Capítulo I: Trino

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No existe nada bueno ni malo; es el pensamiento humano el que lo hace parecer así.

-William Shakespeare

El perfecto sonido del violín llenaba la habitación, notas delicadas y efímeras escapando las finas cuerdas. El hombre del violín mantenía sus ojos violetas cerrados, envuelto en el éxtasis provocado por la sensación de ser uno con la melodía. Los delgados dedos del violinista moviéndose como arañas por la cuerdas. El dulce y torturado sonido de la sonata deleitando los oídos del joven italiano, quién trataba de seguir con una mirada asombrada, la maestría del austríaco sobre el instrumento, exaltado en el momento en el que el prodigio dejó de tocar, cortando abruptamente el sonido que llenaba sus oídos.

-No tiene uso, jamás perfeccionare esa pieza -empezó el austríaco, con una mano alisaba su cabello, tratando en vano de alisar un pelo rebelde, realizando un intento fútil de corregir su aspecto, una barba de tres días adornaba su rostro y ojeras oscuras marcaban sus ojos.

Llevaba ya varios días tocando una y otra vez la misma parte de la sonata sin tener éxito alguno. Por varios días no había comido bocado alguno, dormir tampoco había estado entre sus prioridades, su mente comenzaba a divagar y no recordaba cuando era la última vez que había tomado una ducha. En cuanto se dio cuenta de esto último, un escalofrío recorrió su cuerpo, e hizo la resolución de ir a su departamento lo más pronto posible para tomar una larga ducha, y tal vez ahogarse en la tina si no lograba tocar la pieza correctamente. Lograría dominar la melodía incluso si eso significaba venderle su alma al mismísimo demonio.

-Pero Roderich eso fue asombroso -dijo el italiano, su voz rebosante de alegría -me encantaría poder bailar esa pieza junto a Ludwig, tal vez le pida a Gil... -su voz murió en un instante al darse cuenta del grave error que había cometido. El rostro de su maestro iluminado con una furia calmada fue su advertencia. Una elegancia fría cubría su voz la decir: -Feliciano, la lección del día de hoy a terminado, puedes irte.

El italiano miraba fijamente al violinista, y aunque la mayoría de la gente pensará en él como un tonto sin remedio e inconsciente de los alrededores, él era realmente perceptivo y había prometido decirle a Elizaveta si Roderich se veía decaído o molesto.

Roderich estaba decaído, además de tener la molestía en la garganta de ese nombre impronunciable. Feliciano podía ser un idiota verdadero de vez en cuando. Dejó su violín recostado en el gran piano negro de la habitación y suspiró con enojo. Ese maldito auto-proclamado prusiano era capaz de tocar la pieza con facilidad mientras el no podía aún pasar por las sinuosas cumbres de la melodía sin llegar al cansancio absoluto inmediatamente después de tocar la primera nota en la que la composición comenzaba a demostrar porque era un pieza de alta dificultad técnica.

-Dije que podías irte Feliciano -gruñó hostil hacia su alumno, e inmediatamente disculpándose por su agresividad al ver la cara asustada de Feliciano. -Sólo... Sólo no le menciones éste episodio a Elizaveta, ¿está bien? No quiero que se preocupe por mi más de lo necesario.

Feliciano asintió temeroso y salió del cuarto de música, cerrando la puerta en silencio detrás de él. Roderich no tenía que enterarse que Feliciano le contaría a Liza sobre el exteaño comportamiento del austríaco, desde el dulce trino de la melodía hasta la furia fría del violinista a Elizaveta. Éste era uno de los momentos en los que se alegraba de que lo consideraran un tonto sin remedio o alguien inconsciente de los alrededores (no es que le molestara, puesto que la mayoría del tiempo era verdad hasta cierto punto), por que podía ser útil a gente como Elizaveta que se preocupaba por la seguridad y salud mental de su mejor amigo.

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⏰ Última actualización: Jan 13, 2020 ⏰

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