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Seis años después.

En un vago recuerdo de mi mente todo comenzó cuando dos hombres entraron y se llevaron a mi mamá. Cuando me la devolvieron ella no parecía ser la misma mujer de antes. Sus ojos ya no eran verdes como el color de la esperanza, sino bien oscuros como si no tuviera nada que ocultar, como si ella no estuviera viva, pero muy dentro de mí sabía que lo estaba, e iba a hacer todo lo posible para que su sonrisa vuelva a aparecer, o por lo menos que aparezca ella ya que desde el día en el que me encerraron en el hospital no la volví a ver más.

Supongo que para todos nosotros el desastre ocurrió en momentos diferentes, para mí fue la pérdida del amor que me daba mi mamá y desde allí empecé a sentirme sola. Hasta que me encontré en el hospital con Thiago, él tiene dieciséis años como yo, aunque es mayor por unos pocos meses de diferencia. Tiene el cabello castaño y un hermoso color azul en sus ojos. Es independiente, sabe defenderse y salir adelante solo, aunque aceptará ayuda si se la ofrecen porque no es orgulloso, y eso es algo que me encanta de él.

—¡Ainhoa! —escuché una voz por detrás de mí, era Alejo. Él tiene dieciocho años y su pelo es bastante oscuro, aunque no llega a ser negro. Su color de ojos es igual al mío, verde, y cabe destacar que le queda mucho mejor que a mí. Egocéntrico, soberbio, agresivo, sarcástico y grosero. Es muy raro que se encuentre en ese estado, pero cuando lo hace, es una verdadera máquina de arruinar amistades y poner de mal humor a todos.

—¿Qué sucede? —pregunté.

—Quería avisarte que nos cambiaron los horarios para ir a comer, una hora más tarde.

—¿Una hora más tarde? Es demasiado para mi estómago —Alejo se rió por mi comentario.

—No nos podemos quejar o no sabemos que pasará con nosotros.

—Tienes razón, gracias por avisar.

Me levanté y empecé a caminar por los pasillos del hospital, teníamos dos horas por día, siempre en el mismo horario, para salir de nuestra habitación y recorrer el lugar. Obviamente me lo sabía de memoria, pero era mejor que estar encerrada entre cuatro paredes. Además al final de uno de los pasillos había descubierto una puerta husmeando por casualidad y no estaba cerrada. Detrás de ella se encontraba un pequeño parque. En realidad sólo había un banco y un árbol, pero era un lugar al aire libre y eso me bastaba. Aunque sólo sean dos horas por día.

Luego de unos cuantos minutos me encontré con Sara, ella fue mi primer mejor amiga. A lo único que le puedo agradecer de que me hayan encerrado en aquel hospital es que conocí personas increíbles, con la capacidad de tener emociones al igual que yo, con las cuales puedo hablar tranquilamente y ser yo misma. Ella tiene veinte años, su cabello es de color castaño oscuro y tiene ojos celestes hermosos. Odia ver a las personas molestando de manera brusca a alguien indefenso, ya tuvimos que pasar por una situación así antes y la verdad que no fue para nada agradable.

—¿Me encontraste fácil? —me preguntó.

—Eso es obvio amiga, es el único lugar aceptable dentro de tantas paredes blancas.

—La verdad que tienes razón... aunque no se puede hacer mucho —Sara suspiró y asintió con su cabeza, vi la decepción caer en sus ojos. La verdad es que yo tenía demasiadas expectativas de que todo vuelva a la normalidad, pero ella era todo lo contrario a mí. Últimamente Sara estaba siendo negativa, pero bueno, no la culpo. Hace seis años estamos nosotros solos sin tener a alguien nuevo en el grupo y eso quita las esperanzas de reencontrarnos con los que eran de nuestro mismo pueblo.

—¿Volvemos? —le pregunté a Sara, esperando que me responda.

—Sí, vamos. Ya se acaba el tiempo que tenemos fuera de nuestra habitación. Igual cuando sea la hora de comer podremos salir nuevamente —me respondió.

EstáticaWhere stories live. Discover now