Si cedía al dolor de sentir el músculo del gemelo izquierdo desgarrarse no obtendría la satisfacción por la que tanto entrené. Llegué a esta conclusión mientras acariciaba el balón por encima del guarda metas y lo mandaba a calar a un costado del palo derecho y rozando el travesaño.
Sentí un silencio por unos segundos, la galería parecía congelarse, como si todo se hubiese pausado. Mis compañeros quedaban anonadados al ver entrar el balón, siendo ya el minuto 90 y con el marcador 2-2, el sueño por el cual tanto habíamos luchado se estaba haciendo realidad. Sentí el estruendo del bombo en el lado sur del estadio, caí al suelo con un dolor insoportable y las piernas ensangrentadas por lo duro de la final, mis músculos ya no daban más, sentía agujas clavarse en cada uno de ellos con cada movimiento que hacía. Saqué fuerza de quién sabe dónde, miré al cielo y agradecí a mi padre, estaba 100% seguro que vivió el partido con tanta emoción como yo, que sentía orgullo de mí.-Esto es para ti papá -apunté al cielo y mi voz se desgarró mientras corrían lágrimas por mis mejillas.
Giré la vista y el árbitro dio el pitido final. Mis compañeros llegaron a abrazarme, todos con lágrimas en los ojos, liberando la euforia de la hazaña que habíamos logrado. Mi hermano saltaba en la reja de la galería y mi madre lloraba de emoción. Todo era fiesta, el camarín retumbaba, el entrenador llorando y dándonos gracias por todo, el trofeo era nuestro, la gloria era nuestra. Me ofrecí a decir unas palabras, al ser capitán debía despedirme como correspondía de cada uno de ellos.
-Bueno muchachos lo logramos. Quiero dar gracias a cada uno de ustedes, por pelear todas las pelotas, por dejar la vida en la cancha, por defenderme como si fuera su familia -caían lágrimas de mis ojos con cada palabra- gracias entrenador, por siempre creer en nosotros, aún cuando todo el mundo estaba en nuestra contra, gracias compañeros por regalarme este hermoso momento.
Miraba a mi alrededor y solo veía lágrimas, ahí estaban mis compañeros, ahí estaba mi familia.
El camino a casa fue lleno de alegría, mi mamá diciéndome lo feliz que se sentía, mi hermano destacando todo del partido, cada jugada que hice, cada falta que recibía. Los miraba y me sentía inmensamente feliz, era una noche perfecta, celebraba mi cumpleaños, siendo campeón y figura.
Un estruendo detuvo todo, solo escuché el grito de mi madre, recuerdo perfectamente la cara de pánico de mi hermano, todo se fue a negro, abrí los ojos y estaba fuera del auto, mi madre tirada a un costado de la carretera y no veía a mi hermano. Intenté levantarme pero caí nuevamente, tenía mi pierna llena de sangre, la cara con cortes y no podía mantenerme en pie, comenzó a incendiarse el auto y solo reaccioné a alejar a mi madre de él, la dejé apoyada en un árbol y un grito llamándome me dejó helado, era mi hermano, estaba dentro del auto, la puerta estaba atascada y él seguía dentro, el fuego se expandía cada vez más, Manuel golpeaba la puerta intentando romper el vidrio, sus gritos me desgarraban el alma, no podía hacer nada, golpeé con una piedra la ventana pero no hubo caso, no podía romper la ventana, no podía abrir la puerta, recuerdo perfectamente la cara de Manuel llorando y pidiéndome auxilio, llegó un policía y me empujó a un costado.
-¡Mi hermano está adentro, suéltame! -grité con tanta fuerza que mi garganta de desgarraba con cada palabra.
-No puedes hacer nada muchach... -una explosión interrumpió al policía.
Mi corazón se devastó, quedé en shock, se me flaquearon las rodillas, respirar me dolía y observé con una mirada perdida el fuego que brotaba del auto.
-No puedes hacerme esto, ¡no me puedes abandonar así! -creí que él volvería a mi, creí que con mis gritos aparecería.
A los 10 minutos llegó una ambulancia, levantaron a mi madre del suelo y la llevaron al hospital de urgencias, un paramédico se quedó curando mis heridas, intentó hablarme, yo solo miré al auto, buscando a Manuel entre los escombros. La panorámica era horrible, a lo lejos veía el camión que nos chocó y su chófer llorando, frente a él nuestro auto en llamas, el suelo repleto de sangre, bajé la mirada y aún sin poder asimilar nada, vi mis piernas, llenas de cortes, mi mano con una cicatriz en la palma y con vidrios en los nudillos por golpear la ventada del auto. Al cabo de unos segundos todo se oscureció y caí al suelo.
Desperté en el hospital, había perdido demasiada sangre, aún estaba adormecido, me pesaban los ojos y sentía que todo iba muy lento. Una enfermera llegó a mi lado.
-¿Cómo te sientes? -me miró con nostalgia pero con un aire de esperanza- intenta no hacer movimientos muy bruscos.
-¿Dónde está mi mamá? ¿Está bien? Necesito verla.
-Ella está en recuperación pero está estable, no te preocupes- sonrió al verme un tanto aliviado.
Sentí un dolor insoportable en las costillas y hice una mueca de dolor.
-Tienes dos costillas rotas y haz perdido mucha sangre, te inyectaré algo para el dolor, descansa y cuando despiertes verás a tu mamá -dijo la enfermera con mucha dulzura.
Los ojos me comenzaron a pesar y en segundos caí dormido.
Desperté unas horas más tarde, con un dolor ya un poco más soportable, me levanté de la cama y busqué a alguna enfermera. El hospital me parecía gigante, me preguntaba ¿dónde estaría mi mamá?, ¿estará bien? En eso sentí a alguien a mis espaldas.
-Hijo...- dijo mi madre con una voz llena de ilusión.
Vi una luz nuevamente en mi vida. Esa voz me volvió el alma al cuerpo.
-¡Mamá! -corrí con la poca fuerza que tenía y la abracé, lloré en su hombro desconsoladamente- no pude hacer nada mamá, no pude salvarlo, él murió por mi culpa.
-No digas eso hijo, tú no tienes la culpa de nada, tu hermano tuvo el día más feliz de su vida gracias a ti -lloró desconsoladamente y me abrazó.
Solo cerré los ojos y apreté lo más fuerte que pude a mi madre, ella era lo único que me quedaba.
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Hermoso sería arriesgarse y que todo salga bien.
Teen FictionUn joven se muda a otro país en busca de un nuevo comienzo luego de un terrible accidente, cree que podrá pasar desapercibido, pero el destino le tiene una historia algo diferente.