Salvación

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Los demonios viven estancados en el infierno. No es exactamente una mala vida, pero no es real. Vivimos imitando a los humanos para sentirnos como ellos, pero no somos más que unos pobres infelices. Si haces muy bien tu trabajo, increíblemente bien, el gran jefe te llama y te permite la reencarnación. Dejas todos tus poderes atrás y te conviertes en humano sin recordar nada. A esto aspiramos la gran mayoría, aunque algunos lo rechazan. Yo lo daría todo por eso, así que me esfuerzo como el que más... Pero hay un problema.

Si a lo largo de tu vida como demonio has salvado a alguien, olvídate de la gran recompensa. Y salvar a alguien quiere decir intervenir en la vida de un humano o, en algunos casos, en la "salvación de sus almas". Ha pasado unas pocas veces.
Si un demonio se encapricha de un humano, cuando muere puede atarle de por vida a este infierno y se convierte en poco más que su mascota. No hay nada que me moleste más que esos ojos libidinosos de los demonios que, en un arranque de pasión, salvan a un humano para tenerlo consigo toda la eternidad. Nunca se ha hecho por amor. Por otra parte, las almas que llegan al infierno y no son salvadas... Al ser comidas, su esencia va a alguna parte donde sólo sienten sufrimiento. No es un gran futuro, pero a mí nunca me ha importado.

El caso es que nunca me habría planteado salvar a nadie de no ser por lo que estaba pasando. Incluso Ágape, una persona tan buena, acabaría muriendo y yendo al cielo, donde le esperaría una eternidad de felicidad. Entonces... ¿Por qué estaba yendo a la sala de recogida de almas, donde se suponía que debía comerme la suya?

Esperé frente a la puerta, tembloroso. Nunca había visto a Ágape en persona; en teoría, nunca debería haber sucedido.
Giré el pomo con manos temblorosas, y cuando vi el interior de la sala no pude evitar sentirme tremendamente dolido.
No había ningún error. El chico estaba ahí, mirándome con ojos de cordero degollado, probablemente confundido. Quizá ni siquiera supiera que había muerto, cosa normal en los recién llegados.

- ¿Dónde estoy? - preguntó Ágape, tembloroso.

No respondí.

Siempre he querido saber lo que es el amor. Con la reencarnación tendría una oportunidad.

- ¿Recuerdas haber matado a alguien? - pregunté con rabia. El Ágape que yo conocía nunca hubiera hecho eso.

Se quedó helado. Me miró como si yo fuera el juez supremo y sus ojos se tornaron llorosos.

- ¿Dónde estoy? - repitió, al borde del llanto.
- En el infierno. - contesté sin tacto, enfadado - Estás aquí porque has matado a alguien y has tenido la mala suerte de morir, encanto. No durará mucho, tengo que deshacerme de tu alma.

Esbocé una sonrisa llena de rabia, cosa que pareció asustarle. Estaba comportándome como un niño pequeño, pero era incapaz de creer que mi mayor esperanza fuera nada más que un asesino.

- Entiendo. - dijo Ágape, y me desarmó por completo.

¿Cómo podía aceptar sin más algo que yo no quería asumir...?

- No sé quién eres y... Siento que tengas que verme así, pero... - se echó a llorar, sonriendo melancólicamente y mirándome a los ojos - No quiero desaparecer...

La salvación nunca ha sido una opción a valorar, nadie merece tanto la pena como para descartar mi oportunidad para saber lo que es el amor.

- No quiero dejar de amar... - continuó él, clavando sus palabras en mi corazón.

La reencarnación era lo único que ansiaba.

- Por favor... - suplicó Ágape, pero no se dirigía a nadie en concreto.

- No vas a desaparecer. - dije con firmeza.

La salvación de alguien significa una eternidad para ambos en el infierno. Es algo que detesto con toda mi alma.

- ¿Qué...? - respondió con incredulidad.

Nunca hubiera salvado a alguien, pero Ágape lo cambió todo.

SamuelWhere stories live. Discover now