se quedó en su sitio, en la puerta, sin saber si entrar o retroceder. Aún seguía pensando en el castigo que tendría por tal acto de rebeldía que hizo en la prueba de los jinetes de dragones.

Pero ella era inconsciente de lo que hacía. Estaba tan confusa. Una voz la decía lo que tenía que hacer, y cuando no la obedecía, su cuerpo era controlado por ella. Ahora no había voces en su cabeza y su cuerpo era su cuerpo ¿Acaso iban a creerla? ¿Se había vuelto completamente loca?

Escuchó unos estruendos tras ella. Decidió adentrarse a la biblioteca y echarse a un lado, a tiempo de que una furiosa Nyxa entrara.

-Mayor Sacerdotisa, cálmese...

-¡Cállate Minerva! -le respondió. Se enfocó en el sabio y en el comandante- Tú...

-Cálmate Nyxa, aún no le he contado nada -se apresuró a decir Javiera.

-¿Qué hay que contar? ¿Qué está pasando? -preguntó el desconcertado anciano.

-Sabio Perkx, aquella joven ha blandido la Espada Maldita -anunció el comandante señalando a Cythar. El sabio, con los ojos bien abiertos, la observó con mucha atención.

Todos la observaron. Cythar se sentía tan culpable por aquellas miradas fijadas en ella. Artel, con un gran interés en la joven, se acercó hacia su maestro, con los ojos puestos en la figura femenina. Al sabio no le agradó la mirada aventurera del joven.

-Príncipe Artel, será mejor que salgas.

-Lo siento, maestro Perkx, pero yo me quedo aquí. Esto se ha vuelto interesante -dijo el príncipe poniéndose a su lado. Acarició al pequeño dragón de polvo de hada por debajo de su barbilla y éste se acercó para ponerse en su hombro, pidiendo más de aquellas caricias tan exquisitas que le proporcionaba.

El sabio Perkx suspiró. Miró a la joven iniciada y cambió su expresión por una tímida sonrisa.

-¿Cómo te llamas, querida?

-...Cythar, señor.

-Bien Cythar, toma asiento. Hay mucho que contarte -se dirigió a la pareja- Vosotros también, tomad asiento.

Cythar dudó, aún así se acercó y se sentó ante la gran mesa alargada de roble. A su lado se puso el príncipe, que la miraba como si fuera el último ejemplar de alguna clase de animal mitológico. Cythar no puedo mantenerle la mirada al estar más nerviosa de lo que esperaba. Nunca se había imaginado que conocería a uno de la realeza, nada menos que al mismo príncipe, y mucho menos tenerle a tan pocos centímetros.

El sabio Perkx se acercó a ella.

-¿En qué mano cogiste la Espada?

-C-Con la derecha... -respondió muy nerviosa.

-¿Puedo verla?

Cythar se la tendió. El sabio Perkx la sostuvo y se la giró, pidiendo ver la quemadura en su palma. Examinó con sus dedos la marca que salía de la quemadura y Cythar no pudo evitar quejarse cuando la tocó. Le escocía a males cuando sus yemas circulaban por la marca.

Entrecerró los ojos y se sentó a su lado, apoyando su codo en la mesa y frotándose los ojos.

-Me temo que es ella.

-¡No puede ser! -respondió Javiera- ¡Eso es imposible!

-Es posible... -dijo una Mayor Sacerdotisa ya derrotada- Yo misma he podido ver a la heroína en su prueba.

Todos padecían menos Cythar y el príncipe. Éste levantó la mano como si pidiera permiso para hablar.

-Estoy perdido y seguro que esta hermosura está como yo, ¿de qué estáis hablando?

Los tres los miraron. El sabio Perkx carraspeó.

-No hablemos aquí. Las paredes pueden tener oídos.

Se levantó junto con la gran sacerdotisa y el comandante. Por inercia y sentido común Cythar les imitó. El miedo le pedía que le hiciera caso o algo malo pasaría.

-Sígueme jovencita -pidió amablemente el sabio.

Sin réplicas, se puso a su espalda, observando el árbol frondoso tejido en su capa. Detrás suya iban el comandante Javiera y la gran sacerdotisa Nyxa franqueándola. El único que no se iba a perder eso era el príncipe que los seguía vivazmente.

El sabio Perkx se detuvo frente a una gran estantería del fondo de la estancia, deteniéndose también sus acompañantes. Retiró una de sus mangas y movió su brazo derecho frente a los libros, como si saludara a alguien.

De repente, Cythar se tensó. La estantería iba desapareciendo como las ondas del agua al ser golpeadas y la imagen cambiaba a una puerta dorada de increíbles calibres, volviendo a ser nítida frente a ellos.

Hizo un nuevo movimiento con su mano y recitó un hechizo que Cythar no entendió, siendo este en otro idioma. Se le ocurrió mirar a sus acompañantes, inmunes a lo que el sabio Perkx hacía. Incluso el príncipe prestaba más atención al dragón hada que a su maestro.

Cuando acabó de recitar el hechizo, se volteó hacia ellos, guiando con la cabeza de que le siguieran. Cythar se quedó quieta, pero la mano de la sacerdotisa en su hombro la dió ánimos para traspasar aquella puerta que podría desaparecer en un pestañeo.

Una vez dentro, ya no se encontraban en la biblioteca, sino en una cueva completamente dorada, de columnas de pan de oro cubriendo las paredes hacia el techo, como una especie de cúpula. En medio, una gigantesca mesa circular cuyo centro había una fogata con llamas rojas iluminando la estancia. Lo más impresionante fue ver una gran cascada caer frente a ellos. Se extrañó de no escuchar la fuerza del agua correr.

-Un hechizo silenciador, para no ser espiados -susurró el príncipe en su oído con voz melodiosa. Cythar se sobresaltó, exagerando su lejanía. El chico no puedo evitar sonreír, pero una mirada de advertencia de la gran sacerdotisa se la borró.

El sabio Perkx se dirigió hacia ella. Sabía lo asustada y desconcertada que estaba, y no puedo evitar tener compasión de ella. El destino que la esperaba era tan distinto, tan irreal a lo que habría esperado.

-Ven, siéntate aquí -retiró una de las sillas de la gran mesa para que se sentara.

Temblorosa, lo hizo. Nada más sentarse, sus ojos brillaron al ver el espectacular paisaje frente a ella. Los rayos de luz traspasaron el agua y millones de estrellas doradas parpadeaban, o era la metáfora que Cythar había usado para describir la maravilla que veía. Jamás había imaginado ver algo así.

Cada uno tomó un lugar en la mesa, salvo el sabio Perkx que, inaugurando la reunión, estaba frente a todos ellos, con su dragón hada revoloteando a su alrededor.

-Bien señorita, lo que te vamos a contar es algo... que cambiará tu vida.

No pudo evitar tragar saliva ante tal anuncio.

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⏰ Last updated: Aug 09, 2019 ⏰

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La Jinete de DragonesWhere stories live. Discover now