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Rachel se mantuvo quieta. No iba a poner resistencia. Dejó el cuerpo inerte del niño en el suelo y se sentó junto a él cerrándole los ojos como si de esa forma fuera a descansar en paz. Como si de esa forma pudiera perdonarse a sí misma. Pero no lo haría, ni ella ni nadie.

— ¡No lo toques!— el grito desesperado de Alexander Lightwood hizo eco en la mente de la rubia. Parecía que no le afectaba pero en el interior sentía tanto dolor como el pelinegro. Acababa de arrancarle al vida a un inocente, a un niño.

Apartó la mano del niño obedeciéndole pero no levantó la cabeza para mirarle. No quería mirarle. No quería saber si él la reconocería. Si la reconocería bajo la oscuridad que la atrapaba.

Rachel sintió a Alec acercarse, se arrodilló junto a Max y lo cogió entre sus brazos sollozando. La rubia nunca lo había visto así de triste. Nunca lo había visto llorar.

Izzy sin embargo no podía moverse del sitio, estaba en estado de shock. Era solo un niño. Era su hermano.

Los demás demonios se dispersaban por la ciudad, ya habían cumplido el trabajo. Hacer que Idris sienta miedo, hacer que sientan que no están seguros en ningún sitio.

La rubia sintió un corte en su brazo y creyó que era Alec haciéndola sufrir por lo que había hecho, comenzando su tortura para matarla. Pero no fue así, el pelinegro estaba muy ocupado apretando contra su pecho el cuerpo inerte de su hermano. Tampoco era Izzy que seguía en la misma posición con las manos temblando y juraría que su cuerpo también.

Era mucho peor. Era la guardia de la Clave.
Rachel sabía que la guardia no la mataría por lo que había hecho, la encarcelaría y buscaría algo peor que la muerte. Al fin y al cabo se lo merecía. Pero no tenía el valor para enfrentarse a ello.

Ella era débil. Y siempre lo sería.




















Rachel llevaba tres semanas allí. Encerrada. Asustada. Atrapada.

No se asustaba porque fuera la Clave, se asustaba por lo que había hecho.

La guerra ya había comenzado y Valentine fue el que dio el primer paso. Y era él el que iba ganando. Nadie sabía su paradero, ni siquiera ella. Por eso mismo los miembros de la Clave no conseguían nada de información tras las torturas que recibía.

No podía decir que no había hecho nada que quisiera por si misma. Por que al menos no la obligaban a dormir. Esa era la única acción en la que su cuerpo se sentía libre. Sin embargo, no la cumplía al 100%.

Principalmente porque, no la obligaban a cerrar los ojos para que los recuerdos rebotaran en su mente. No la obligaban a que recordar la noche que entró en Idris.

Nunca había sido difícil para ella entrar allí. La verdad es que la resultaba bastante fácil, solo había que desactivar las fronteras.

Y los shadowhunters son tan idiotas que dejan que la clave para su desactivación sea la sangre de demonio, recordó la rubia apoyando la cabeza sobre el suelo.
Ni siquiera la habían dejado una cama, no se la merecía.

Y a pesar de que no la obligaran a recordarlo lo hacía, no podía impedirlo. Cada vez que cerraba los ojos veía su cabello oscuro, tan negro como el vacío, y sus ojos grises mirando a la nada sin vida. Era un niño. Una vida inocente. Y yo lo maté. Se recordó la rubia.

Se puso en pie al escuchar las puertas abrirse. Esperaba ver a los dos hombres de siempre que le llevaban de la sala de torturas, al calabozo y le traían la comida, pero no fue así.

Rachel creyó que se estaba volviendo loca al ver un fantasma.

London Fabre se encontraba frente a ella con dos hombres armados a sus lados. Hizo un gesto para que la dejaran sola y la obedecieron.

Cuando Rachel levantó su mirada hacia sus ojos los recuerdos vinieron a su mente como un puñetazo en el estómago. Y sintió una opresión en su pecho.
Después de tanto tiempo seguía doliendo.



Una Rachel de quince años se atrevió a abrir la boca, un poco asustada, pero seguía confiando en ella. La conocía y confiaría su vida, lo estaba haciendo ahora mismo.— ¿Y qué vas a hacer?

— Debería entregarte. — tartamudeó London. Ella también tenía miedo de lo que iba a pasar. Se palpaba la tensión en el aire. La distancia y las miradas serias, no era una situación muy común entre ellas. — No eres una de nosotros y vives entre nosotros. ¿Sabes lo que la Clave te hará?

Rachel se atrevió a plantarla cara. Si la había contado su secreto es porque confiaba en ella no para que le dijera lo que ya sabía. Supuestamente eran amigas. Eran casi hermanas. Puede que fueran más que eso, eran parabatai.

Daba igual que ella fuera un demonio y London una shadowhunter, el vínculo permanecía aunque la runa de Rachel no fuera real.

Sabía quién era London y sabía que no iba a hacerla daño.— Para que me hagan algo la Clave debe de saberlo.

London junto las manos y se tomó unos segundos para contestar.— Tienes razón. ¿Quién soltaría un rumor así?— dijo con un tono que indicaba que era un intento de broma.

La castaña río y Rachel supo que no iba a hacerla daño su promesa seguía en pie.

Yo cubriré tu espalda y tu la mía.























— Nos volvemos a ver, traidora.— dijo la castaña cruzando los brazos sacando a Rachel de sus recuerdos.

— dijo la castaña cruzando los brazos sacando a Rachel de sus recuerdos

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Rachel sonrió mostrando la horrorosa herida que la cubría medio labio.— Cuatro años y eso es lo primero que me dices.

Se estaba tomando la situación a broma, algo que la verdadera Rachel no haría pero estaba cambiada. Ahora eran otros tiempos y como consecuencia se daban cambios. Cambios que no todos deseaban, ni siquiera ella.— A que debo el honor de tu presencia.— continuó hablando Rachel con tono sarcástico.

London decidió ignorar la burla. Decidió ignorar el sentimiento que le decía que debía pedirla perdón. Debió pedir perdón a aquella chica que fue se amiga no al monstruo que tenía frente a ella.

— Te trasladan. Serás prisionera en mi instituto hasta que elijan una condena adecuada para ti. Mañana estarás en el Instituto de Nueva York.

Entonces en ese momento Rachel sintió como las piernas le temblaban. Otra vez no.

No quería volver ahí.

No quería verles.

No iba a soportarlo.

Dominated [ Alec Lightwood ]Where stories live. Discover now