Capítulo 19 Rosas blancas

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  Mientras los viajeros se quitaban el polvo y tía Jo se ponía otro vestido y se arreglaba un poco la desgreñada cabeza para sentarse a la mesa, corrió Josie al jardín para cortar algunas rosas para los novios. La repentina llegada de estos seres tan queridos casi había trastornado la cabeza de la romántica muchacha, que andaba en aquel momento llena de fantásticos y heroicos salvamentos, tiernas exaltaciones, dramáticas situaciones y admiraciones femeninas respecto de si las novias se pondrían o dejarían de ponerse sus velos. Se había detenido delante de un frondoso rosal de rosas blancas, y cortaba las más enteras y bonitas con la idea de formar dos ramilletes con la cinta de seda blanca festoneada que llevaba en el brazo, para colocarlos en el tocado de sus nuevas primas. Las pisadas de uno que se acercaba le hicieron estremecerse momentáneamente, y al volverse para ver quién era vio a su hermano que bajaba por el paseo enarenado con los brazos cruzados, la cabeza inclinada sobre el pecho y el aire distraído como persona absorta en profundas meditaciones. 

-Sofía Wackles -dijo la perspicaz muchacha con una sonrisa picaresca, chupándose al mismo tiempo el índice de la mano derecha por haberse clavado la punzante espina de una rama. 

-¿Qué haces tú aquí, calamidad? -preguntó John con sobresalto "irvingnesco" al sentir sin ver la influencia perturbadora de sus sueños del día. 

-Cortando rosas para nuestros novios. ¿No quieres una? -contestó Josie, a quien la palabra "calamidad" con que solía llamarla su hermano le hacía mucha gracia. 

-¿Una novia o una rosa? -preguntó John con calma, mirando al rosal como si de pronto hubiera despertado en él un gran interés. 

-Las dos cosas; tú te procuras la una y yo te daré la otra.  

  -¡Si pudiera ser eso!...
Y John arrancó un capullo, dando al mismo tiempo un suspiro que llegó al ardiente corazón de su hermana.

-Pero, ¿por qué no lo haces? ¡Tan bonito que es ver a los jóvenes felices! Ahora estás a tiempo; no dejes escapar la oportunidad porque dentro de poco se marcha, y difícilmente la volverás a ver. 

-¿Quien? 

Y John arrancó un capullo medio abierto, poniéndose de pronto tan encarnado que su hermana no pudo menos que sonreír. 

-No seas hipócrita. Ya sabes que me refiero a Alice. Mira, John, tú no ignoras que yo te quiero mucho, aunque te hago rabiar de vez en cuando; pero lo que sí ignoras, seguramente, es que estoy dispuesta a ayudarte en lo que pueda. Son tan interesantes todas estas cosas de amores y casamientos, que todos tenemos que tomar nuestra parte correspondiente. Así es que, créeme a mí, habla a Alice y arréglate con ella antes de que se marche.
A John le hizo mucha gracia la seriedad con que hablaba su hermanita, pero como el asunto le gustaba mucho, no le contestó con la aspereza de otras veces, sitio que le dijo con dulzura: 

-Eres muy amable, Josie. Ya que tienes talento y sabes de todo, ¿no podrías indicarme el medio más correcto y elegante de declararme? 

-Sí, hombre, sí; mira, hay varios medios, yo te los explicaré. En las piezas de teatro el enamorado se arrodilla a los pies de ella; pero esto tiene sus inconvenientes, y es que si el novio tiene las piernas muy largas resulta una figura feísima. Teddy lo hace muy mal a pesar de las muchas veces que lo hemos probado y de las lecciones que le doy. Pero tú podrías declararte del siguiente modo: "¡Sé mía! ¡Sé mía! Y quiere al que tira pepinos por en
cima de la tapia de la señora. Nickleby". Esto en el caso de que desees hacer una declaración alegre; y si no, le escribes unos versos bonitos y te declaras en ellos. 

-Mira, Josie, todo eso es broma; yo quiero de veras a Alice, y no puedo hacer nada de eso. Tú que has leído tanto de todas estas cosas puedes darme consejos serios, siendo tan romántica como eres. 

Los muchachos de Jo/los chicos de JoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora