Rumbo a Perú

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     Rolando emprende una caminata hacia Ecuador y ahí se compra una bicicleta usada con el dinero ahorrado. En ese país nota que las cosas andan raras, se ve poca gente en la calles y todos mantienen la distancia con él apenas lo ven pasar. Al recorrer la capital, se fija en que la mayoría de los negocios están cerrados y las personas que circulan lo miran con indiferencia. Horas después logra entablar una conversación con una señora de edad y así logra conseguir un albergue para pasar la noche.

     Al verlo perdido, la mujer le comenta las consecuencias que trajo a la población una rara epidemia que empezó a atacar y que estaba concediendo grandes cambios en el mundo, y los avezados en el tema se negaban a investigarlo por miedo a contagiarse también.

     A la mañana siguiente decide que va a seguir pedaleando en busca de un lugar en donde fuera mejor recibido, así estuvo sin parar con una mochila cargada de agua mineral y galletas de vainilla que lo alimentaron durante un octavo del camino hacia Perú. Tres días después, se perdió en un bosque y no logró encontrar la salida. Ahí estuvo cinco días perdido hasta que se encontró de casualidad con un joven que al parecer había ido a pasear con su novia y se le había perdido la chica, así que andaba buscando un lugar donde pasar la noche mientras pensaba en alguna excusa para los padres de la muchacha, debido a que obviamente no llegaría con él.

     Esa misma noche el chaval salió con su linterna y estuvo por cerca de cuatro horas buscándola, así estuvo durante tres días seguidos hasta que perdió la esperanza de encontrarla. Mientras se saltaba unas ramas rebeldes, tropezó con un hombre que tenía aspecto de sabiondo, así que con un palo de madera que encontró, empezó a pegarle en la costilla derecha hasta que despertó.

     De mala gana, Rolando abrió los ojos y se encontró con ese impúber con cara de psicópata golpeándolo sin piedad, por instinto se alejó de él y salió corriendo. El joven lo siguió al tiempo que trataba de decirle que no pretendía hacerle daño y solo quería que lo ayudara a salir de ahí, pues estaba extraviado por todo lo que había caminado en pos de su novia.

     Después de pensarlo un poco, Rolando decidió que tal vez podría ser de fiar y serle de ayuda, así que cada uno contó su historia y para aprovechar de escapar de la familia de la nena, que de paso eran indígenas guerrilleros; así que al otro día ambos se encontraban recargando sus mochilas para a la mañana siguiente, partir a Perú.

     Cuatro días después, llegaron prácticamente a rastras a Lima y no tardaron mucho en encontrar un lugar donde quedarse. Al parecer en Perú todavía no se había propagado mucho el virus. El joven no tenía ni idea de que había una epidemia atacando duramente al mundo entero y, sin saberlo, Rolando se encargó de ponerlo al tanto. Para sorpresa de él, el imberbe lo halagó diciéndole que si no se lo hubiese contado, habría estado quizá cuánto tiempo perdido. Esto a Rolando lo hizo sentirse el hombre más feliz del mundo, porque nunca alguien lo había hecho sentirse tan útil y eso le subió su autoestima.

     El chaval no tenía ni la menor sospecha de la condición de retrasado que tenía su compañero de viaje, al contrario, lo encontraba un hombre bastante culto y lúcido. 

El retrasado y el sordo #PSL17 (PAUSADA HASTA NUEVO AVISO)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt