VII - La culpa la tiene el viento

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El suelo estaba seco, frío, incómodo de pisar con los pies descalzos mas ella se animó a entrar sin prejuicios ni ataduras luego de reproducir una canción a base de violines y chelos en su celular. Removió la bata que cubría su cuerpo y sintió un escalofrío abrazador. La rutina no era la correcta, debía abrir el agua primero, pero siempre fue temeraria, así que estando en la ducha, dejó que la lluvia de agua cálida la besara y resbalara en su cabello rojizo y rizado, cayendo por su frente, empapando sus ojos color miel y sus labios rosados, deslizándose por su pálido cuello hasta llegar a los senos de su alma tanto como a los de su cuerpo; lo sentía.
La paz bajaba por sus brazos, acariciaba sus caderas, curvas como las de una guitarra y estremecía el pecado exquisito que se hallaba entre sus piernas.

Ahora el suelo ya no estaba frío.
Cesaba el incómodo sentimiento en sus suaves pies y comenzaba una tranquilidad húmeda que susurraba en sus largas piernas. No hacía más que refregar su cuerpo con sus manos, pasando estas por sus hombros, sus brazos, su pecho, masajeando cada parte del transporte de su alma.
Cerró los ojos, sintió la música; a pesar de todo no se confundía con el sonido pacífico y suave del agua cayendo en sus pies y en las empapadas baldosas.
El vapor la mimaba y la música le sonreía y la hacía sonreír. Alzaba la cabeza de a ratos haciendo estrellar el agua en su rostro, sin incomodarle; mientras seguía acariciándose con sus manos.

Volvió a abrir los ojos. Flexionó su pierna derecha y posó su pié sobre una bañera blanca que decidió no usar, no necesitaba relajarse, necesitaba paz. Deslizó su brazo sobre su muslo y caminó un largo camino hasta sus dedos. El llanto continuo golpeaba en su espalda mientras ella masajeaba sus pies.
El vapor del agua empañaba su reflejo de aquellos vidrios que ocultaban su timidez y el calor abundaba en su cuerpo, pero no era solo una mera temperatura que palpaba el cuerpo, sino una pasión que tocaba su ser. Esto pronto la hizo despertar, sentir la música más que nunca y de fondo el tranquilo y deslizante sonido del agua mojándolo todo.
Se erguió completamente y comenzó a danzar sobre esa lluvia de paz cálida y abrazadora.
Alzaba sus manos y alborotaba su cabello mojado, con sus dedos rozaba sus labios mientras la otra mano aclamaba un seno como suyo a la par de que sus caderas se tornaban viles ante la vista de nadie al mecerse de izquierda a derecha y viceversa; de un lado a otro.

Los violines, los chelos, la hicieron despegar de la realidad y vivir una pasión, irónicamente, carnal con su propio cuerpo desnudo. Estaba amándose.
Los suspiros largos y apasionados rebotaban contra las paredes y se camuflaban entre el sonido de las gotas de agua cayendo sobre el suelo; sobre sus hombros.
Sus manos recorrían arduos y tardíos viajes; desde su cabello hasta sus pies, pasando por sus labios, recorriendo sus senos, acariciando su vientre, y rozando todo fruto de amor y locura que se cruzaba ante esos delgados dedos.

Sus ojos aún cerrados incrementaban la pasión y su cuerpo se movía a la par de la danza de esa lluvia artificial y cálida. Ya no interesaba el mundo de afuera, solo ese duchero sabía qué mundo estaba construyendo para ella: Su palacio de cristalina agua y cálido vapor.
Su danza era suave, sencilla; despertaba un deseo sexual si se viese, pero era a su vez una danza feroz, nimia que creaba temor ante los seres impíos que fantaseaba su mente.
Pronto sus dedos comenzaron a cansarse pues la labor había sido larga como el trayecto recorrido. Entregada profundamente al silencio deslizante del agua y a aquella melodía de violines y chelos que pululaba en el baño, se fue perdiendo entre las gotas de agua que arruinaban su visión al abrir lentamente los ojos. Suspiró, se sentó en el cálido suelo de baldosas y contrajo sus piernas, colocando sus labios en sus rodillas, se tomó éstas con ambas manos abrazándolas y se quedó con la espalda en la pared, viendo cómo corría el agua entre su cuerpo desnudo.

Separó las piernas finalmente, se sentó a contar los segundos que tomaba viajar desde sus labios hasta su entrepierna; de una forma suave, acompañando a la próxima melodía que sonaba, fue caminando desde aquellos labios marcados y carnosos hasta su húmeda y más grande timidez oculta en su cuerpo. Allí comenzó a explorar aquella fruta furtiva y prohibida sintiendo un agudo sentimiento dentro. Su vientre se contraía, sus ojos volteaban a ver el cielo del duchero y sus labios se partían tras cada golpe del corazón en el pecho, tras cada roce dentro de aquel lugar.
Sus dedos parecían bestias enjauladas buscando un punto débil en su celda, parecían felinos afilando las garras; una lucha apacible en un lugar estrecho y lluvioso. Tras cada movimiento, los sentidos desaparecían y toda aquella naturaleza humana se enfocaba en el placer.
Su respiración cambiaba bajo aquella lluvia humeante. El calor la abrumaba, tanto el suyo como el del agua pero aún así continuaba exhalando fuerte y ahogándose en su estremecido cuerpo pálido. Su cabello ya no estaba rizado, ahora era lacio. Sus ojos percibían el vapor del agua pero solo como un suceso secundario, lo que realmente importaba era esa sensación gratificante entre sus piernas.

Pero todo buen suceso tiene un final, y así como las añejas tragedias algo no resulta bien.
En este caso, la culpa la tuve la puerta del baño; la pérdida en su pasión hizo que se olvidara de cerrarla, esto hizo que palpase en poca magnitud aquello que venía de más allá del baño, concretamente del corredor que llevaba al mismo, aquel que dejaba entrar el exterior por medio de una ventana abierta. El agua caliente poco a poco se fue acabando y el abrazador calor menguó a paso lento. El agua fría hizo que todos aquellos sentimientos alocados y descontrolados que sentía se fueran apagando cual vela en una noche de extensas sombras.
Sintió la piel congelarse en un santiamén, así como lanzarse a un gélido lago y percibió una fría brisa proveniente de esa puerta abierta.
Fue así que se puso de pie rápidamente, cerró el pase del agua despidiéndose de una fiel acompañante. Salió goteando el desnudo cuerpo curvo y blanco, se cubrió con una bata gris y caminó con los pies descalzos sintiendo el incómodo frío nuevamente.
Esta vez recordó cerrar la puerta del baño al salir, aunque era muy tarde. Vio a lo lejos la ventana del pasillo; yacía soplando egoísta.

–Ya veo, la culpa la tiene el viento. – Murmuró antes de acercarse a la ventana para cerrarla.

Cuentos cortos y pensamientos largosWhere stories live. Discover now